El juego del amor

Capítulo I

1817, Castle Combe.

En la casa de campo de los Edevane.

 

Lady Celestia tomó un pequeño sorbo de té mezclado con un pequeño chorro de leche, mientras estaba en espera de su mejor amiga, Lady Ellenia Williams. Era la hija menor de los condes de Bute. Era la única amiga que poseía, dado que no tenía dotes sociables. Siempre que tenía que hablar con otras damas que no fuera Ellenia, o bailar con caballeros en las fiestas, quería fingir dolencias tan solo para evitar esa tortura conocida como socializar con desconocidos.

 

Las galletas de almendra con pepitas chocolate —recién hechas y muy calientes—, estaban perfectamente ordenadas en el plato, listas para ser comidas por ella.

 

Celestia se zampó a un puñado, sintiendo como se deshacían con suma facilidad en su boca. Cerró los ojos, degustando la mezcla entre la dulzura de almendras y la amargura del chocolate negro.

 

Con las ventanas abiertas, con las cortinas hacia un lado, disfrutaba de la paz matutina. Hacía un soleado agradable y primaveral, y el cielo despejado y azul.

 

Desgraciadamente, ser la menor de una familia numerosa como la suya, no dejaba momentos donde podías disfrutar la soledad en suma tranquilidad, sin tener escuchar constantemente gritos de sus hermanos. Todos ellos chicos con una pobretona hermana menor, o sea, ella. De verdad, un buey salvaje se comportaba mejor que ellos.
 

Michael Edevane —era el menor de los cuatros chicos—, la saludó como un huracán, con tanta alegría y emoción reflejada en su expresión facial. Era el extrovertido, el más querido de todos. No había ninguna dama en la sociedad que no se resistiera ante las sonrisas carismáticas de Michael. Con su apariencia encantadora, un rostro jovial, tierno y adorable. Ojos grises con matices azules. Pelo castaño chocolate. Piel lisa y luminosa, blanca y con un lunar en el pómulo. Sus labios eran gruesos, siempre sonrientes. Era la altura considerada, flaco y con piernas ligeramente flacas y alargadas. En conclusión, era el caballero perfecto para cualquier dama con predilección por los romances apasionados, justo como esas famosas novelas románticas.

 

—¡Winee!

 

Odiaba ese apodo con todo su ser. Obviamente, por esa razón, a sus hermanos les encantaba molestarla llamándola con ese mugroso mote. Un buen hermano jamás perderá la oportunidad de ser una molestia para el otro.
 

—¡Mik! ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en Oxford?

 

Michael estaba en su último año en la universidad. Él quería ser físico. Su intención era conocer más sobre la naturaleza de los seres vivos. Desde pequeño, la astrología había sido su pasatiempo favorito. Y con el pasar de los años, un simple pasatiempo se convirtió en la pasión de su vida. Planetas, estrellas, átomos y entre tantos, eran el bombardeo de su corazón.

 

—No iba a perderme nuestra fiesta del año. Así que, adelanté los exámenes finales y... ¡Aprobé!
 

Celestia dejó el vaso de té en la taza. Poniéndose de pie, caminó hacia Michael y lo abrazó. Se sintió algo incómoda, porque ella no era dada a las muestras de afecto. Aunque su familia era cariñosa, siempre había la oveja negra en cuanto a las demostraciones amorosas.

 

—¡Felicidades, hermano! ¿Y ahora qué harás? ¿Algún plan en el rumbo?
 

—La verdad es que... No sé qué haré ahora. Tal vez me tomaré un año para descubrir qué es lo que quiero, cuál es mi verdadera misión en la vida. 

 

Celestia asintió ligeramente con la cabeza.
 

También deseaba saber cuál era la razón por la cual había venido a este mundo. ¿Acaso fue para casarse y tener descendencia para su futuro marido? ¿Eso era en realidad lo que le esperaba en la vida?
 

Era injusto, pensó Celestia. Quería, al menos una vez en su vida, experimentar lo que los caballeros vivían. Su mente la llevó a otra vida. Una donde ella en realidad era un joven chico en la universidad, en búsqueda de sueños y aventuras.

 

Volvió a su realidad. Dejarse llevar por la fantasía era como golpear tu propio pie. Era mejor que se enfocará en buscar un marido para esta temporada. Aunque aún le quedaban varios años para que le consideraran una solterona y entrar en el rincón de las no deseables por nadie. (Ni por los cazafortunas o viejos cuarentones.)
 

Pero el problema era que:
 

Tenía una lista donde describe cómo era el hombre perfecto para ella.
 

Las cualidades que debería tener. Tales como bondad, sinceridad, respeto, fidelidad y lo más importante: amarla.
 

Tal vez no era de esas típicas damas que suspiraban por vivir un romance de cuentos de hadas. Eso era tan irreal y poco sensato.

 

No, claro que no. Ella era demasiado práctica como para dejarse llevar como las heroínas de ese tipo de historias sin sentido.

 

Para su desgracia, esas cualidades eran imposibles de encontrar en un hombre.

 

Era más probable que los cerdos volarán antes de que encontrara un caballero decente, con esos rasgos.

 

—Eso es bueno.

 

—Sí. Bueno, ¿qué haces aquí? ¿No deberías estar preparándote para la fiesta de noche?
 

Celestia soltó un bufido, cargado de inquietud e incomodidad.
 

Odiaba ser el centro de atención. Donde todas las miradas estaban puestas en ella.
 

—Estoy esperando a Lady Ellenia. Quedamos juntas para desayunar y prepararnos para lo de esta noche. Pero no la veo.

 

—¿Lady Ellenia? La he visto hace poco en el jardín. Estaba charlando con el duque Exeter. Parecían cercanos.
 

Celestia miró a su hermano, extrañada.
 

¿Con el duque Exeter? ¿Desde cuándo su mejor amiga hablaba con la peor calavera de toda Inglaterra? No tenían nada en común. Ella era dulce y tierna. ¡Y él era todo un libertino! Era desagradable e insufrible. Siempre estaba metido en problemas de falda. Cualquier madre decente con sensatez lo alejaban de sus hijas. Tal vez fuera un duque, pero su reputación era de la peor calaña.




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