El jinete

Al caer la noche.

Los cascos del caballo resonaban contra la tierra del camino. 

El animal aún no tenía nombre. El jinete no quería encariñarse. Antes o después volvería a su tierra y su montura no lo acompañaría. A su alrededor, los campos de cultivo se extendían hasta donde comenzaban las montañas. Todo ese horizonte debería tener el verde de la juventud, o el dorado de la cosecha, pero no era así. En cambio lucía un marron seco.  
El viento levantaba nubes de polvo que se le metían en los ojos y la boca. Llevaba un pañuelo cubriendo la mitad de su cara, pero era bien poco lo que podía hacer contra ese polvo fino que se levantaba al menor soplido. A cada paso, el sonido metálico de su revólver marcaba un compás melódico. Se sentía en el lejano oeste, no era momento de tal pensamiento, pero no podía evitarlo. Mientras el sol recorría el cielo, el hombre se acercaba más y más a su destino. Al ritmo de una melodía bien conocida. "Cabalgando a la puesta del sol".  
Hacia el frente, el camino lo dirigía ha una pequeña loma. Sobre ésa loma se encontraba lo que había venido a buscar. Mejor dicho,  a quien venía a buscar.  
Tenía ganas de poner el caballo al galope, pero era una pérdida de energía. La pequeña chosa que se perfilaba contra el sol de la tarde, estaba lo suficientemente cerca como para alcanzarla antes del anochecer. Así que se controló como mejor pudo y mantuvo el caballo al trote.  
No pasó mucho antes de que el sol le diera directo en los ojos, deslumbrandolo. Se vio obligado a bajar el ala de su sombrero para cubrir sus ojos de la luz. Llegó a la loma justo en el momento en que el sol se ocultaba en el horizonte. La choza parecía incluso más pequeña de lo que había supuesto. A un lado de la puerta había un lavadero de piedra, donde una mujer joven se afanaba en tallar ropa.  
La mujer ni lo miró, parecía completamente concentrada en su labor. El caballo bufó ansioso y sacudió el morro. Nada más se escuchó en el lugar mientras el hombre miraba a la mujer. Hasta que la noche por fin llegó.  
Él jinete subió el ala de sus sombrero. A lo lejos un búho ululó.  
—Ando buscando a alguien. 
Habló por fin el jinete. La mujer siguió con lo suyo sin la menor muestra de haberlo escuchado. El hombre se quitó el pañuelo de la boca intentando hacerce escuchar. 
—Una bruja... Dicen que su magia está más ayá de lo que nunca habían visto. Dicen que es, diferente... 
La mujer tomó la prenda que acababa de enjuagar y la exprimió. Enseguida la sacudió y, a la luz de la luna, comprobó que había hecho un buen trabajo. Luego la tendió sobre el lavadero descuidadamente y por fin se dignó a mirar al tipo.  
El no podía ver sus ojos, que parecían dos posos negros. Habría tragado saliva pero tenía la boca seca. La mujer se secó las manos con su falda sin mucha prisa. Solo cuando hubo acabado preguntó: 
—¿Quién es uste? 
—Eso no importa.  
—A mi mimporta.  
El jinete se quedó callado, reacio a dar su identidad a esa mujer, pero esos posos profundos lo ponían inquieto.  
—Soy un cazador. —Dijo finalmente.  
—Me contrataron los vecinos.  
La mujer sonrió, o por lo menos eso le pareció a él.  
—Esta preza es demasiao pa uste.  —Dijo ella—. Sos vecenos dijieron lo ques capaz? 
Algo de esa mujer era hipnotizante. Se obligó a apartar la mirada, dirigiendola hacia el frente. Lo único que pudo ver, fue la silueta de las colinas medio iluminadas por el par de lunas.  El silencio se prolongó mientras el jinete pensaba en cómo decir lo que seguía. Mientras tanto, la mujer parecía conocer cada pensamiento del hombre, esperando a que se decidiera sin inquietarse.  
—No eres de por aquí.  —Afirmó él por fin.

No podía ver sus expresiones, pero su falta de palabras fue elocuente. Él volvió a mirarla, seguro de que está vez el tenía el control.  
—¿Cuánto hace para tu tierra natal?  
—Eso no importa. 
—A mi me importa. 
Y el silencio volvió. Después de un buen rato, el hombre retomó la palabra.  
—Dije que soy cazador, pero no lo que estoy cazando.  
—Esos hijos de puta te contrataron. No hace falta ser una lumbrera para saber qué estás cazando.  —Alegó la mujer, está vez con una forma de hablar más similar a la del jinete—. Pero ya te dije que está presa es demasiado para ti.  
A pesar de la obscuridad, o quizá aprovechándose de eso, la expresión de la mujer lucía siniestra. Está vez el no apartó la mirada, si mostraba miedo seguramente estaría perdido.  
—Me contrataron para deshacerme de la bruja. Ya me pagaron. Les dije que mañana ningúno de los dos seguiría en este lugar. Lo cumpliré de cualquier manera.  
El tiempo pareció detenerse. A lo lejos un coyote aulló. Otro ulular se escuchó y, mezclados, los dos cantos se elevaron como uno solo mientras las miradas de ambos se encontraron fijamente... 



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En el texto hay: misticismo, western, magia

Editado: 10.11.2020

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