Los días siguientes transcurrieron con una calma falsa. Marina intentaba mantener la rutina, como si aquello pudiera alejar el miedo que empezaba a filtrarse en cada rincón de su vida. Pero incluso el silencio sonaba sospechoso últimamente.
Cassian se había vuelto aún más protector, rozando lo obsesivo. Había instalado nuevas cámaras, cambiado los códigos de seguridad y contratado a un equipo de vigilancia privada que patrullaba la propiedad día y noche.
—Esto ya no es una casa, es una fortaleza —murmuró Marina un día, mientras cerraba las cortinas.
Cassian, sentado frente a su laptop, ni siquiera levantó la mirada.
—Eso es lo que necesito que sea, hasta que sepa quién está detrás.
—¿Y si no se trata de ti? ¿Y si es por mí?
Él la miró por fin. Su expresión cambió, tensa.
—¿Tienes enemigos, Marina?
Ella dudó. Por primera vez en mucho tiempo.
Porque sí. Los tenía.
Esa misma tarde, mientras Cassian hablaba con sus abogados en el despacho, Marina recibió un sobre sin remitente. La empleada del edificio dijo que alguien lo había dejado en la recepción. “Un hombre, alto, de traje gris. No quiso decir su nombre”.
El sobre pesaba poco. Dentro, había solo una foto.
Era antigua.
Cassian y ella, abrazados en una banca del parque central, riendo como adolescentes. La imagen estaba manchada en una esquina, como si alguien la hubiera doblado con rabia. Y detrás, escrito a mano:
"Lo que escondes te va a explotar en la cara. Tu pasado nunca se fue."
Marina sintió que las manos le temblaban.
Había enterrado esa etapa de su vida. Había creído que todo lo relacionado con aquel hombre estaba lejos. Muerto. Pero estaba claro que no.
Y no había sido Cassian quien atrajo el peligro.
Era ella.
Esa noche, Callie se despertó gritando. Un mal sueño.
Marina corrió a su cuarto, pero Cassian ya estaba allí, acunándola con dulzura. Su hija se aferraba a él como si fuera el único refugio seguro.
—Soñé con un hombre… sin rostro… que quería llevarme —balbuceó Callie entre lágrimas.
Cassian la calmó, sin hacer preguntas. Pero Marina sintió el corazón helársele.
Porque Callie nunca hablaba de pesadillas. Era una niña feliz, con una imaginación desbordante, sí, pero eso... eso no era inventado.
Era intuición.
—¿Crees que… alguien la ha visto? —preguntó Marina después, cuando estuvieron a solas en la sala.
Cassian asintió, muy serio.
—Creo que nos están vigilando. Que no fue solo la ventana abierta. No fue casualidad que dejaran ese sobre sin ser vistos.
Ella dudó un segundo. Quiso contarle sobre la nota. Pero no lo hizo.
Aún no.
Al día siguiente, una noticia en los portales de chismes cambió todo.
“Cassian Lincoln, CEO del Grupo Heston, aparece públicamente con su hija desconocida.”
La imagen era clara: Cassian y Callie saliendo del centro comercial dos días atrás, cuando él le compró una bicicleta. Marina no estaba.
Pero lo peor eran los comentarios.
“¿Quién es la madre?”
“¿Es real o una jugada publicitaria?”
“Parece demasiado vieja para ser su hija…”
Marina leyó cada línea con rabia contenida. El mundo empezaba a meterse en su vida. Y lo que habían protegido durante cinco años estaba ahora a la intemperie.
Cassian leyó los comentarios también. Cerró la laptop sin decir palabra.
—Van a buscarte, Marina —dijo con voz baja—. Periodistas. Viejos enemigos. Gente que quiere destruirme… o destruirte a ti.
—¿Y qué propones?
La miró con una intensidad que la desarmó.
—Que hagas pública tu relación conmigo. Como madre de mi hija.
Marina parpadeó.
—¿Estás loco?
—Tal vez. Pero si vamos a sobrevivir a esto, tenemos que estar unidos.
—Cassian… no somos una familia.
—¿No?
El silencio entre ambos se volvió insoportable.
Entonces, tocaron a la puerta.
Cassian fue a abrir.
Era él.
El único hombre al que Marina jamás esperó volver a ver.
Con un traje gris. El mismo de la recepción.
Y una sonrisa venenosa en los labios.
—Hola, Marina. Veo que la vida te trató bien… aunque parece que sigues tomando malas decisiones.
Cassian se interpuso de inmediato.
—¿Quién demonios eres?
El hombre levantó una ceja, divertido.
—Soy el pasado de tu novia, Lincoln. Y traigo conmigo un infierno que ni tú podrás apagar.
Marina sintió que el suelo se abría bajo sus pies.
Porque ese hombre sabía todo.
Y venía a destruirlo.