Las cosas no mejoraron con los días. Marina intentaba adaptarse, pero vivir bajo el mismo techo que Cassian era como caminar sobre cristales rotos. Cualquier paso en falso, cualquier palabra de más, podía provocar una explosión.
Callie, en cambio, parecía feliz. Cassian se había ganado su confianza con una rapidez que dolía. Ella lo seguía a todas partes, lo llamaba “papá” sin que nadie se lo enseñara. Era natural. Como si, en lo profundo de su pequeño corazón, lo hubiera estado esperando desde siempre.
Marina no sabía cómo sentirse al respecto.
Cassian era bueno con ella. Muy bueno. Pero también era el mismo hombre al que había herido, al que había mentido. Y aunque él decía que estaba enfocado en protegerlas, Marina sabía que eso no borraba el pasado. Solo lo envolvía de silencio.
—La alarma de la entrada trasera se activó —anunció Cassian una noche, interrumpiendo el silencio con un tono gélido—. Fueron dos minutos. Lo suficiente para hacerme enloquecer.
—¿Alguien entró?
—No lo sabemos. Las cámaras no captaron a nadie, pero el sistema fue desactivado con un código maestro. Uno que solo tienen cuatro personas… y yo no fui.
Marina sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—¿Crees que alguien… está dentro?
Cassian no respondió de inmediato. Caminó hacia la consola de seguridad, revisando los registros con los ojos entrecerrados.
—Ya revisé cada rincón. No hay señales de ingreso forzado. Pero esto fue intencional. Nos están diciendo que pueden entrar cuando quieran.
—¿Y qué vas a hacer?
Él se volvió hacia ella, su mirada cargada de una furia controlada.
—A partir de ahora, no sales sola. Ni al supermercado. Ni a la terraza. Ni siquiera a buscar a Callie a su habitación.
—¿Y si me niego?
—Entonces pondré seguridad privada dentro del departamento.
Marina sintió que el pecho se le apretaba.
—Cassian…
—No es negociable, Marina.
Esa noche, no pudo dormir. Caminó descalza por el pasillo, con el corazón martillando fuerte. Tenía la extraña sensación de que algo andaba mal. Como si la casa, a pesar de su lujo y tecnología, ya no fuera segura.
Fue entonces cuando lo escuchó.
Un golpe seco.
En la habitación de Callie.
Corrió, desbordada por el miedo, y abrió la puerta.
Cassian estaba ya allí, con una linterna en mano y el ceño fruncido. Callie dormía profundamente. La ventana estaba abierta.
—¿La dejaste así? —preguntó él.
—¡Claro que no! Cerré todo antes de acostarla.
Cassian apretó la mandíbula.
—Revisaré la azotea. Quédate con ella.
—Cassian… ten cuidado.
Fue la primera vez que se lo dijo así, sin rencor. Con miedo real. Con el corazón en la mano.
Volvió media hora después, empapado de sudor. Había recorrido cada piso, cada acceso. No encontró a nadie.
Pero había algo en su mirada cuando volvió que Marina no reconoció.
No era solo rabia. Era impotencia.
Y eso, en él, era nuevo.
—Esto se acabó —declaró—. Voy a encontrar a quien está detrás de esto.
—¿Y si no es suficiente?
—Lo será. Porque te juro, Marina, que no dejaré que le pase nada a nuestra hija. Ni a ti.
Ella lo miró a los ojos. Había fuego en su voz. Y también había algo más… una grieta. Algo que parecía romperse dentro de él. Como si, poco a poco, estuviera derrumbando sus propias defensas.
—¿Por qué te importa tanto?
Cassian la sostuvo con la mirada, como si quisiera decirle todo y no pudiera.
—Porque aún no te olvido. Aunque quisiera.
Marina dio un paso atrás. Él estaba demasiado cerca. Su confesión flotaba entre ellos como una bomba a punto de explotar.
—No deberías decir eso —susurró—. No después de lo que te hice.
—Lo dijiste para hacerme odiarte. Pero nunca me engañaste del todo.
Ella lo miró, con la garganta cerrada.
—Y si tengo que convivir contigo todos los días —añadió Cassian—, al menos necesito saber que no estás huyendo de lo que aún queda entre nosotros.
Ella no respondió. No podía.
Porque si lo hacía, admitiría que él tenía razón. Que sus sentimientos, enterrados bajo cinco años de silencio, seguían vivos. Ardientes. Dolorosos.
Esa noche, Marina durmió en el sofá.
Y soñó con el pasado. Con la despedida. Con su embarazo. Con la carta que escribió y jamás envió.
Despertó sobresaltada cuando escuchó la voz de Callie riendo en la cocina.
Y al entrar, los vio.
Cassian y ella, cubiertos de harina, intentando hornear galletas.
Un instante perfecto.
Una ilusión hermosa y frágil.
Marina sonrió, sin querer.
Y en lo profundo de su alma, supo que resistirse iba a ser cada vez más difícil.
Porque bajo el mismo techo, con un enemigo invisible acechando, no solo compartían el miedo… también la esperanza.