El juego del amor

Capítulo 7

Conseguí levantarme sin la ayuda de nadie, no es que fuera imposible, sólo quería ser un poco dramática en ese momento. Saqué una toallita húmeda de mi bolso y me limpié la cara de las babas de Max, riendo. Me sacudí un poco la ropa manchada de tierra y luego, con paso decidido, entré en la casa. Había dejado la puerta abierta para mí, que bien, pero cuando di un paso dentro me arrepentí. Me sentí como si estuviera entrando allí ilegalmente.

― ¡Manuel! ― grité, diciendo su nombre por primera vez.

Una joven de unos veinte años hizo su aparición desde una habitación, que probablemente era la cocina. Me sonrió y me di cuenta de que se parecía mucho a Aldana. Tenían el mismo color de ojos, aunque los de la chica no eran tan brillantes como los de él.

― Manuel, una admiradora tuya te está buscando ―, gritó, mirándome escrutadoramente con los ojos entrecerrados, como si estuviera decidiendo si yo era peligrosa o no.

― Oh, créeme que su admiradora no soy ―, le aseguré, haciendo una mueca. ― Soy Amalia, trabajo en la producción del juego ―, me presenté.

― Ja ―, hizo ella, impresionada. ― Beatriz, la hermana del novio y futura psicóloga ―, bromeó y me dio la mano.  ― No sabía que tenía una persona de la producción con él.

― Sí, desafortunadamente mi trabajo es asegurarme de que no haga algo estúpido que no debería hacer.

― ¿Cómo qué?

― Hablar con la prensa, coquetear con quien se le ponga enfrente, o hacer puénting...

La risa de Beatriz me impidió decir nada más. ― Muy gracioso ―, dijo ella, sin aliento. ― Manuel es el hombre más aburrido del mundo...

― Muchas gracias, Beatriz, ya puedes dejar de alabarme ―, llegó la voz de Aldana y, pronto, hizo su aparición. Su hermana se alejó continuando la risa, pero él me miraba a mí. ¿Estaba enfadado? No podía entenderlo.

― ¿Vives con tu hermana? ― pregunté tímidamente.

― Con toda mi familia ―, me corrigió.

Me sorprendió y no pude ocultarlo. ― ¿No eres un poco mayor para vivir con tus padres? ― comenté en voz baja.

― No es de tu incumbencia ―, respondió secamente.

― Manuel, ¿dónde estás? ― oí que le llamaba una mujer. Me hizo un gesto para que le siguiera, pero su tono era muy sombrío. ― Vamos, muchacho, ¿dónde has desaparecido?

Me sorprendió ver a una mujer en silla de ruedas, limpiando judías. Se sorprendió igualmente cuando se dio cuenta de que yo estaba allí. Intenté no avergonzarla mirándola como si fuera una exhibición y sonreí ampliamente.

― Hola, señora Aldana. Siento venir sin invitación. Soy Amalia Sánchez, trabajo con su hijo.

― ¿Amalia Sánchez? ― repitió mi nombre con sorpresa, sus ojos se dirigieron a Aldana. Permaneció inexpresivo, aunque estaba seguro de que hablaban con los ojos. ― Encantada de conocerte, Amalia ―, continuó con una sonrisa. ― Bienvenidos, ya que están los dos aquí, se quedarán a cenar, ¿no?

― No, mamá, Amalia no puede quedarse. Está ocupada...

― Manuel, deja hablar a la chica ―, le regañó.

― Sí hombre, rápidamente quieres deshacerte de ella ―, se burló su hermana.

Se volvió hacia mí. No sé cuál era su propósito, probablemente avergonzarme, a juzgar por su forma de actuar.

― Manuel, ¿puedo hablar contigo? ― dijo meliflua, tirando de su brazo.

Salimos de la cocina y nos miramos intensamente. ― No te vas a quedar ―, me advirtió.

― Tú tampoco ―, respondí en voz baja. ― Sabes que no puedes estar aquí.

― No me voy a ir. Quiero ver a mi madre antes de que me encierren en el juego ―, insistió, y tenía un tono de súplica que no pude ignorar. Bajé la mirada porque tenía que pensar en lo que íbamos a hacer. No debía estar lejos de él, pero él, no quería que estuviera cerca de él en ese momento. Y yo, claramente, no quería privarle de la oportunidad de verla. En tres meses tenía que renunciar a su vida por el juego. Incluso el hecho de que fuera su elección participar no borraba el hecho de que las reglas eran duras. No pensaba tanto en él como en su madre, que parecía necesitarlo.

― Vale ―, murmuré, sorprendiéndole con mi respuesta. ― Puedes quedarte y yo me iré ―, acepté, sabiendo perfectamente que al final me arrepentiría.

― ¿A dónde vas a ir?

― Al coche ―, le expliqué, evitando mirarle. ― No se me permite estar lejos de ti, así que te esperaré allí ―. Solté el aliento y me froté los ojos. ¿Cómo puedo sentirme ya tan cansada? Le di la espalda y me dirigí hacia la cocina, sorprendiéndolo. No sé qué pensaba que iba a hacer. Nunca le diría a su madre que me estaba enviando lejos. ― Señora Aldana, ha sido un placer conocerla, pero tengo que irme. Volveré en unas horas a recoger a Manuel.

― ¿Por qué no te quedas? ― Ella quería saber. No quería decirle la verdad. Podría haberlo hecho para avergonzarlo, pero me pareció un golpe bajo y la verdad es que yo no era ese tipo de persona.

― Tengo algunos asuntos. Pero gracias por la invitación ― sonreí mientras mentía y me volví hacia Aldana, que me miraba disculpándose ― A las cuatro, ¿está bien quedar a las cuatro?

― Sí ―, susurró. ― Gracias.

Asentí con la cabeza y me alejé a grandes zancadas. Esperaba encontrar algo cerca para comprar algo de comer. Tal vez me tumbaría en los asientos traseros del coche y tomaría notas para mi próximo libro. Vale, eran cuatro horas, se pasarían rápido. Pero me aburrí desde que entré. Ni siquiera podía concentrarme. Tenía más hambre que un lobo, lo que significaba que tendría que encontrar algo para comer pronto. Había visto un minimercado un poco más allá, así que pensé en visitarlo inmediatamente para comer lo que me abriera el apetito, cuando oí que llamaban al cristal. Estaba tan absorta que me sobresalté y dejé escapar un grito mientras mis papeles se esparcían por todas partes.

Oí una carcajada que nunca había oído antes. Pertenecía a un hombre. Me giré hacia él, pero me sorprendió ver que Aldana me miraba y se reía a carcajadas. Me quedé con la boca abierta porque si era guapo cuando se ponía serio, cuando se reía simplemente... era un hombre diferente. Hermoso, pensé, y bajé el cristal para hablar con él, ignorando mi corazón agitado. Supongo que fue el miedo.



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En el texto hay: misterio, romance, aventura

Editado: 17.07.2022

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