Marina trató de actuar con normalidad después de la presentación de Cassian como el nuevo dueño de la empresa. Sabía que tarde o temprano tendría que interactuar con él, pero cada fibra de su ser le gritaba que evitara ese momento el mayor tiempo posible.
Las horas transcurrieron en un vaivén de tareas rutinarias y miradas furtivas. No había logrado concentrarse bien en su trabajo desde que vio a Cassian entrar en la sala de reuniones. Cada palabra que había pronunciado, cada gesto frío y calculador, le recordaban que ya no era el mismo chico que había amado. Ahora era un hombre poderoso, distante y, sobre todo, su jefe.
A pesar de que trataba de enfocarse en sus responsabilidades, una notificación en su computadora la sacó de su ensimismamiento. Era un correo del departamento de dirección con el asunto: "Citación con el CEO".
El estómago se le hizo un nudo.
El mensaje era breve y formal:
"Señorita Marina Velarde, el señor Lincoln desea verla en su oficina a las cuatro en punto. No falte."
Marina sintió que su corazón se aceleraba. ¿Para qué querría verla? Intentó convencerse de que se trataba de un simple protocolo con los empleados, pero una parte de ella sabía que no era así.
Cuando llegó la hora, tomó aire profundamente y caminó hacia el ascensor con paso firme, aunque sus piernas temblaban. El trayecto hasta el último piso se sintió eterno, y cuando finalmente se encontró frente a la puerta de la oficina de Cassian, su mano titubeó antes de llamar.
—Adelante.
La voz profunda y firme del hombre al otro lado de la puerta le heló la sangre.
Entró y cerró la puerta con cuidado, sintiéndose diminuta en la amplia oficina de su ex. La decoración era elegante y minimalista, con grandes ventanales que ofrecían una vista impresionante de la ciudad. Cassian estaba sentado tras un escritorio de madera oscura, revisando algunos documentos con una expresión seria.
—Siéntate —ordenó sin levantar la vista.
Marina tragó saliva y obedeció. Había esperado algún tipo de reacción en él, alguna señal de reconocimiento más allá de la breve conversación en la presentación, pero no hubo nada. Solo frialdad.
Cassian dejó los papeles a un lado y finalmente la miró.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí?
—Cuatro años —respondió ella, tratando de que su voz sonara firme.
—Interesante… —dijo con un tono que le resultó difícil de descifrar—. No lo esperaba.
Marina frunció el ceño.
—¿Qué quiere decir con eso?
Cassian se recostó en su silla y entrelazó los dedos sobre la mesa.
—Solo que me sorprende verte aquí, Marina. Pensé que estarías en cualquier otro lugar… menos en mi empresa.
Su forma de enfatizar "mi empresa" le dio escalofríos. No lo había dicho de forma casual, sino como si quisiera recordarle el poder que ahora tenía sobre ella.
Marina enderezó la espalda y lo miró fijamente.
—No sabía que esta era "su" empresa hasta hoy, señor Lincoln.
Cassian ladeó una sonrisa sin rastro de calidez.
—Curioso, ¿no? El destino tiene un sentido del humor muy retorcido.
El ambiente se volvió tenso. Marina no podía soportar la forma en que la miraba, como si estuviera analizándola, como si buscara en ella alguna reacción.
—¿Para qué me llamó? —preguntó, intentando mantener la profesionalidad.
Cassian apoyó los codos sobre el escritorio y la miró directamente a los ojos.
—Porque quiero dejar algo claro desde el principio. No quiero problemas en mi empresa. Si tienes algún inconveniente con mi presencia, este es el momento de decirlo.
Marina sintió un golpe en el pecho.
—No tengo ningún inconveniente, señor Lincoln.
—Bien —Cassian sonrió con satisfacción—. Porque no pienso mezclar el pasado con los negocios. No me interesa lo que ocurrió entre nosotros hace cinco años. Eso quedó enterrado.
A Marina le dolió más de lo que esperaba escuchar esas palabras, pero se forzó a asentir.
—Estoy de acuerdo.
Cassian la observó unos segundos más, como si buscara algún signo de debilidad en su expresión, pero ella se mantuvo firme.
—Perfecto. Puedes retirarte.
Marina se levantó de inmediato, sintiendo que el aire en esa oficina la asfixiaba. Se dirigió a la puerta con rapidez, pero antes de salir, escuchó su voz una vez más.
—Ah, y una última cosa, Marina.
Ella se detuvo en seco, sin darse la vuelta.
—Asegúrate de no hacer nada que me haga cuestionar si deberías seguir aquí.
Era una advertencia. Y lo peor era que Marina no sabía si estaba hablando como su jefe… o como el hombre que nunca la perdonó.