Tanto Daniel como Ellenia miraban atónitos a la escena.
Si las miradas mataran, ahora Theodoric estaría bajo tierra.
Él estaba riéndose con tanto alboroto, mientras Celestia lo fulminaba con la mirada.
—¿De qué se ríe? ¿Acaso me toma como un bufón? —espetó con los brazos cruzados.
Theodoric limpió sus lágrimas, causadas de tanta risa. Nunca se había sentido tan vivo. A decir verdad, llevaba viviendo como un muerto desde los cinco años.
Tampoco entendía por qué todo esto le hacía tanta gracia. ¿Será porque era la primera vez que alguien le gritaba o le tiraba algo? Era un duque y nadie se atrevía a molestarlo. O decir algo que pudiese romper su alianza o crear un ambiente hosco.
Ver a Celestia hecha toda una fiera era gracioso. Ella era poseedora de una piel de porcelana y sedosa, entonces sus mejillas se rojearon como consecuencia de su enojo. Era una imagen demasiado tierna para una persona como era él.
Un sentimiento de ternura floreció dentro de Theodoric mientras su miraba estaba enfocada a la de ella con firmeza.
Sus ojos azules eran como dos bolas mágicas. Una vez que los mirabas, no podías dejar de hacerlo.
Se acercó a ella con movimientos lentos y elegantes. Se quedó a pocos centímetros de Celestia.
Molestarla un poco más será una experiencia mucho más agradable.
—Disculpe, milady. Usted es tan divertida. Jamás pensé que fuera a serlo. ¿No ha reflexionado alguna vez ser parte de los bufones de la realeza inglesa? Le quedaría bien.
No sabía por qué había dicho eso con intención de molestarla. Meterse con ella no era buena idea. Tampoco era un comportamiento digno de caballero. Pero, él jamás había sido un caballero.
Aun así, ella se merecía respeto porque era la hermana menor de su mejor amigo.
—¡Usted! —exclamó Celestia con la voz temblorosa mientras lo señalaba con el dedo—, ¡Eres insufrible!
Theodoric ni se inmutó. Se encogió de hombros.
Estaba acostumbrado a ser insultado. Había vivido con una persona donde su pasión había sido insultarlo, tratarlo como un ser inservible por largos veinte años.
—Ser insufrible es un talento, querida. Así que, debo darte las gracias por el halago.
—No era un halago, era un insulto, alteza. Y no me llame querida.
«¿Cómo se atrevía en llamarla querida?»
No era una persona violenta, claro que no. Siempre había sido dócil y frágil, porque así cómo la criaron en la escuela de señoritas.
Una buena dama jamás debía ahuyentar a un caballero con su comportamiento poco sumiso.
Sin embargo, Theodoric no era ningún caballero. Era un famoso calavera, y ella tal vez no era tan buena dama como aparentaba.
Había algo en Theodoric. Cuando estaba con él, algo dentro de ella crepitaba, sacudiendo con una creíble violencia cada parte de su cuerpo.
Le asustaba esta intensidad. No le agradaba que Theodoric sacara este lado de su personalidad. Tan extraño y lejano a su verdadero yo.
¿O en realidad siempre había sido así?
Tan volátil y salvaje como las chispas del fuego.
«Tiene el pelo pelirrojo.»
«No será una buena esposa.»
«Parece como esas escocesas tan salvajes y peligrosas.»
Su pelo rojizo, tan oscuro como las cerezas había sido una maldición para ella.
Se esforzó tanto en luchar contra el prejuicio de ser pelirroja.
Aun así, los caballeros seguían viéndola como jovencita indomable, aunque su comportamiento era de el más ejemplar. Callada y tímida.
No opinaba sobre temas como la política o los derechos de las mujeres —como lo hacía la duquesa de Kent, Lilah—,
Celestia se centraba en soltar comentarios relacionados con el tiempo y el arte. Temas aceptables para una joven casadera.
¿Era posible odiar a alguien de una manera tan intensa y profunda?
Este tipo de emoción era peligroso.
Daniel y Ellenia no dejaron de contemplar en silencio, las interacciones de Celestia con Theodoric, boquiabiertos.
Se observaron el uno al otro por varios instantes, sabiendo que debían de separar a Celestia de Theodoric o un asesinato ocurriera, en cambio.
Ninguno quería verla en la horca por asesinato. Sobre todo, si era un duque con grandes contactos políticos.
El príncipe regente tenía una excelente relación con Theodoric. Juntos había ido a muchas fiestas, el príncipe para disfrutar de las compañías femeninas y Theodoric para montar otro escándalo para enfurecer a su progenitor.
Antes de poder interrumpir a la pareja, Theodoric se les adelantó.
A pesar de disfrutar de su conversación con Celestia (era un poco masoquista, al parecer.), supo que tenía que dejarla ir en estos momentos antes de convertirse en su víctima. No podía morir, no ahora.
No porque aún era joven. Si no por otras razones.
Su instinto, el más oculto y animal de su ser, le exigía satisfacer una necesidad un tanto insensata e insana: desposar a Lady Celestia.
Una dama tan diferente a las demás.
Aunque intentara fingir lo contrario.
Su verdadero ser estaba hecho de puro fuego, ocultando una pasión devastadora.
Theodoric no quería desposar ninguna frívola. Ya tuvo bastante frialdad en su vida.
Y su instinto jamás le fallaba. Celestia era la dama que necesitaba.
Tal vez, con ella podía terminar desarrollando una bonita amistad mientras era su esposa.
¿Amor? Por desgracia, era incapaz de amar a nadie.
Pero tal vez, en un futuro, cuando los fantasmas de su pasado dejen de atormentarlo, podría darse la oportunidad de amar sin miedo, de sufrir una tragedia.