El Legado de la Guerra: La Maldición de Valgard

La noche que lo cambió Todo

En el silencio de la noche, mientras la oscuridad envolvía el hogar, un chico de apenas trece años se vio repentinamente arrancado de los brazos del sueño por un estruendo que reverberaba fuera de su habitación. Entre parpadeos adormilados, se incorporó, con sus ojos parpadeando en la penumbra. La madrugada estaba envuelta en un manto de quietud, solo roto por el incesante rumor que resonaba desde el exterior.

La casa se erguía en el silencio sombrío, y el joven, impulsado por una inquietud y curiosidad incomprensible, se deslizó de su lecho. Su hermano aún reposaba en un sueño ajeno a la inminente intranquilidad. Deslizó la puerta de su cuarto con cautela, mientras sus pies descalzos encontraban el frío del suelo de madera. Atravesó los corredores con paso sigiloso, sintiendo el frío de la noche a través de las junturas de las tablas del piso.

Al llegar a la sala, una visión descabellada se desplegó ante sus ojos. Las ventanas, guardianes usuales de la luz diurna, ahora estaban obstruidas por toscas tablas de madera. La pobreza de su colocación evidenciaba la premura y urgencia con la que aquello se había ejecutado. El mundo exterior, normalmente visible a través de cristales, se había tornado invisible, oculto tras esa barricada improvisada.

La inquietud del joven se transformó en pánico cuando, al registrar cada rincón de su hogar, se encontró con la ausencia de sus seres queridos. Empezó caminando rápidamente hacia la habitación de su hermana menor, la puerta se encontraba semiabierta. El chico la abrió por completo para entrar en el cuarto.... desierta.

— ¿Se habrá ido a dormir con mamá? Hace un tiempo que ya no lo hace. —Fue lo que pensó en voz alta el muchacho ante el lugar vacío.

Sin dudarlo, fue a pasos apresurados hacia la alcoba de sus padres, cuando estuvo a la mitad del camino logró divisar la entrada, la cual como siempre estaba...... La puerta se encontraba abierta de par a par, ellos siempre la mantenían cerrada durante la noche. Susurros inquietantes danzaban en el aire, y el silencio era interrumpido solo por el eco de sus pasos nerviosos.

Se dirigió hasta el umbral de la puerta para encontrarse con una escena más extraña que la anterior. Abandonada, se encontraba ante él la habitación vacía, con las cobijas de la cama desarregladas. El misterio se cernía en la penumbra, oscureciendo las certezas y dejando solo un rastro de desconcierto a su paso.

Un escalofrío serpenteó su espalda, mientras la angustia se apoderaba de él. Buscaba con la desesperación de quien se encuentra al borde del abismo, pero cada rincón revelaba la misma ausencia, la sala, el comedor, incluso el baño. La casa, silenciosa como un sepulcro, vibraba solo con el creciente tumulto del exterior.

La escasa luz de los destellos anaranjados y rojizos que se filtraban por las rendijas de las tablas, parpadeaban ante el muchacho como llamas fúnebres. El resplandor inconsistente delineaba sombras fantasmales en las paredes, confundiendo la realidad con el temor que se agitaba en su pecho del joven.

Incapaz de soportar la incertidumbre, finalmente giró el picaporte de la puerta principal con manos temblorosas. El portón crujía al abrirse levemente, y en ese momento, de pronto se abrió bruscamente debido a alguien que la empujó con lo que pareció una patada desde afuera. Antes de que pudiera procesar la intrusión, un estremecimiento frenético recorrió la columna vertebral del joven, como una descarga eléctrica que le dejó momentáneamente paralizado. Sus ojos, dilatados por el asombro y la ansiedad, intentaron captar en un instante lo que sucedía. Las sombras danzaban con la incertidumbre en el umbral, mientras la puerta se deslizaba con violencia, revelando la entrada tumultuosa de un mundo desconocido. Cada detalle de aquel momento se plasmó en su mente, desde el crujir de la madera hasta el destello fugaz de la figura que irrumpió en la casa.... Una mujer.

Ante la entrada brusca de la mujer, el chico se crispó, sus ojos se abrieron de par en par, reflejando un cóctel de sorpresa y nerviosismo. El temblor en sus manos se intensificó, manifestando la ansiedad que se apoderaba de él. Sus pupilas, dilatadas por la súbita intrusión, intentaron penetrar la oscuridad en busca de alguna claridad en el rostro de la misteriosa figura. Un instante de congelación se apoderó de su expresión facial, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en la turbulencia de ese momento.

En el umbral, emergiendo de las sombras como un enigma materializado, aquella figura femenina se presentó envuelta en vestiduras desgarradas, su figura delineada por contornos vagos. La oscuridad tejía un velo en torno a ella, difuminando los rasgos de su rostro en un juego sutil de sombras. Sus ojos, reflejos de terror, destellaban en la penumbra, pero la identidad que yacía tras aquel semblante permanecía envuelta en un secreto apenas sugerido. Ella, con su rostro desgarrado ante el miedo y con ojos desbordantes de pavor, pronunció con urgencia la sentencia que condenaba el final la tranquilidad en la vida del joven:

— ¡Erik, debemos irnos ahora! — exclamó ella temblando—, despierta a tu hermano ¡nos están invadiendo!.

El desconcierto lo envolvía mientras la mujer le decía aquella frase sentenciante con desesperación. En ese momento, las imágenes se volvieron difusas, el sonido se apagaba y se desvanecía gradualmente ante los oídos del chico. Como una melodía que se desliza en la penumbra, su resonancia se desdibujaba, dejando tras de sí solo ecos tenues antes de caer en el silencio. El tiempo pareció deslizarse entre sus dedos, transportándose entre los ahora solo recuerdos que yacían en su mente

 




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