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La tensión, esa invitada silenciosa que había crecido durante la segunda semana del Juego del Amor, finalmente encontró su estallido en la fiesta de cumpleaños de Kael. Los secretos a flor de piel y las miradas cargadas de significado habían tejido una red invisible que estaba a punto de romperse.
El apartamento de Kael, usualmente un remanso de desorden y risas, se había transformado en un hervidero de música vibrante y conversaciones animadas. Pero bajo la superficie, una tormenta de emociones se gestaba, invisible para la mayoría. El alcohol fluía libremente, desatando lenguas y bajando las defensas de todos, especialmente de los participantes del juego.
Elara, con una copa de burbujeante champán en la mano, se sentía extrañamente ligera. La conversación con Kael había sido un torbellino de facilidad, diversión y, para su sorpresa, momentos de una profundidad inesperada. Él, con su encanto habitual, la había hecho reír hasta que le dolieron las mejillas. Y en un instante, mientras bailaban al ritmo de una canción pegadiza, sus manos se entrelazaron de forma casi natural.
Una chispa, más intensa que la que sintió en la clase de cocina, recorrió el brazo de Elara. Kael la miró a los ojos, y por un fugaz segundo, la máscara de la broma se desvaneció de su rostro, revelando una seriedad que Elara no le había visto antes.
—Sabes, Elara —susurró Kael, acercándose a su oído por encima del rugido de la música—, este juego... está empezando a ser demasiado real para mí.
Antes de que Elara pudiera articular una respuesta, Valerius apareció a su lado, su rostro una máscara de genuina preocupación.
—Elara, ¿has visto a Lyra? No la encuentro por ninguna parte.
La pregunta de Valerius rompió la burbuja de intimidad que se había formado entre Elara y Kael. Lyra había estado extrañamente esquiva toda la noche, deslizándose en rincones oscuros para responder mensajes de texto y evitando el contacto visual. Silas, por su parte, la había estado observando con una intensidad casi dolorosa, su rostro pálido y sus ojos fijos en ella. La preocupación de Valerius era palpable, y Elara, sintiendo un escalofrío de presentimiento, asintió.
—No, pero la busco contigo.
Mientras Elara y Valerius se abrían paso entre la multitud, la música se detuvo de forma abrupta. Un silencio tenso se apoderó de la sala, y todas las miradas se clavaron en el centro, donde Lyra estaba de pie, su rostro lívido. A su lado, Dorian, el estudiante de posgrado, la sujetaba por el brazo con una furia contenida.
La mano de Dorian estaba firmemente aferrada al brazo de Lyra, y sus palabras, aunque dichas en un susurro, resonaron con veneno en el silencio.
—¿Así que este es tu famoso 'juego', Lyra? —siseó Dorian—. ¿Coqueteando con todos tus amigos mientras me dices que no significa nada?
Lyra intentó liberarse, su rostro ardiendo de vergüenza.
—Dorian, por favor, no es lo que parece...
—¿No es lo que parece? —interrumpió Dorian, soltando una carcajada amarga—. ¡Ella es la que está haciendo un espectáculo! ¡Un juego con los sentimientos de todos!
En ese instante, Kael, que había estado observando la escena con una mezcla de confusión y creciente enojo, intervino.
—¿De qué demonios estás hablando? ¿Qué juego?
Lyra, con lágrimas asomando en sus ojos, finalmente logró soltarse de Dorian.
—¡Basta, Dorian! ¡No tienes derecho!
Pero Dorian no la escuchó. Su mirada se desvió hacia Silas, quien permanecía inmóvil, su rostro descompuesto.
—Y tú —espetó Dorian, señalando a Silas—, ¿Creías que tenías una oportunidad con ella? Ella solo te usa para distraerse. ¡Ella me ama a mí!
La acusación de Dorian fue la gota que colmó el vaso para Silas. El dolor, la humillación y la rabia se desbordaron. Sin pensarlo dos veces, Silas se abalanzó sobre Dorian, un grito gutural escapando de su garganta. La pelea fue rápida, caótica y brutal. Valerius y Kael se apresuraron a separarlos, pero el daño ya estaba hecho. Los vasos cayeron al suelo, la música se detuvo por completo, y el ambiente festivo se había desmoronado, transformándose en un campo de batalla de emociones desatadas.
Elara, observando el caos que había estallado a su alrededor, sintió un escalofrío helado. El juego, su juego, había explotado en sus manos. Las líneas entre la amistad y el amor no solo se habían difuminado, sino que se habían borrado por completo, dejando tras de sí un rastro de dolor y resentimiento.
Seraphina, con su habitual calma imperturbable, se acercó a Elara, su voz un susurro apenas audible en medio del tumulto.
—Te lo dije, Elara. Las máscaras siempre terminan cayendo.
La fiesta de cumpleaños de Kael, que debía ser una celebración, se había convertido en el epicentro de un terremoto emocional, un punto de no retorno que cambiaría para siempre las dinámicas del grupo. El Juego del Amor había revelado su lado más oscuro, y nadie sabía cómo recoger los pedazos rotos de sus corazones y sus amistades.
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Editado: 23.08.2025