El Jefe que Amé

9.Bajo su sombra

Marina pasó el resto del día con un nudo en el estómago. Había aceptado el puesto de asistente ejecutiva de Cassian, pero no porque quisiera. Lo había hecho porque no tenía opción.

Y él lo sabía.

Cuando regresó a su escritorio, los murmullos a su alrededor no tardaron en llegar.

—¿Marina Velarde, asistente del CEO?

—Dicen que él la pidió personalmente.

—Seguro hay algo entre ellos…

Marina apretó los dientes y trató de ignorarlos.

No podía permitir que la afectara. No podía mostrar debilidad.

Así que trabajó en silencio, enfocándose en su tarea hasta que el teléfono sonó.

—Señorita Velarde, el señor Lincoln la espera en su oficina.

El estómago se le encogió.

Se puso de pie y caminó con pasos firmes hasta la oficina de Cassian. Se detuvo frente a la puerta, respiró hondo y tocó.

—Adelante.

Al entrar, lo encontró revisando unos documentos detrás de su enorme escritorio.

—Cierra la puerta —ordenó sin mirarla.

Marina obedeció a regañadientes.

Cassian levantó la vista y la observó con una expresión inescrutable.

—A partir de hoy, trabajarás directamente para mí. Eso significa que estarás disponible cuando te necesite.

Marina cruzó los brazos.

—Si estás esperando que te lleve café o que agache la cabeza ante ti, te advierto que eso no va a pasar.

Cassian sonrió, divertido.

—No necesito una secretaria, Marina. Necesito a alguien que entienda mis métodos de trabajo.

Se levantó y caminó hacia ella, deteniéndose demasiado cerca.

—Y, lo más importante, alguien en quien pueda confiar.

Marina sintió que la rabia la quemaba por dentro.

—¿Confianza? Eso es gracioso viniendo de ti.

Cassian inclinó la cabeza con una sonrisa ladina.

—Bueno, supongo que ambos tenemos razones para desconfiar del otro.

Marina sostuvo su mirada, negándose a retroceder.

—Si has terminado, me gustaría volver a trabajar.

—Aún no.

Cassian se apartó y tomó una carpeta de su escritorio.

—Necesito que me acompañes a una reunión esta tarde.

Marina frunció el ceño.

—¿Por qué yo?

Cassian le tendió la carpeta.

—Porque quiero que te empieces a familiarizar con mis negocios.

Marina sintió que esto no era solo trabajo. Cassian estaba probándola.

Y, por mucho que lo odiara, no podía fallar.

—Está bien. Iré.

Cassian sonrió con satisfacción.

—Buena chica.

Marina salió de la oficina con la mandíbula apretada.

Cassian Lincoln no iba a romperla.

Pero lo que no sabía era que él aún tenía muchas cartas por jugar.




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