El Juego De Los Grillos

MEDALLÓN DE BARRO

Han pasado 12 años desde el enfrentamiento entre Mictlán y Sosoigiler.

La humillante derrota y el casi exterminio del ejercito del General Bucareli, impulsó a que las demás comunidades se revelaran contra el yugo de los quetzales puros, opresores de naciones cuya población era en su mayoría canastillas.

Las comunidades de canastillas comenzaron a surgir como grupos sociales independientes, y los países de quetzales puros que no tuvieron problemas en reconocer su independencia, ofrecían su apoyo como aliados comerciales; estas comunidades emergentes superaban en número a las de los quetzales, sin embargo, sus propias características biológicas y los años de supresión, así como de dependencia, provocaron la caída de la mayoría, quedando solo dos reinos de canastillas puros.

Surgieron también las naciones mixtas, siendo Mictlán el ejemplo a seguir para éstas. En estos países, quetzales y canastillas coexistían al mismo nivel de respeto, igualdad, derechos, obligaciones y oportunidades. Todas las políticas, normas sociales y reglas de convivencia estaban orientadas a fomentar relaciones saludables entre los miembros, fuera cual fuera su especie.

Las comunidades mixtas, las de canastillas puros y de quetzales “balam” tendían a formar alianzas, especialmente para protegerse de los quetzales “gradas”, llamados así por su postura radical y retrograda ante las nuevas condiciones de la sociedad.

En total, el continente de Crapunkovia está conformado por diez reinos, dos canastillas: Limancu y Camalika; tres de quetzales balam: Chelek, Kahuak y Chilam, tres mixtos: Mictlán, Tonan y Ronin; y dos quetzales gradas: Sosoigiler y Omsicham.

Como es de esperarse y dado que los quetzales gradas tienen estrictas reglas sobre la convivencia con canastillas o mestizos, es muy extraño que miembros de estas comunidades cruzaran las fronteras para buscar apoyo en otra población. Pero claro, siempre hay excepciones.

 

En una ocasión, hace unos años, un carruaje jalado por un par de caballos de siete patas, proveniente de tierra Sosoigiler, estaba por cruzar la frontera con Mictlán, que consistía en una enorme barrera de cactáceas de más de 5 metros de alto y una muralla de 20 metros, negra, sólida e impenetrable, hecha de una roca que solo se da en las minas de la costera.

Los pilares de la muralla están unidos por paredes colosales de un kilómetro, y en cada uno hay un centro de control que se encarga de la seguridad de un determinado sector en la frontera, por lo que, en cuanto el carruaje salió de los bosques de araucarias del reino Sosoigiler, el sistema de seguridad de estos centros lo detectaron y siguieron hasta que éste se acercó a la base de la muralla.

Lo recuerdo bien, mi pequeña, era una noche tormentosa.

El valle semidesértico, que se apodera del terreno que el bosque deja despejado, estaba sumido en las tinieblas, siendo iluminado únicamente por los rayos y centellas danzantes en el cielo. Aunque esto podía pasar por una noche desafortunada, el clima tal parecía haberse puesto de acuerdo con las personas del carruaje, ya que la tormenta los cubría con su manto.

- ¡Regresen por donde vinieron! ¡Los habitantes de Sosoigiler no son bienvenidos aquí! – dijo entre gritos el guardia que tuvo la amabilidad de bajar por uno de los elevadores hasta la base de la muralla y de detener el ataque de sus compañeros arqueros.

- ¡Necesito que me dejen entrar! – contestó el conductor del carruaje con voz femenina. Entre la tempestad y la capucha que cubría el rostro de la mujer, no era posible ver quién era, así que el guardia se rehusó cumplir la petición.

- ¡Lo siento! ¡Pero no puede pasar! ¡Regrese!

Ante la negativa del soldado, y la amenaza de ser acribillado por una lluvia de flechas, el quetzal tuvo que utilizar una reliquia que había guardado durante muchos años para poder conseguir su cometido.

Del bolsillo interno de la capa, la mujer sacó una pequeña moneda de barro y se la enseñó al soldado. Al revisarla, el guardia se sorprendió y abrió los ojos de par en par, la moneda estaba acuñada con la insignia de la casa real de Mictlán.

 

 

La capital de Mictlán, Miquiztli, está compuesta por un complejo arquitectónico antiguo restaurado, respetando la construcción prehispánica de las pirámides mayas y aztecas, pero modificadas con la tecnología necesaria para el funcionamiento de las maquinas modernas. Pero eso tu ya los sabes, mi querida niña.

En una de las pirámides de mayor tamaño, vive la familia real…

“Justo donde vivimos nosotras, mami.”

“Exacto, justo donde vivimos nosotras.”

Justamente, esa noche tormentosa, la familia real estaba en una de sus acostumbradas reuniones nocturnas en los jardines del templo.

En la parte central del jardín, se encontraban los príncipes mayores Ikal, Nina y Nitzé sentados en almohadillas de lino alrededor de una mesa de mármol negro, mientras que los príncipes menores Nahil, Yalitza y Nerón estaban en asientos individuales a ras de suelo, a un lado de una fuente, mientras sostenían las tabletas en las que tomaban notas de lo que se decía en la junta, y caminando entre ellos, observando la belleza de las flores que crecían en las jardineras, así como de las hermosas luces recién recuperadas de las luciérnagas en peligro de extinción, la emperatriz Itzá escuchaba atentamente lo que sus hermanos, los rectores de área, tenían que decirle.




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