El Jefe que Amé

4.Las Reglas del Juego

El resto de la jornada transcurrió en un estado de tensión insoportable para Marina. Sabía que debía mantener la calma y actuar como si nada hubiera pasado, pero el encuentro con Cassian la había dejado con el corazón acelerado y un nudo en la garganta.

Había visto dureza en sus ojos. O quizás no era dureza… quizás era algo peor: indiferencia.

Cada vez que pensaba en sus últimas palabras, un escalofrío la recorría.

Asegúrate de no hacer nada que me haga cuestionar si deberías seguir aquí”.

Cassian Lincoln no estaba contento de verla, eso era evidente. Marina temía que en cualquier momento encontrara una excusa para despedirla.

Pero ella no podía permitirse perder ese empleo.

No cuando Callie dependía de ella.

Cuando llegó a su pequeño apartamento, Marina sintió que el peso del día la aplastaba. Se apoyó un segundo en la puerta, cerrando los ojos y tomando aire profundamente.

Unos pasitos apresurados la sacaron de su ensimismamiento.

—¡Mami!

Callie corrió hacia ella con los brazos abiertos, y Marina se agachó de inmediato para recibirla en un abrazo fuerte y cálido.

—Hola, mi amor —susurró contra su cabello, disfrutando de la sensación de su pequeña contra su pecho.

Por un instante, todo lo demás desapareció.

—¡Mira lo que hice hoy en la escuela! —Callie se separó de ella con emoción y le mostró una hoja con un dibujo lleno de colores—. Es nuestra familia.

Marina miró la hoja con ternura. En el centro estaba ella, con una gran sonrisa, sosteniendo la mano de Callie. Y al otro lado… un hombre sin rostro.

—¿Quién es este, cariño? —preguntó suavemente, aunque ya sabía la respuesta.

—Mi papá —respondió Callie con naturalidad—. La maestra dijo que dibujáramos a nuestras familias.

El corazón de Marina se detuvo un segundo.

—¿Y por qué no tiene cara?

Callie frunció los labios, pensativa.

—Porque no sé cómo es… pero quiero conocerlo algún día.

Marina sintió que su garganta se cerraba.

No era la primera vez que Callie mencionaba a su padre, y cada vez que lo hacía, la culpa la carcomía.

Pero ahora… ahora él estaba de vuelta.

Y si descubría la verdad, no sabía qué haría.

—Vamos a cenar, mi amor —dijo, obligándose a sonreír mientras acariciaba el cabello de su hija—. Y luego me cuentas todo sobre tu día.

Intentó alejar los pensamientos sobre Cassian de su mente, pero sabía que era inútil.

Porque él era su jefe.

Porque él la despreciaba.

Y porque, tarde o temprano, descubriría que tenía una hija.

Marina se despertó al día siguiente con la sensación de que algo iba a salir mal.

El estómago le pesaba mientras se vestía, mientras preparaba el desayuno de Callie y mientras la llevaba a la escuela. Sabía que, al llegar a la oficina, tendría que seguir fingiendo que no la afectaba el regreso de Cassian Lincoln.

Que no le importaba que ahora él tuviera el poder de destruir la estabilidad que tanto le había costado construir.

Cuando llegó al edificio de la empresa, intentó pasar desapercibida. Caminó directamente a su escritorio en recepción y se sentó, revisando la computadora para distraerse.

Pero la calma no duró mucho.

—¿Es ella? —escuchó susurrar a un par de compañeras de trabajo cerca del ascensor.

—Sí, es Marina. Dicen que fue el primer amor del jefe.

—Eso explicaría la forma en la que la miró ayer en la presentación…

El rostro de Marina ardió de vergüenza y enojo. ¿Ya todos lo sabían?

No era una mujer ingenua. Sabía que los rumores en la oficina viajaban rápido, pero jamás pensó que, en menos de veinticuatro horas, su pasado con Cassian se convertiría en el chisme del momento.

Tomó aire y se concentró en la pantalla, ignorando los murmullos.

—Señorita Velarde.

La voz de su jefe inmediato la hizo enderezarse de inmediato.

—Sí, señor Gómez.

—El señor Lincoln la solicita en su oficina ahora mismo.

El corazón de Marina dio un vuelco.

—¿Sabe para qué?

—No me dio detalles —respondió el hombre, con un gesto serio—. Pero le sugiero que no lo haga esperar.

Marina tragó saliva, asintió y se puso de pie.

Sabía que ese momento llegaría. Sabía que Cassian no se conformaría con su conversación de ayer.

Pero aún así, no estaba preparada.

Cuando llegó al último piso, su respiración era irregular. Se detuvo frente a la puerta de la oficina de Cassian y, después de un segundo de duda, tocó con los nudillos.

—Adelante.

La voz grave y fría de Cassian la hizo estremecer.

Entró y se encontró con la misma escena del día anterior. Él estaba detrás del escritorio, impecable en su traje oscuro, con la mirada fija en unos documentos.

Pero esta vez, cuando levantó la vista hacia ella, sus ojos brillaban con algo más que frialdad.

Brillaban con intención.

—Cierra la puerta.

Marina obedeció, sintiendo que la atmósfera en la habitación cambiaba.

Cassian se tomó su tiempo en hablar, como si disfrutara verla nerviosa.

—Los rumores vuelan rápido en esta empresa —dijo finalmente, con un tono casual que no coincidía con la intensidad de su mirada—. Y parece que todos saben algo que yo no.

Marina sintió un escalofrío.

—No sé a qué se refiere, señor Lincoln.

Cassian apoyó los codos en la mesa y entrelazó los dedos.

—Déjame ayudarte. Según mis empleados, tú y yo tenemos historia juntos.

Marina apretó los puños.

—Eso fue hace mucho tiempo.

—Tal vez —asintió Cassian—. Pero hay algo que no entiendo.

Se puso de pie, caminando lentamente hacia ella, hasta detenerse a solo unos pasos de distancia.

—Si nuestra historia quedó en el pasado… ¿por qué no me dijiste la verdad cuando me viste ayer?

Marina sintió que el aire le faltaba.

—¿De qué verdad habla?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.