El juego del amor

Capitulo 4

Nos miramos intensamente durante unos instantes. Esperamos a ver quién rompe primero el contacto visual. No quería perder, pero su mirada era penetrante y me obligó a apartar la mía, bruscamente. Eché un vistazo a mis papeles, aparentemente para ver qué decía nuestra agenda, pero en realidad no podía ver nada delante de mí. Quería darle sermón a Esther, y lo iba a hacer después de hablar con Aldana sobre cómo íbamos a trabajar juntos. No sería fácil para ninguno de los dos, pero sobre todo me aseguraría de que no fuera fácil para él.

― Pues sería bueno aclarar algunas cosas antes de ponernos a trabajar ―, dije, sin mirarle.

― ¿Con quién estás hablando?

Hice una mueca, incapaz de entender lo que decía. ― Contigo, ¿hay alguien más en la habitación? ― dije con sarcasmo y miré a mi alrededor, fingiendo estar buscando a una tercera persona en la habitación.

― No sé, puede que haya algo en tus papeles ya que ahí está tu mirada ―, me regañó, provocando mi enfado con su tono.

― También eres un humorista ―, comenté con amargura. ― Todas las noches me darán de la producción tu agenda y me gustaría que la cumplieras al pie de la letra. No estoy de humor para perseguirte o hacer de niñera. He mirado las condiciones de tu contrato y dice claramente que debes evitar los deportes peligrosos y las relaciones fuera del campo mientras dure. Así que se acabaron el salto en bungee y las aventuras amorosas. Además, por desgracia, nos alojaremos juntos en un hotel que nos pone la producción. No tienes permiso para ir a casa, así que lo que quieras de allí, te lo conseguiré...

― ¿Has terminado? ― me interrumpió enfadado. ― Ya sé todo eso, no hace falta que lo repitas.

― Está bien, lo repetiré de vez en cuando hasta que esté bien grabado en tu mente.

Le miré lo más desdeñosamente que pude, como diciendo que no me parecía tan inteligente, pero no se inmutó. Reaccionó como si mi insulto no le hubiera tocado. Tal vez lo hizo a propósito para no darme el gusto de verlo enojado por mi culpa. Tal vez, por otro lado, tenía el corazón tan de piedra que no le importaba lo más mínimo. No lo conocía, ni quería conocerlo, así que nunca sabría cuál de las dos cosas era cierta del Aldana.

― ¿Puedes traerme un café? ― preguntó desafiante. Quería hacerme doblegar, pero no le iba a hacer ningún favor. Pedirle un café a su asistente era la definición de subestimación porque me estaba diciendo claramente, a su manera, que no me creía capaz de nada más.

― Claro, ¿cómo lo bebes?

― Negro, el azúcar me da náuseas.

― Estupendo, te lo traeré antes de que vayas al plató. Primero tienes que prepararte, hoy vas a grabar el episodio en el que eliges a las cinco mejores concursantes del juego. Dice que hay que llevar un traje blanco de color blanco ―, murmuré tras consultar mis notas. ― La estilista estará aquí en dos minutos. Espero que te hayas duchado.

― ¿Quieres olerme los sobacos para asegurarte? ― lanzó sin entusiasmo, al tiempo que levantaba la mano para darme acceso.

― Quieto ―, comenté y le di la espalda mientras él reía suavemente. Al menos uno de nosotros se lo estaba pasando bien, porque personalmente, ya me sentía como si estuviera en el infierno.

Por suerte, justo a tiempo, llegó la estilista junto con la peluquera. Ambas mujeres se comportaban como niñas a su alrededor sin dejar de coquetear con él cada vez que podían. Salí de la habitación porque no podía soportar verlos tontear. Me dirigí a la máquina para prepararme un café negro para mí, pero cuando llegó el momento de elegir si quería o no azúcar en el suyo, una sonrisa socarrona se formó en mis labios. ¿Qué me había dicho? ¿No soportaba el azúcar? Me reí y pulsé el botón eligiendo el café muy dulce y sin remordimientos, cogí la taza y volví a su camarín.

Entré al tiempo que él se ponía una camisa blanca. Si no fuera el tipo que odio, podría haberme impresionado con lo que vi. Vale, no quería conocerlo, pero no podía ignorar lo que estaba viendo. Era una obra de arte, su cuerpo. Esculpido como por un escultor. Era perfecto. Podría medir sus abdominales desde la distancia si quisiera. Me miró con extrañeza mientras se abotonaba la camisa y parecía molesto por la insistencia del estilista en tocarlo.

― Amalia, ¿puedes echarme una mano? ― levantó la voz mientras parecía que le entraba el pánico.

― Si estoy aquí, ¿para qué molestar a Amalia? ― intervino la estilista.

― La prefiero a ella ―, respondió fríamente y se puso cerca de mí, con las manos en los botones de la camisa.

― No te los voy a abrochar yo, eres capaz de hacerlo tú mismo ―, susurré para que no nos escucharan.

― ¿Puedes fingir simplemente que me ayudas?

Me hizo mucha gracia su irritación. Para alguien a quien se le pagaba un montón de dinero por hacer este juego, no parecía muy contento de estar allí. Lo que más me llamó la atención, por supuesto, fue lo incómodo que se sentía mientras era cortejado por las dos hermosas mujeres. En ese momento, sus manos temblaban de nerviosismo, al parecer, ya que pronto tendría que ponerse delante de la cámara y seguir al pie de la letra las órdenes del director.

Quería evitarlo, pero finalmente levanté mis manos hacia su camisa para ayudarle a terminar más rápido. Sonrió con suficiencia, como si hubiera ganado una apuesta conmigo mismo, lo que me obligó a detenerme inmediatamente, molesta. Le dirigí una mirada furiosa y, con un movimiento brusco, le arreglé el cuello de la camisa.

― Termina, en cinco minutos te quieren afuera ―, le ordené y le señalé donde había dejado su café, cerca del mío.

― Sí, jefa ―, se burló. Pasó por delante de mí con una gracia excesiva y tomó la taza en la mano tras asegurarse de que había elegido la correcta. Por un pequeño momento pensé en detenerlo, pero cuando me encaró, me arrepentí. Me miró como si me estuviera poniendo a prueba. Hijo de puta, pensé. Sabía perfectamente que no lo soportaba y se aseguró de darme más razones para haberme lamentado conocerlo. Se llevó el vaso a los labios sin apartar sus ojos de los míos y dio un valiente sorbo. Nunca olvidaré la cara que puso cuando se dio cuenta de que el café era dulce. Puso los ojos en blanco y lo escupió inmediatamente. No pude evitar reírme, feliz por la forma en que había conseguido cortarle las alas. Él, maldijo entre dientes porque manchó su camisa, pero valió la pena. Lástima que los teléfonos móviles estuvieran prohibidos, porque habría sacado unas magníficas imágenes para enseñárselas al mundo.



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En el texto hay: misterio, romance, aventura

Editado: 17.07.2022

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