David cogió los cordones de sus deportivas blancas y se hizo un nudo de manera rápida y eficiente. Levantándose a continuación para asomarse a su ventana de la habitación, observando que hacia un sol esplendido en todo Woodside. Un pueblo que vivía sus mejores apogeos debido al incremento sustancial de la población, llegando a la cifra ni más ni menos que de 5946 habitantes.
David prefería sin lugar a dudas un pueblo mucho más grande que eso, ya que el límite de planes que podía hacer en su tiempo libre, eran pocos. Pero claro, sus padres, que eran cazadores de monstruos, estaban viajando por todo el país en busca de las criaturas más temibles, teniendo la suerte de que a lo mejor los veía una vez al año. Por culpa de eso, le mandaron a la casa de sus abuelos hasta que fuese lo suficientemente mayor para irse a otro lugar. Aunque en el fondo… David se había acostumbrado al estilo de vida que tenía el pueblo y ahora aquel pensamiento había cambiado.
Tras echar un vistazo al exterior, David se giró y rodeó su cama hasta llegar a la mesilla, dónde cogió su mochila llena de libros a estrenar debido a que hoy era el inicio de otro curso escolar. Se la llevó a su espalda y antes de irse hacia la puerta, puso en su sitio el despertador y la lámpara de la mesilla, viendo que ahora sí, estaba todo en su sitio. Así que salió de su habitación y bajó las escaleras hasta llegar a la puerta de la casa.
– Toma David – su abuela, que se conservaba bastante bien y que era la que se encargaba prácticamente de mantener la casa, apareció de la cocina con una fiambrera –. Te he hecho tu sándwich favorito – se lo ofreció.
David, que ya le había dicho cien veces que no hacía falta que le hiciera eso, lo cogió sin rechistar y se lo guardó en el bolsillo delantero de su mochila.
– Muchas gracias, abuela – sonrió y se acercó hacia ella para darla un abrazo, ya que a fin de cuentas, le cuidaba como si fuese su madre.
– Ten mucho cuidado, David – su abuelo, un poco deteriorado y con un bastón marrón debido a su cojeo en la pierna derecha, salió del salón y se quedó a la distancia de él –. Siempre tienes que estar…
– Preparado, lo sé – se le adelantó David –. Eso si ocurriese algo, claro… – Susurró.
– Nunca se sabe cuando algo o alguien te puede sorprender – agregó su abuelo.
– No seas tan tiquismiquis Rober – le regañó su mujer y a continuación miró a David –. Que te vayan bien las clases.
– Me he apuntando a dibujo técnico, así que tardaré un poco más. Os recomiendo que no me esperéis a comer – les advirtió y al instante se fue hacia la puerta para abrirla –. ¡Hasta luego! – Salió al exterior y siguió el camino de baldosas de piedras hasta llegar a la acera.
– ¡No te metas en líos! – Le gritó su abuela una última vez.
David levantó su mano para despedirse de ella y comenzó su caminata hacia la escuela una vez más para comenzar por fin el undécimo grado
Cuando llegó a la entrada principal de la escuela, David observó que todo estaba tan tranquilo como siempre. Bueno, tranquilo para un chico de su edad, ya que como era de esperar, había bastante barullo en la entrada. Alumnos que hacían novatadas a los nuevos, alumnos que esperaban en la entrada con folletos para que te unieses a sus grupos extraescolares, alumnos escuchando música con sus speakers a todo volumen, alumnos sentados en los bancos mientras cuchicheaban acerca de cualquiera que pasase por delante de ellos y por último, los alumnos normales, los que pasaban de todo aquello y entraban directamente a la escuela.
David no iba a ser uno menos, así que esquivó a toda la gente, pasó por delante de un grupo de chicas que le miraron fijamente, subió los tres escalones que había delante de la puerta y se adentró en el pasillo principal.
Tenía que ir al aula 17, así que para ello tendría que ir a la primera planta, por lo que se dispuso a recorrer el gran camino de minas que era ese pasillo. Esquivó varios aviones de papel, esquivó una pelota de baloncesto que iba directamente a su cara, esquivó los comentarios de las más pijas de la escuela y esquivó a la pedagoga que preguntaba a todo el mundo por el verano. Así que cuando llegó a la escalera, nada le detuvo y subió rápidamente para alejarse de aquel caos, llegando a una primera planta que no tenía nada que envidiar a la de abajo. Ya que ahí estaban los más mayores de la escuela y apenas había cinco aulas, por lo que se dirigió hacia la izquierda para entrar en la primera clase que había, la suya.
Como era de obviar, todo seguía igual, los malos malotes sentados al fondo, los frikis estaban en la esquina de la izquierda, las personas de alto nivel adquisitivo se encontraban justo al lado contrario, los listos estaban en primera fila y por último, el resto de alumnos se sentaban en las mesas libres que quedaban.
– ¡Hola, David! – Le saludó Jhon, un chico de Latinoamérica que podría considerase su único compañero de clase junto a Matilda, la chica que se sentaba con él.
– ¡Jhon! ¿Qué tal el verano? – Preguntó David mientras se dirigía a una mesa libre que estaba en tercera fila –. ¿Y Matilda? Llegando tarde para variar, ¿no?
– Da igual lo que le diga, siempre hará lo que quiera – contestó Jhon con una risa loca –. Oye, ¿vas a ir a la fiesta del viernes?
– Dudo mucho que Sophia me deje ir, no entró en sus altos niveles adquisitivos… – David dejó la mochila en el suelo y se sentó en el lado de la pared, ya que las mesas eran de dos puestos.
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Editado: 09.07.2023