Cassian entró a la mansión Lincoln sin tocar la puerta. No se detuvo para saludar a nadie, no pidió permiso. Sus pasos retumbaban por los mármoles helados mientras una tormenta se agitaba en su pecho.
Encontró a su madre en el invernadero, rodeada de sus preciadas orquídeas, podando con delicadeza una flor blanca como si el mundo no se estuviera desmoronando fuera de su burbuja.
—¿Sabes qué es lo gracioso de las orquídeas, madre? —preguntó él con voz gélida—. Pueden florecer hermosas incluso si envenenas sus raíces. Pero tarde o temprano… mueren.
La señora Lincoln ni siquiera alzó la mirada.
—Buenos días, Cassian. Qué poético.
Él tiró los documentos sobre la mesa de cristal. La carta. Las pruebas. El pasado, expuesto.
—¿Por qué?
Ella se quedó en silencio un segundo demasiado largo.
—Porque tú merecías algo más. Una vida más grande que un departamento de dos ambientes con una hija a cuestas y facturas por pagar. Te di un futuro.
—Me quitaste todo lo que realmente quería —escupió él—. Marina, nuestra hija, la verdad.
—Ella no estaba lista para tu mundo.
—¡Tú no tenías derecho!
La señora Lincoln lo miró por fin. Sus ojos azules brillaban con frialdad.
—Yo te parí, Cassian. Todo lo que eres lo hice yo. Y si crees que esa mujer puede arrebatarme tu lealtad… te equivocas.
—No. Me perdiste hace cinco años. Solo que no me había dado cuenta.
Cassian tomó las pruebas, dio media vuelta y se fue sin mirar atrás.
Había una guerra declarada.
Y esta vez, no habría marcha atrás.
En su departamento, Marina miraba a Callie jugar en la alfombra del salón. Apretaba una muñeca contra el pecho y murmuraba palabras inventadas, riendo de vez en cuando.
Marina se agachó junto a ella, y le acarició el cabello.
—¿Sabes qué, mi amor? —susurró—. Mamá va a dejar de tener miedo.
Callie alzó la vista, confundida.
—¿Miedo?
—Sí… miedo de decir la verdad. De luchar por ti. De luchar por nosotros.
Callie no entendía, pero sonrió. Porque su mamá estaba sonriendo también, y eso siempre era suficiente.
Marina se puso de pie, caminó hacia su escritorio y sacó una carpeta del cajón inferior. Dentro, estaban todos los documentos que había guardado durante años: el acta de nacimiento, copias del ADN que se había hecho en secreto, cartas que nunca envió.
Todo lo que alguna vez quiso decirle a Cassian.
Ya no escondería nada.
Justo cuando se disponía a salir de casa para ir a la oficina, su celular vibró. Un mensaje. De un número desconocido.
"Sabemos la verdad sobre Callie. Reconsidera tus pasos si quieres mantenerla a salvo."
Marina sintió cómo se le helaba la sangre.
No solo Cassian estaba descubriendo la verdad.
Alguien más también lo sabía.
Y ahora, su hija estaba en el centro de una nueva amenaza.
Esa noche, mientras las luces de la ciudad parpadeaban en la oscuridad, Cassian observaba el archivo que tenía frente a él. Marina no lo había traicionado. Nunca. Todo había sido manipulado desde el principio.
El dolor lo atravesaba como un cuchillo. Pero también la determinación.
—Te juro que voy a arreglar esto —murmuró.
Y por primera vez, permitió que una lágrima le cayera por la mejilla.
Porque el amor que había enterrado... estaba comenzando a resucitar.