El Juego del Amor

Capítulo 4: Sombras en el Juego: Secretos y Primeras Fisuras

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La segunda semana del Juego del Amor trajo consigo una capa de complejidad y tensión que comenzó a tejerse sutilmente entre los hilos de la amistad. Las risas seguían presentes, pero ahora venían acompañadas de miradas furtivas, silencios incómodos y una creciente sensación de que las reglas del juego se estaban volviendo demasiado flexibles o demasiado rígidas, dependiendo de quién las interpretara.

Los secretos, como sombras alargadas, empezaron a proyectarse sobre las interacciones diarias. Lyra, en particular, sentía el peso de su relación clandestina con una intensidad creciente. Su pareja secreta, un estudiante de posgrado llamado Dorian, era posesivo y celoso, y la idea de que Lyra estuviera participando en un "juego de citas" lo irritaba profundamente.

Los mensajes de texto de Dorian se volvieron más frecuentes y exigentes; sus llamadas, más insistentes. Lyra se encontraba constantemente buscando excusas para alejarse del grupo, para responder a sus mensajes o para hablar con él en privado. Esta conducta no pasó desapercibida. Valerius, con su aguda percepción, notó la tensión en los hombros de Lyra cada vez que su teléfono vibraba.

Kael, aunque distraído por su creciente interés en Elara, también percibió la evasión de Lyra. Pero fue Silas quien sintió el aguijón más profundo de la sospecha. Su amor por Lyra lo hacía hipersensible a cualquier cambio en su comportamiento. La veía distraída, ansiosa, y una punzada de dolor se instalaba en su pecho cada vez que ella se excusaba para ir al baño o para "tomar aire".

Una tarde, mientras el grupo estudiaba en la biblioteca, Lyra recibió una llamada de Dorian. Se excusó, diciendo que era su madre, y se dirigió a un rincón apartado. Silas, que estaba buscando un libro en la misma sección, la escuchó. La voz de Lyra era baja, pero las palabras "no, no estoy coqueteando, es solo un juego" y "no te preocupes, no significa nada" llegaron a sus oídos como cuchillos.

El corazón de Silas se encogió. ¿Con quién hablaba Lyra con tanta intensidad? ¿Y por qué la necesidad de negar que el juego significaba algo? La imagen de Lyra riendo con Valerius en la galería de arte, o con Kael en la clase de cocina, se reprodujo en su mente, y una ola de celos, cruda y dolorosa, lo invadió.

Se retiró en silencio, el libro olvidado en sus manos, la certeza de que Lyra tenía un secreto, y que ese secreto lo excluía a él, pesando sobre su alma.

Elara, por su parte, comenzaba a sentir la presión de su propio juego. Su objetivo, Valerius, era un desafío. Él era encantador, atento, y sus interacciones eran fluidas y naturales. Demasiado naturales, quizás. Elara se encontraba a menudo preguntándose si los gestos de Valerius eran parte de su estrategia para el juego, o si había algo más. La forma en que sus ojos se posaban en ella, la manera en que su mano se demoraba un segundo más de lo necesario cuando le pasaba algo, la intensidad de su mirada cuando hablaban de temas profundos. ¿Era todo una actuación? Elara, con su pasado romántico complicado, era reacia a confiar en sus propios sentimientos.

Había sido herida antes, y la idea de que este juego pudiera abrir viejas heridas la aterraba. Se encontró analizando cada interacción, buscando señales, intentando descifrar si Valerius estaba jugando o si, como Silas había preguntado, se estaba enamorando de verdad. La línea entre el juego y la realidad se volvía cada vez más borrosa, y Elara, la organizadora, se sentía atrapada en su propia trampa.

Kael, el despreocupado bromista, también estaba experimentando un cambio. Su objetivo, Elara, había despertado en él algo más que diversión. La forma en que ella se reía de sus chistes, la inteligencia en sus ojos, la pasión con la que hablaba de sus ideas. Kael se encontró pensando en ella más de lo que admitiría, y la idea de que ella pudiera estar interesada en otro, o que su interés en él fuera solo parte del juego, le provocaba una punzada de algo parecido a los celos. Empezó a observar a Valerius con una nueva atención, notando la forma en que él también miraba a Elara. La competencia, aunque no declarada, comenzaba a gestarse. Kael, que siempre había evitado las complicaciones emocionales, se encontraba en un terreno desconocido, y la seriedad de sus sentimientos lo asustaba un poco.

Seraphina, la observadora silenciosa, notaba todas estas dinámicas. Sus ojos, que parecían ver a través de las fachadas, captaban las tensiones no dichas, los deseos ocultos y las verdades a medias. Una tarde, mientras el grupo cenaba en el apartamento de Elara, Seraphina, con su voz tranquila pero penetrante, comentó: "Es fascinante cómo un simple juego puede revelar tanto sobre la naturaleza humana. Las máscaras se caen, ¿no creen?" Su mirada se detuvo un instante en Lyra, luego en Silas, y finalmente en Elara y Valerius. Nadie respondió, pero la incomodidad se instaló en el aire. Las palabras de Seraphina eran como un espejo, reflejando las verdades que todos intentaban ocultar.

El juego, que había comenzado como una diversión inocente, estaba empezando a exponer las vulnerabilidades de cada uno, y las sombras de los secretos amenazaban con oscurecer la luz de la amistad.

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¿Qué harían ustedes si tuvieran una relación como la de Lyra?




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