El Llanto Que Nos Une

Capitulo 1 Una Decisión Valiente

ALGUNOS AÑOS ANTES DE LA VIDA DE QUETZALLI.

Quetzalli Mondragón nunca imaginó que la monotonía de su vida en México cambiaría tan radicalmente. A sus veinticinco años, trabajó en una empresa de telemercadeo, una labor que, aunque le permitía pagar sus gastos, carecía de emoción. Aquella tarde, después de salir temprano del trabajo, caminaba por las concurridas calles de la ciudad, aprovechando un raro momento de libertad. Con su figura estilizada, su cabello largo y castaño ondeando suavemente con el viento, y sus ojos verdes oscuros que parecían guardar secretos, captaba miradas por donde pasaba. Sin embargo, Quetzalli estaba tan acostumbrado a su rutina, ya sus propios pensamientos, que apenas lo notaba.

Desde la pérdida de sus padres a los veinte años, Quetzalli había aprendido a valerse por sí misma. La soledad era su única compañera, especialmente después de que sus tíos la culparan injustamente por no haber cuidado a sus progenitores. En un acto de necesidad, había vendido la casa familiar, usando parte del dinero para alquilar un pequeño departamento cerca de su trabajo. Aunque sencillo, el espacio era su refugio, y el resto del dinero lo guardó en una cuenta bancaria, sabiendo que podría necesitarlo algún día.

Aquella tarde, mientras caminaba con la mirada distraída, chocó accidentalmente con un hombre.

—Lo siento mucho —dijo él con un marcado acento francés y una sonrisa que iluminaba su rostro.

Quetzalli levantó la vista, notando su apariencia impecable y sus ojos claros que la miraban con sinceridad. Aunque al principio se mostró desconfiada, no pudo evitar sentirse intrigada por su carisma. El hombre, llamado Pierre Laurent, parecía haber aparecido de la nada, pero desde ese día, siempre se encontró la manera de encontrarse con ella a la misma hora y en el mismo lugar.

Durante un año, construyeron una relación sin prisa. Pierre la enamoró con su paciencia y su forma de ver la vida. Quetzalli, quien nunca había salido de México, se dejó envolver por las historias de su país, por la idea de un lugar lejano donde el arte y la cultura parecían estar en cada esquina.

Un día, mientras caminaban juntos por un parque, Pierre tomó sus manos y, mirándola con ternura, le propuso:

—Quetzalli, ¿te gustaría vivir conmigo en Francia? No puedo imaginar mi vida sin ti.

El corazón de Quetzalli se aceleró. No tenía nada que perder. Con una mezcla de emoción y nerviosismo, aceptó. Pierre se encargó de los trámites y la ayudó a pagar su boleto de avión. Poco después, Quetzalli abordaba un avión por primera vez en su vida, dejando atrás todo lo que conocía para embarcarse en un futuro incierto.

Al llegar a París, Quetzalli quedó maravillado. La ciudad era como un sueño: calles adoquinadas, edificios antiguos con fachadas de piedra, y una atmósfera que parecía extraída de un cuadro. Pierre la llevó a su nuevo hogar, un departamento modesto pero acogedor en una zona media de la ciudad.

El edificio, de cuatro pisos, tenía una fachada de ladrillo desgastada por el tiempo, pero sus balcones de hierro forjado le daban un encanto especial. El departamento en sí era pequeño, pero funcional. La sala contaba con un sofá de dos plazas frente a una mesa de café y una televisión. La cocina, abierta al salón, estaba equipada con lo esencial: una estufa, un refrigerador y una pequeña mesa para dos. Las paredes estaban decoradas con fotografías de lugares turísticos de París, como la Torre Eiffel y Montmartre, lo que aportaba un toque personal al espacio.

El dormitorio, aunque sencillo, era cómodo. Una cama matrimonial ocupaba la mayor parte del espacio, acompañada de una pequeña cómoda y una ventana que daba a la calle. Las cortinas de color beige permitían que la luz natural inundara la habitación durante el día, creando un ambiente cálido.

La zona donde vivían era tranquila, un contraste con el bullicio del centro de la ciudad. Las calles adoquinadas estaban flanqueadas por árboles frondosos que ofrecían sombra en los días soleados. En cada esquina había pequeñas tiendas, panaderías y cafés, donde los vecinos se saludaban con familiaridad. No era un barrio lujoso, pero tenía su propio encanto, una sensación de comunidad que hacía que Quetzalli comenzara a sentirse como en casa.

Mientras recorría estas nuevas calles junto a Pierre, Quetzalli no podía evitar pensar que, quizás, la vida le estaba ofreciendo una segunda oportunidad. No sabía lo que el futuro le deparaba, pero en ese momento, París y Pierre se sintieron como un nuevo comienzo lleno de posibilidades.

Al principio, Pierre Laurent había sido todo lo que Quetzalli Mondragón podía desear. Su relación floreció rápidamente, llena de risas, paseos por las calles parisinas y promesas de un futuro juntos. Fue el primer hombre en la vida sexual de Quetzalli, y ella, confiando en su amor, se entregó completamente. Vivían en un pequeño, pero acogedor departamento, donde las preocupaciones parecían no existir. Sin embargo, esa burbuja de felicidad se rompió abruptamente cuando ella le confesó que estaba embarazada.

Pierre, lejos de mostrarse emocionado, reaccionó con una furia inesperada.

—¡¿Cómo pudiste ser tan descuidada?! —gritó, su rostro enrojecido de ira—. ¡Eres tú la que tenía que cuidarse, no yo!

Quetzalli lo miró, incapaz de comprender cómo aquel hombre que le prometió amor incondicional podía despreciar a su propio hijo.




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