Marina no recordaba cuándo fue la última vez que alguien le impuso algo con tanto poder como lo hizo Cassian Lincoln esa noche. Ni siquiera su madre, ni siquiera la madre de él, cuando la obligó a destruir su relación.
Pero esto era diferente.
Esto no era una amenaza, ni una advertencia: era una decisión.
Y él, como siempre, no aceptaba un no como respuesta.
—No puedes obligarme a mudarme contigo —protestó Marina mientras subía con Callie al auto de Cassian, sin dejar de mirar hacia atrás, como si esperara ver al autor del mensaje en la oscuridad.
—No te estoy obligando. Estoy protegiendo a mi hija.
—¡Es mi hija también!
—Y por eso deberías agradecer que quiera cuidarla —gruñó él, abriendo la puerta trasera para Callie—. Súbete, princesa.
—¿A dónde vamos? —preguntó Callie, con voz soñolienta. Había sido despertada a media noche, envuelta en una chaqueta, sin entender del todo lo que ocurría.
—A un lugar donde estarás segura —respondió Cassian, y su tono se suavizó en un gesto tan raro, que a Marina le dolió más que cualquier insulto.
El trayecto fue en silencio. Callie se quedó dormida en el asiento trasero, y Marina, con los brazos cruzados, se obligó a mirar por la ventana para no tener que ver a Cassian. Él no dijo una sola palabra, pero su mandíbula tensa lo delataba.
Llegaron a un edificio de seguridad reforzada, con portones blindados y cámaras que seguían cada movimiento. Un penthouse en la zona más exclusiva de la ciudad.
Cassian la ayudó a bajar a Callie en brazos, con una delicadeza que no coincidía con su furia. La niña se aferró a su cuello dormida, y Marina sintió que su mundo se partía en dos.
Era su hija. Suya y de él. Y ahora, por primera vez, estaban juntos los tres.
El apartamento era amplio, moderno, frío. Como su dueño.
—Tiene tres habitaciones —dijo Cassian, sin mirarla—. Puedes quedarte con la del fondo. Callie dormirá entre nosotros. Hasta que ponga seguridad reforzada en la suya.
—¿Entre nosotros?
—No me refería a la misma cama, Marina. No seas ridícula.
—No soy ridícula. Solo una madre protegiendo a su hija de un hombre que no conocía hasta hace unas horas.
Cassian la miró con algo parecido al cansancio.
—Tú decidiste que no me conociera. No pongas eso sobre mí.
Marina cerró los ojos. Tenía razón. Maldita sea, tenía razón.
A la mañana siguiente, el aroma a café recién hecho invadió la cocina. Marina no recordaba cuándo fue la última vez que alguien preparó el desayuno sin que ella lo pidiera.
Entró en la cocina y se detuvo en seco.
Cassian estaba sentado en la barra con Callie sobre las piernas. Ella reía, completamente cómoda, mientras él intentaba hacer figuras con panqueques. Claramente, sin mucho éxito.
—¡Ese parece un pato! —rió la niña.
—¿Pato? Es un unicornio, jovencita. ¿Dónde está tu imaginación?
Marina se quedó paralizada. Verlos así era como mirar una versión que nunca existió. Como una escena de una vida que les arrebataron.
—No te quedes ahí parada —murmuró Cassian sin voltear—. ¿Vas a desayunar o solo vienes a mirar?
Ella respiró hondo.
—Solo vine a preparar mi café.
Callie se bajó del regazo de Cassian y corrió hacia ella.
—¡Mami! ¡Cassian hace panqueques que parecen patos!
Marina acarició su cabeza con ternura.
—¿Sí? Qué talento oculto…
—Señor Lincoln —corrigió él, con tono seco.
—Cassian me dejó decirle así. Solo a mí —dijo Callie, orgullosa.
Marina fulminó a Cassian con la mirada. Él no se inmutó.
—Solo a ella —repitió él, sin apartar los ojos de la sartén.
Durante el resto del día, la tensión fue creciendo. Cassian trabajaba desde su oficina, Marina intentaba mantener a Callie entretenida sin sentir que invadía un territorio hostil. Pero era inevitable.
Era su ex. Su jefe. Y ahora su protector.
Todo en uno.
Esa noche, Marina salió al balcón para respirar. La ciudad iluminada no ofrecía respuestas, solo más preguntas. ¿Hasta cuándo estarían ahí? ¿Quién enviaba los mensajes? ¿Estaban realmente a salvo?
Cassian apareció a su lado.
—He duplicado la seguridad. Nadie entrará sin mi permiso.
—Eso espero —dijo Marina, sin mirarlo.
—Sé que me odias.
—No te odio —confesó ella, en voz baja—. Me odio a mí misma por lo que tuve que hacer.
Cassian no respondió.
—Pero si volvieras a elegirme... —añadió Marina con un hilo de voz—, también estarías en peligro. Quien sea que nos está amenazando... no va a detenerse.
—Entonces que lo intente —susurró él—. Porque esta vez, Marina… no pienso dejarte ir.
Y sin esperarlo, sin pensar, Cassian se inclinó y besó su frente.
Un gesto suave. Doloroso. Como si se despidiera de todo lo que fueron.
Marina cerró los ojos.
Porque en ese instante, aunque no lo dijeran en voz alta, los dos sabían que el verdadero enemigo no era el pasado… sino lo que aún sentían.