El Jefe que Amé

11.Secretos que arden

Marina regresó a su departamento esa noche con el cuerpo agotado, pero la mente despierta. La imagen de Cassian desafiándola en la sala de juntas seguía repitiéndose como una cinta rota. No había duda: estaba probándola. Llevándola al límite.

Y lo más inquietante era que ella no era la misma de hace cinco años. Ya no era esa chica asustada que había huido. Era madre. Era fuerte. Tenía una vida que proteger.

—¿Mami? —la vocecita dulce de Callie la sacó de su enredo mental en cuanto entró por la puerta—. ¿Llegaste?

—Sí, mi amor. —Se agachó para abrazarla—. ¿Cómo te fue con la abuela?

—Bien. ¡Hicimos cupcakes! —Callie le mostró sus dedos manchados de betún.

Marina rió suavemente, pero la sonrisa no le llegó a los ojos.

Tenía miedo. Cada segundo que pasaba cerca de Cassian la acercaba al borde del precipicio. Él no sabía que Callie era su hija… y si llegaba a descubrirlo, todo cambiaría.

—¿Puedo contarle a papá que hice cupcakes? —preguntó Callie con la naturalidad de una niña que soñaba despierta.

Marina se quedó helada. No era la primera vez que su hija mencionaba a un “papá” inexistente. A veces le inventaba uno, un astronauta, un músico, un bombero.

—Claro, cielo —susurró mientras le acariciaba el cabello—. Puedes contarle lo que quieras en tus sueños.

Esa noche, después de acostar a Callie, Marina se quedó sentada en la cocina, mirando el celular. Tenía guardado el número de Cassian, aunque él nunca se lo había dado directamente.

Podría escribirle. Decirle la verdad. Terminar con la mentira.

Pero no lo hizo.

En lugar de eso, al día siguiente regresó a la oficina y levantó sus muros aún más alto.

—¿Otra vez tarde? —La voz de Cassian la recibió con tono seco.

—Cinco minutos. Hubo tráfico —respondió ella, dejando su bolso sin mirarlo.

Él alzó una ceja y se acercó a su escritorio.

—No tolero la impuntualidad, Marina.

Ella se le plantó de frente.

—Y yo no tolero los juegos mentales. Si tienes un problema conmigo, dímelo. Pero si solo estás tratando de castigarme por lo que pasó hace cinco años, te advierto que ya no soy la misma.

Cassian se acercó más. Estaban a centímetros de distancia. La tensión entre ambos se sentía como un hilo a punto de romperse.

—¿Estás segura? Porque yo veo a la misma mujer que huyó sin explicación. La misma que destruyó todo y nunca miró atrás.

—No te atrevas a juzgarme —espetó Marina, con los ojos brillando—. No sabes lo que viví.

Cassian respiró hondo, controlando la furia.

—Entonces cuéntamelo. Sorpréndeme, Marina. Convénceme de que no eres la mentirosa que recuerdo.

Ella apretó los labios. No podía hacerlo. No aún.

—Tienes razón —dijo con frialdad—. Soy esa mujer. Y no me arrepiento.

Cassian la miró, como si quisiera atravesarla con los ojos.

—Bien. Entonces no me culpes cuando empiece a tratarte como tal.

Horas después, mientras Marina ordenaba unos archivos, Isabella Moreau apareció en la oficina sin previo aviso.

—Hola, querida. ¿Cassian está ocupado?

Marina intentó ocultar su molestia.

—Está en una videollamada. ¿Desea que le avise cuando termine?

Isabella se acercó y la miró de pies a cabeza.

—No, tranquila. Solo quería ver con mis propios ojos a la mujer que logró que Cassian echara a su anterior asistente sin pensarlo dos veces.

Marina no respondió.

—Interesante elección… aunque predecible. —Isabella sonrió—. ¿Sabes? Cassian tiene debilidad por los errores del pasado. Siempre vuelve a recoger lo que dejó roto.

La frase fue un puñal.

Cuando Isabella se marchó, Marina sintió que el aire en sus pulmones ardía.

Estaba en el centro de una tormenta que apenas comenzaba.

Y lo peor era que, en su interior, aún había una parte de ella que seguía amando al hombre que no podía perdonarla.




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