La semana que siguió al emocionante y a la vez aterrador sorteo de las parejas se convirtió en un torbellino de citas inusuales y encuentros forzados. Cada uno de ellos, envuelto en la telaraña del juego, se convirtió en un pequeño actor en una obra de teatro improvisada, donde la fachada del juego se mantenía a duras penas mientras los verdaderos sentimientos pugnaban por salir a la superficie. Elara, con su espíritu organizador a flor de piel, había insistido en que las misiones se llevaran a cabo con un mínimo de documentación: una foto que capturara la esencia de la experiencia, pero que, por supuesto, mantuviera en secreto la identidad de los "objetivos".
La primera misión de Kael y Elara los llevó a una clase de cocina tailandesa. Elara, que se consideraba una cocinera competente, pronto se dio cuenta de que la cocina tailandesa era un arte que requería una paciencia y una precisión que ella, en ese momento, no poseía. Kael, por su parte, parecía tener un don natural para el desastre culinario. El arroz se pegó, el curry se quemó y el pad thai terminó pareciendo una masa informe.
Sin embargo, entre risas y desastres, algo inesperado comenzó a florecer. Kael, con su humor contagioso, logró que Elara se relajara y se riera de sí misma. Sus manos se rozaron accidentalmente mientras intentaban desatascar un wok, y una chispa, fugaz pero innegable, saltó entre ellos. Elara se encontró disfrutando de la compañía de Kael de una manera que no había anticipado. Él no era Valerius, con su intensidad silenciosa, pero había una ligereza y una alegría en Kael que la hacían sentir libre.
Al final de la clase, con el delantal manchado de curry y el pelo revuelto, Kael le ofreció un trozo de mango con arroz pegajoso, el único plato que habían logrado salvar.
— "No es gourmet," dijo, "pero al menos no nos envenenará."
Elara sonrió, y por un momento, olvidó que todo era parte de un juego. La foto que tomaron, con sus rostros manchados de harina y sus sonrisas genuinas, capturó una complicidad que iba más allá de la amistad.
Valerius y Lyra, por su parte, se encontraron en una galería de arte moderno, un lugar que Valerius detestaba y Lyra encontraba pretencioso. La misión de Valerius era hacer que Lyra se riera genuinamente al menos cinco veces. Lyra, con su sarcasmo habitual, le puso las cosas difíciles. Recorrieron la galería, deteniéndose frente a cuadros abstractos y esculturas incomprensibles.
Valerius intentó chistes malos, imitaciones de los artistas y comentarios absurdos sobre las obras. Lyra, al principio, solo le dedicaba miradas de desaprobación. Pero a medida que Valerius se esforzaba, su persistencia comenzó a derribar las barreras de Lyra. Finalmente, frente a una instalación de luces parpadeantes y sonidos extraños, Valerius hizo una imitación tan ridícula de un crítico de arte que Lyra no pudo contener la carcajada.
— "Una, dos, tres, cuatro, cinco," contó Valerius, sintiendo una punzada de satisfacción. Había logrado su misión. Pero mientras la veía reír, una extraña sensación se apoderó de él. Lyra, con su risa contagiosa y su inteligencia aguda, era más de lo que había esperado. La foto que tomaron, con Lyra riendo a carcajadas y Valerius con una sonrisa triunfal, mostraba una conexión inesperada.
Sin embargo, Lyra no podía evitar pensar en el mensaje de texto que había recibido de su pareja secreta antes de la cita: "Diviértete, pero no demasiado."
Silas y Seraphina habían elegido el observatorio, un lugar que prometía silencio y contemplación. Silas, con su naturaleza introspectiva, se sentía más cómodo en la oscuridad, bajo el manto de las estrellas. Seraphina, con su calma serena, era una compañera silenciosa pero atenta.
Pasaron horas observando las constelaciones a través del telescopio, susurrando nombres de estrellas y galaxias. Silas, sorprendido por la profundidad de los conocimientos de Seraphina sobre astronomía, se encontró abriéndose a ella de una manera que rara vez hacía con otros. Hablaron de la inmensidad del universo, de la insignificancia de los problemas humanos y de la belleza de lo desconocido.
Seraphina, por su parte, escuchaba con una atención que hacía que Silas se sintiera visto y comprendido. No había risas ruidosas ni bromas, sino una conexión tranquila y profunda. Silas, que había esperado una tarde incómoda, se encontró disfrutando de la compañía de Seraphina. La foto que tomaron, con sus siluetas recortadas contra la cúpula del observatorio, capturó la quietud y la conexión de ese momento.
Silas, sin embargo, no podía evitar que su mente regresara a Lyra, a la esperanza de que algún día, ella lo viera de la misma manera.
Al final de la semana, las fotos fueron compartidas en el grupo de chat, cada una una pieza del rompecabezas que era el Juego del Amor. Las risas y los comentarios llenaron la conversación, pero debajo de la superficie, las emociones eran más complejas. Elara se preguntaba si su atracción por Kael era real o solo parte del juego. Valerius se sentía confundido por sus sentimientos hacia Lyra, aunque su corazón seguía anhelando a Elara. Lyra se sentía atrapada entre su secreto y la creciente complicidad con Kael. Silas se sentía dividido entre la tranquilidad que encontraba con Seraphina y su amor inquebrantable por Lyra.
El juego, que había comenzado como una diversión, estaba empezando a difuminar las líneas de la amistad y el amor de una manera que nadie había anticipado. Y la pregunta de Silas, "¿Y si alguien se enamora de verdad?", resonaba con una fuerza cada vez mayor en la mente de todos.
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Editado: 23.08.2025