Capítulo 2
El último capítulo; un paso a la realidad
La Sra. María luego de moler el café y prepararlo con leche, bajaba sin falta con un termo y una bolsa de pan hacia el criadero. Hace cinco años padeció de calambres en los tobillos y pasó 3 días en cama con un frío en los huesos. El pueblo pensó que jamás el Aurora probaría granos de café molido con la misma resistencia que lo hacía todas las mañanas la Sra. María. Mi madre, testigo de los milagros de las mariposas, le obsequió una de alas color marrón, quien delicada y con entusiasmo voló y anido en el cabello de su nueva dueña. A los dos días, el frío de sus huesos se transformó en calidez y se fue una semana a la capital para bailar como recordaba en su juventud. Al volver, relucía como una gema y sus facciones retrocedieron 10 años; la mariposa ahora era un broche de oro que acentuaba su color de cabello castaño.
— Buenos días, la mañana está fría —anunció su llegada.
— Mejor para nosotras, las mariposas buscarán un lugar cálido para descansar —contestó mamá con alegría, terminando de apilar hojas secas con un rastrillo—. Las épocas frías son las mejores; tenemos un sinfín de alas de colores entre las flores.
— Aunque la realidad significa... triple trabajo extra —agregué con una mueca en la boca mientras cortaba y trasplantaba los tallos en la recién tierra nutrida.
Mamá recriminó mi comentario y recibió el acostumbrado desayuno de la Sra. María para dejarlo en uno de los gabinetes del estante de madera junto a ella.
— La invito a desayunar luego de terminar con mi trabajo, hoy el menú es: pan, café con leche, avena, mantequilla y queso a la plancha.
La Sra. María asintió con la cabeza y empezó su camino por los florales para matar el tiempo, mientras tanto, mamá apresuró su rastrillar. Nuestros días eran tranquilos y monótonos; se resumían en trabajo, responsabilidades de la casa y alentar a los del pueblo a nunca ser avariciosos con las mariposas. Claro, aunque por mi edad, en ocasiones me escapaba para verme con mis amigos y Alex.
— Sabes usted, que el Sr. Carlos me comentó que había visto turistas por la zona —habló la Sra. María después de unos minutos de contemplar los girasoles y calas gigantes.
— ¿Turistas?
Me acerqué al estante de madera para escuchar mejor la conversación con la coartada de que iba a buscar las tijeras para cortar los tallos gruesos.
— Exacto, yo hice la misma pregunta. Es muy extraño ver gente desconocida por este lugar —caminó devuelta al tener la atención de mamá.
— ¿No será gente del gobierno? —Rastrilló la última hoja del suelo y reposó el implemento cerca de una pared.
— Aún así, no deja de ser extraño.
Vi de reojo como la Sra. María colocó una mano al lado de su boca como si quisiera susurrar. Por mi parte, seguía simulando que estaba de espaldas sin encontrar las tijeras.
— Debemos estar atentos al criadero. Los turistas suelen interesarse por cosas nunca antes vistas.
Acababa de descubrir lo mala que la Sra. Maria era para susurrar.
— Buenos días, Sra. María, buenos días, Sra. Lali, —Voltee con nervios disimulados al reconocer el tono de voz—, traje las migajas de madera que me pidió.
— Muchas gracias, Alex, las mariposas son caprichosas en cuanto a su alimentación —respondió mamá tomando el saquito de entre sus manos y haciéndole señas a la Sra. María para entrar a la casa—. Estas invitado a desayunar.
—Se lo agradezco, pero me gustaría pedir permiso para llevarme unas horas a Engel.
Apenas escuche mi nombre hice ademán de que guardaba las tijeras que nunca encontré y sacudí la tierra de mi pantalón. De inmediato, caminé hacia él sin percatarme de mi obvio apuro en irme.
Mi sonrisa y mirada de "Sácame de aquí" fue evidente hasta para mi madre.
— Está bien, pero solo dos horas.
— Mamá, pero...
— Engel, hay mucho trabajo. —Me sentenció con la mirada—. Es invierno.
—...Por eso he dicho muchas veces que debemos contratar... —La mano de Alex en mi hombro corto mi réplica.
— En dos horas la traeré de vuelta.
Ella complacida por la respuesta de Alex e ignorado que iba a imponerme ante su palabra, nos deseo un buen paseo y entró a la casa.
— Anden con mucho cuidado y abríguense muchachos —aconsejó la Sra. María antes de perseguir a mi madre.
Coloqué los ojos en blanco y me volteé a sentenciar a Alex.
— ¿Por qué siempre le das lo que quiere?
— Porque debo llevarme bien con mi suegra para poder pasar más tiempo contigo --Sonrió y tomó mi mano para sacarme del criadero.
— Fácilmente, pudieras raptarme.
— Es cierto, pero quiero evitar el sufrimiento de ambas.
Desde mucho antes de la separación de mis padres, mi madre y yo éramos unidas, y no me refiero a tener una excelente relación social; en eso estaba clara, nos desentendíamos en casi la totalidad de nuestras opiniones. Pero, al ser hija única, los sentidos maternales de ella estaban al mil porciento, y los míos estaban enfocados en querer llamar su atención; es así, como en ambas nació un fuerte lazo de dependencia, a pesar de querer aparentar lo contrario.
Aún así, al ser su hija, había heredado su carácter, y al cumplir 16 años descubrí que nuestro criadero de mariposas no era tan grande como mi madre me lo había planteado desde muy pequeña.
Un invierno me escapé, por primera vez, me dejé llevar por mi curiosidad de conocer los alrededores del pueblo donde crecí, y que con vergüenza nunca había tenido la oportunidad de conocer. Hoy en día, recuerdo que cuando corría libre en dirección a las veredas del pueblo en busca de límites, pude ver a mi madre a lo lejos en todo momento.
En uno de los límites del pueblo del Aurora, a unos 5 kilómetros, reposaba una laguna que se escondía entre los gruesos troncos de árboles de neem. En mi mente, escribí las grandes aventuras que tendría a partir de ahora tras conocer mi primer lugar desconocido. Me senté en las raíces de uno de los árboles, y me quité los zapatos para sentir con todo mí ser el concepto de la libertad. El lugar solo se componía de una laguna en medio, pero para mí, era como haber entrado en la madriguera del país de las maravillas.