QUERIDAS LECTORAS LES AGRADEZCO A TODAS OOR SUS MENSAJES, MIS PAPAS YA ESTAN EN CASA CONMIGO, PERO ESTAN DELICADOS Y AUNQUE ABSORVEN TODO MI TIEMPO SEGUIRE ACTULIZANDO, CLARO NO TAN SEGUIDO COMO QUISIERA, PERO YA NO ABANDONARE TANTO LA HISTORIA.
GRACUAS INFINITAS A TODAS LES MANDO UN FUERTE ABRAZO Y BESO SINCERO.
Mireya ya tenía tres meses, y el día de su cita con el pediatra había llegado. La pequeña estaba creciendo con rapidez, llenando de vida y risas la casa que había estado sumida en el silencio desde la muerte de Elise. Quetzalli había dedicado cada día a cuidar a la bebé, pero manteniendo su secreto resguardado. No podía evitar temer que Antoine lo viera como un acto inapropiado, algo que podría costarle su trabajo y el lugar que poco a poco había encontrado en esa familia.
Antoine, por su parte, había comenzado a pasar menos tiempo en casa. Era un mes crucial para su restaurante, con turistas y empresarios extranjeros que llenaban las calles de la ciudad, ansiosos por probar los sabores de su cocina. Aunque su ausencia era comprensible, Quetzalli notaba que Antoine también parecía estar buscando evitar algo… oa alguien.
A pesar de la distancia entre ellos, ambos coincidían en una cosa: Mireya era la luz de sus días. El bebé estaba creciendo espectacularmente. Con tres meses, ya comenzaba a interactuar más con su entorno. Seguía con los ojos a Quetzalli cuando esta se movía, regalaba sonrisas con facilidad y emitía pequeños sonidos como “ah-goo” y “bah”, que llenaban la casa de una alegría inesperada. Sus manos habían desarrollado más coordinación, agarrando con curiosidad cualquier objeto a su alcance, y disfrutaba del tiempo boca abajo, levantando la cabeza y el pecho con fuerza, como si quisiera explorar el mundo desde su limitada perspectiva.
Quetzalli había preparado todo para la cita en el pediatra. La bolsa con pañales, ropa extra y los juguetes favoritos de Mireya estaba lista junto a la puerta. Cuando Antoine llegó, apenas cruzaron unas palabras. Desde aquella noche en que sus manos se rozaron y las miradas quedaron atrapadas en un instante cargado de emociones, la tensión entre ellos se había vuelto palpable. El distanciamiento era su forma de evitar lo que ambos sabían, pero no querían admitir.
En el auto, el silencio dominaba. Antoine conducía con el ceño ligeramente fruncido, concentrado en la carretera. Quetzalli, sentada en el asiento trasero junto a Mireya, jugaba con la pequeña para mantenerla entretenida. De vez en cuando, lanzaba una mirada hacia el retrovisor, encontrándose con los ojos de Antoine, que rápidamente desviaba la vista.
Al llegar al consultorio del pediatra, el ambiente cambió ligeramente. La sala de espera estaba llena de murmullos, el suave sonido de bebés balbuceando y el ruido ocasional de páginas de revistas siendo pasadas. Antoine se sentó con los brazos cruzados, mirando alrededor con expresión distante, mientras Quetzalli acomodaba a Mireya en sus brazos. La bebé, ajena a la tensión entre los adultos, se mostraba curiosa, observando todo a su alrededor con sus grandes ojos brillantes.
—¿Te parece que ha crecido mucho este mes? —preguntó Quetzalli de repente, rompiendo el silencio.
Antoine giró la cabeza hacia ella, sorprendido por la pregunta.
—Sí… parece que cada día aprende algo nuevo. Es increíble cómo cambia tan rápido. —Su voz era suave, casi vulnerable.
—Es una niña muy lista. Siempre está atenta a todo lo que pasa a su alrededor —respondió Quetzalli, acariciando la mejilla de Mireya con ternura.
Antoine la observó en silencio por un momento, como si quisiera decir algo más, pero finalmente volvió a desviar la mirada.
—Has hecho un gran trabajo con ella —dijo, finalmente, su tono sincero—. No sé qué habría hecho sin ti.
Quetzalli sintió un nudo en la garganta. No esperaba palabras de agradecimiento, pero escuchar el reconocimiento en su voz la conmovió profundamente.
—Gracias, Antoine. Yo… solo quiero lo mejor para Mireya.
Hubo un breve silencio, interrumpido por el sonido de la recepcionista llamando a otro paciente. Antoine se recargó en la silla, mirando al frente, mientras Quetzalli continuaba hablando con Mireya en voz baja.
—¿Verdad que eres una niña fuerte? Vas a ser tan inteligente y bondadosa como tu papá.
Antoine, al escuchar esto, no pudo evitar sonreír levemente. No dijo nada, pero en su interior agradeció esas palabras.
Finalmente, salió una enfermera y llamó su nombre.
—Señor Blanchard, pueden pasar.
Antoine se levantó primero, ofreciendo su mano para ayudar a Quetzalli, que llevaba a Mireya en brazos. Sus dedos se rozaron nuevamente, pero esta vez ninguno separó la mano rápidamente. Ambos se miraron un instante, hasta que Quetzalli bajó la mirada, apretando levemente la mano de Antoine como un gesto de gratitud.
Al entrar al consultorio, los recibieron el pediatra, un hombre de aspecto amable, con cabello canoso y gafas que parecían acentuar su expresión de sabiduría y paciencia. Sonrió ampliamente al ver a Mireya en brazos de Quetzalli.
—¡Buenos días! ¿Cómo está nuestra pequeña Mireya hoy? —preguntó con entusiasmo, mientras se ponía los guantes de látex y acomodaba los instrumentos necesarios para el examen.
Quetzalli, con movimientos cuidadosos, colocó a Mireya sobre la suave superficie de la mesa de examen, que estaba cubierta con papel blanco. El bebé, con sus grandes ojos llenos de curiosidad, miraba al doctor mientras agitaba sus pequeños puños en el aire.