El Llanto Que Nos Une

Capitulo 5 Un Nuevo Comienzo

QUERIDAS LECTORAS, ESTOY MUY AGRADECIDA POR SUS COMENTARIOS Y PORQUE HAN ECAPTADO BIEN ESTA NOVELA, SUS COMENTARIOS ME MOTIVAN MUCHO. YO SIN USTEDES PUES NO SEGUIRÍA ESCRIBIENDO.

LES DESEO LO MEJOR Y MUCHAS BENDICIONES.

Había pasado un mes desde que Quetzalli llegó a la casa de Antoine. La rutina había encontrado su cauce, y ambos parecían haberse adaptado con sorprendente naturalidad. Antoine comenzaba a aceptar, poco a poco, la ausencia de su esposa. Elise le había dejado el mejor regalo que podía imaginar: su pequeña Mireya, quien con cada gesto y mirada le recordaba a la mujer que tanto había amado. Mireya, a su vez, adoraba a Quetzalli. Había algo en su presencia que le transmitía calma, amor y seguridad. La conexión entre ambas era innegable; Parecía que Mireya la reconocía como un refugio en un mundo lleno de cambios.

Antoine, sin embargo, no podía ignorar ciertos detalles. En varias ocasiones, mientras trabajaba hasta tarde en su restaurante, al regresar escuchaba los sollozos de Quetzalli en la noche. ¿Qué pesares cargaba aquella mujer que dedicaba sus días a cuidar de su hija? Antoine comenzó a notar otras cosas: nunca le había pedido un currículum ni referencias. Apenas sabía nada de ella más allá de su nombre. Si bien Mireya estaba claramente bien cuidada, sentía que debía conocer mejor a la persona que ahora formaba parte de sus vidas.

Esa noche, después de terminar un largo turno en el restaurante, Antoine decidió hablar con Quetzalli. Encontró a la joven en la sala, hojeando un libro mientras el sonido de la mecedora llenaba el silencio de la casa.

—Señorita Mondragón, ¿podemos hablar un momento? —dijo Antoine, con tono suave pero decidido.

Quetzalli dejó el libro sobre la mesa y se acercó, algo nervioso. Ambos se sentaron en el sofá, y Antoine no tardó en expresar lo que tenía en mente.

—Él notó que algunas noches lloran. No quiero ser intrusivo, pero me preocupa. Además, sé que no le pedí referencias ni nada cuando llegó… y no sé mucho sobre usted. Quiero conocer su historia y entender quién es usted realmente.

Quetzalli, sorprendida pero consciente de que este momento llegaría tarde o temprano, respiró profundamente antes de hablar. Con voz entrecortada, comenzó a relatar su vida:

—Soy mexicana, señor Blanchard. Vine a Francia hace cinco años después de perder a mis padres en un accidente. Ellos eran mi único apoyo. Cuando fallaron, mis tíos me culparon injustamente y cortaron todo contacto conmigo. Vendí la casa de mis padres y vine aquí buscando un nuevo comienzo. Pero no fue fácil, mi pareja me dejó cuando supo que estaba embarazada. Cuando di a luz perdí a mi bebé. Estaba sola… Mi último trabajo fue con los señores Dupont quienes me hablaron de este trabajo. Mireya ha sido mi mayor consuelo desde que llegué. Ella me da una razón para seguir adelante.

Antoine escuchaba atentamente, sintiendo una mezcla de compasión y gratitud. Cuando Quetzalli terminó, habló con sinceridad:

—Lamento todo lo que ha tenido que pasar, Quetzalli. Ahora entiendo mucho más. Mireya y yo somos muy afortunados de tenerla. No sé cómo agradecerle por todo lo que hace por nosotros.

Esa noche, después de aquella conversación, Quetzalli se desahogó como nunca. El dolor por la pérdida de su hijo la atormentaba, pero sabía que debía ser fuerte. Más tarde, cuando Mireya comenzó a llorar, Quetzalli fue a su habitación, la cambió con ternura y la sostuvo en sus brazos. Se acomodó en la mecedora, sacó su seno y comenzó a alimentarla. Mientras la pequeña succionaba con avidez, Quetzalli cantaba una suave canción de cuna. Los ojitos de Mireya, grandes y curiosos, se cerraron lentamente, y su respiración se volvió tranquila.

A la mañana siguiente, Antoine se despertó con una sensación extraña al no sentir a Mireya cerca. Sin alarmarse, se dirigió al cuarto de Quetzalli. Al abrir la puerta, la escena frente a él le robó el aliento.

Quetzalli estaba recostada en la cama, con Mireya en sus brazos. La pequeña movía sus manitas, tocando suavemente el rostro de Quetzalli, mientras emitía pequeños sonidos que parecían intentos de comunicarse. Su mirada inocente, sus mejillas sonrosadas y los movimientos torpes pero adorables de sus manitas llenaban la habitación de una ternura indescriptible.

Antoine sintió una mezcla de emociones. Su corazón se llenó de calidez, como si la vida le diera un respiro tras tanto dolor. Ver a Quetzalli cuidar de Mireya con tanto amor despertó en él un profundo sentimiento de gratitud y admiración.

Mientras observaba a Quetzalli y a Mireya, Antoine se dio cuenta de que había encontrado en Quetzalli no solo una cuidadora excepcional para su hija, sino también un rayo de esperanza en medio de su dolor. Sentía un vínculo naciente con Quetzalli, una conexión inexplicable que lo llenaba de una mezcla de alegría y melancolía. Era como si, por un momento, el peso de su pérdida se aligerara y pudiera vislumbrar un futuro donde el amor y la felicidad aún eran posibles.

Decidió con temor avanzar hacia donde estaba su pequeña. No era fácil cuidar a un bebé, y sabía que Quetzalli hacía un esfuerzo al despertarse cada tres horas y, si era posible, antes. Con cuidado, tomó a Mireya en sus brazos y le habló en voz baja mientras ella se acurrucaba contra él.

—Estás de traviesa, mi vida. ¿Qué te parece si dejamos descansar un poco a la señorita Mondragón? —dijo Antoine con voz susurrante.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.