—Mi vida —dijo Suzanne, acercándose y rodeándome con sus brazos—, qué bueno que llegaste, estaba hablando con tu secretaria.
Por alguna razón, me sentí incómodo y me aparté con la excusa de averiguar qué estaba pasando.
—¿Qué sucede? ¿Qué haces aquí? No mencionaste que vendrías.
—Retírate —le ordenó a Judith.
Quise protestar, pero decidí que era mejor que volviera a su lugar.
—¿Qué está pasando, Suzanne?
—Buenas noticias, amor. Regreso a trabajar contigo; seré tu mano derecha. ¿Qué te parece?
—Suzanne, no necesito una mano derecha. Todas las plazas están cubiertas.
Ella me observó con desconcierto.
—Puedo ayudar en lo que sea. Chris, quiero demostrar que no me interesa tu dinero, como dice Elianny. ¿Tienes algún motivo para que no esté aquí? —miró hacia donde estaba Judith—. ¿Es por esa mujer?
Suspiré y me rasqué la ceja.
—No, no es por ella. Es solo mi secretaria, eso ya está claro. Confío en ti, Suzanne.
—Aun así, quiero ser útil. Quiero demostrar que te amo más allá de todo lo que tienes.
—Lo siento, Suzanne, pero no hay mucho que puedas hacer en la empresa. ¿Haces esto por celos contra Judith?
Se quedó pensativa.
—No, pero no me gusta cómo te mira esa mujer. Es evidente que, si no hay algo ahora, lo habrá. Conozco a las de su clase; se hacen las moscas muertas, pero acaban con todo.
—Suzanne, por Dios. Judith es una mujer respetuosa y eficiente.
—No me lo parece. Deberías despedirla y dejarme ocupar su puesto.
—Fuiste asesora, no creo que quieras ser secretaria. Suzanne, no voy a despedir a nadie. Si quieres trabajar, puedo contactar a algunos socios, a Jarek por ejemplo, debe tener alguna vacante.
—No, olvídalo. Solo espero que puedas decirle a tu hija que lo intenté.
Me encogí de hombros. Ella se acercó y me besó de manera entusiasta, casi haciendo que derramara el café.
—Te veo en casa. Te amo. Estaré con mis amigas.
Asentí y ella salió.
La seguí, asegurándome de que se fuera sin importunar a Judith. Luego regresé a mi oficina.
Me concentré en mi trabajo hasta que llamaron a la puerta.
—Permiso, señor —la puerta se abrió con cuidado.
Mi mirada se perdió en lo hermosa que se veía con su cabello suelto, resaltando sus ojos verdes. Sacudí la cabeza, cuestionándome qué me pasaba.
Se acercó y dejó el café sobre mi escritorio.
—Se le quedó esto, señor.
—No, no se me quedó, lo traje para usted Judith.
—En ese caso, lo dejaré. En la cocina hay café, no quiero malos entendidos. Le agradezco de todas formas. Volveré a mi lugar de trabajo.
—¡Judith!
—¿Señor?
—Disculpe por la actitud de mi esposa. Ella…
—No se preocupe, señor. Con permiso.
Dejó el café y no tuve más opción que aceptar su gesto.
La vi sentarse. Volví a mis labores.
Mientras atendía casos de cobranza o cualquier otro problema, me aseguraba de mantener la mente centrada. Miré en varias ocasiones mi reloj para no llegar tarde a recoger a Elianny.
Levanté la vista hacia donde estaba Judith, ajusté mi camisa. Me bebí el café al ver a Jarek entregándole una rosa a Judith.
Le había pedido que la dejara en paz, pero al parecer no tenía intenciones de darse por vencido. Me levanté y caminé hacia su escritorio.
—Amigo, ¿qué te trae por aquí? —palmeé su hombro con cierta fuerza.
—Chris, veo que te estás ejercitando bien. Buen golpe. Pasaba por la zona y me dije a mí mismo: vamos a saludar a nuestro buen amigo Christopher y de paso ver a la belleza que tiene por secretaria.
—Bien, vamos a mi oficina —dije señalando el camino.
—Señor, señor, lo estaba buscando. Es algo importante —me abordó una de las asesoras.
—Ve, ve. Yo te espero aquí con esta maravillosa compañía —dijo sonriéndole a Judith.
Asentí y me alejé lo suficiente con la asesora, pero mientras ella hablaba, mi atención se desvió hacia Jarek y Judith.
Él se inclinaba sobre su escritorio, hablando en voz baja. Ella sonreía, claramente cómoda. Se mostraba educada en su trato, como era costumbre en ella.
—Señor, es importante —dijo la asesora con insistencia.
—Sí, claro, dime —respondí, sin apartar la vista de Judith.
La asesora empezó a explicarme algo sobre un problema con un cliente, pero apenas escuchaba. Mi mente estaba ocupada tratando de descifrar la conversación de Jarek y Judith.
Vi cómo Jarek le rozaba la mano, mi mandíbula se tensó. Ella mantuvo su sonrisa, aunque alejó sutilmente su mano, continuaron una risueña conversación.
—Entonces, ¿qué hacemos, señor? —preguntó la asesora, visiblemente frustrada.
—Eh, disculpa, ¿puedes repetirlo? —pedí, mirando brevemente a la asesora.
Ella suspiró, resignada, y comenzó de nuevo. Pero mi atención volvió a desviarse cuando vi a Jarek inclinarse aún más cerca de Judith. Algo dentro de mí hervía.
Finalmente, no pude soportarlo más. Interrumpí a la asesora en medio de su explicación.
—Un momento, por favor —le dije, levantando una mano.
Caminé hacia Jarek, intentando mantener una expresión neutral.
—Jarek, ¿podemos hablar en mi oficina?
—Claro, Chris, estaba charlando con tu encantadora secretaria, pero podemos continuar luego, ¿verdad, hermosa?
—Sí, bueno, tenemos asuntos que discutir. Judith, ¿puede traerme los documentos de la sala de archivo? —le pedí, buscando una excusa para alejarla de Jarek.
—¿Qué tipo de documentos, señor?
—El dossier del cliente de hace una semana, al que se le negó el crédito.
Ella asintió y se retiró.
Una vez en mi oficina, cerré la puerta tras Jarek con un poco más de fuerza de la necesaria.
—¿Qué pasa, Chris? Pareces tenso —dijo, dejándose caer en la silla.
—Nada, solo hay mucho trabajo. Estaba pensando en cambiar el color de las paredes de la oficina. ¿Qué opinas? —pregunté, fue lo primero que se me ocurrió.
—¿El color de las paredes? —Jarek levantó una ceja, claramente sorprendido por el tipo pregunta—. Supongo que un tono más claro podría funcionar.