El Llanto Que Nos Une

Capitulo 11 Reencuentro entre amigos

Mireya ya tenía cinco meses y la unión entre ella y Quetzalli era tan fuerte que ya dormían juntas. Era más fácil darle el pecho que estarse levantando a mitad de la noche. Mireya, acostumbrada a su mamá adoptiva, simplemente se movía y buscaba el pecho de Quetzalli, quien se acostaba sin nada para que la pequeña pudiera alimentarse sin casi abrir los ojos. Se habían acoplado completamente una a la otra.

Antoine no podría estar más feliz, enamorado y tranquilo. Su mejor amigo, Diego Morales, un arquitecto mexicano que había regresado de un largo viaje de negocios, lo visitó. Diego había estudiado en Francia desde que sus padres se mudaron allí cuando él era un adolescente.

El encuentro entre amigos fue emotivo. Antoine había estado esperando a Diego en su restaurante, y cuando Diego entró, ambos se abrazaron con fuerza, como si el tiempo no hubiera pasado.

—¡Diego! ¡Cuánto tiempo sin verte! —exclamó Antoine, con una gran sonrisa.

—¡Antoine! Amigo, ¡cómo has estado! —respondió Diego, devolviéndole la sonrisa y el abrazo.

Se sentaron en una mesa apartada y pidieron unas copas de vino para brindar por el reencuentro. La charla comenzó a fluir naturalmente, con risas y anécdotas de sus años de estudio y las aventuras que habían compartido.

Después de un rato, Diego puso una mano sobre el hombro de Antoine y con una expresión seria dijo:

—Amigo, supe lo de Elise. Lo siento mucho, de verdad. Ella era una mujer increíble.

Antoine bajó la mirada, un atisbo de tristeza cruzando su rostro.

—Gracias, Diego. Ha sido muy duro… pero tenemos que seguir adelante.

Diego asintió, comprensivo.

—Me imagino. Siempre fue una persona especial. Pero veo algo diferente en ti, Antoine. ¿Qué ha pasado?

Antoine sonrió levemente, pensando en Quetzalli.

—Hay alguien que ha sido una gran ayuda para mí y Mireya. Se llama Quetzalli.

Diego levantó una ceja, curioso.

—¿Quetzalli? ¿Quién es ella?

Antoine se acomodó en su asiento, listo para explicar.

—Quetzalli es la niñera de Mireya, pero es mucho más que eso. Ella llegó en un momento muy difícil y se ha convertido en una parte esencial de nuestras vidas. Cuida de Mireya como si fuera su propia hija. De hecho, se ha integrado tanto que decidimos dormir todos juntos y se asegura de que Mireya esté bien en todo momento.

Diego lo miró con atención.

—Parece que ella ha sido una bendición para ustedes. ¿Qué más puedes contarme de ella?

Antoine se perdió un momento en sus pensamientos, recordando las múltiples veces que Quetzalli había demostrado su amor y dedicación hacia Mireya y hacia él.

—Es una mujer increíble, Diego. Fuerte, cariñosa, y con una historia difícil. Perdió a su propio hijo y, sin embargo, ha encontrado la fuerza para darnos su amor. No sé cómo agradecerle todo lo que ha hecho por nosotros.

Diego asintió, impresionado.

—Parece que has encontrado a alguien muy especial, Antoine. Me alegra saber que tienes a alguien así en tu vida, Pero tienes que tener cuidado.

—Sí, Diego. Quetzalli es muy especial. Ella ha traído luz a nuestras vidas en un momento de mucha oscuridad y no desconfío de ella.

Diego miró a Antoine con una mezcla de preocupación y curiosidad.

—¿Cómo puedes estar tan seguro de confiar en ella? Tienen cinco meses de conocerse. ¿Sabes de dónde es? Me imagino que es mexicana por el nombre. ¿Sabes todo de ella? ¿Estás seguro de que perdió a su hijo?

Antoine suspiró, tratando de mantener la calma.

—Por favor, Diego, no digas esas cosas de ella. Confío plenamente en Quetzalli. Te puedo decir en confianza que la amo. Y lo más importante, Mireya la ama. Dios, la vida, el destino, o lo que sea, la puso en mi camino cuando pensaba que me moriría, o que mi hija también lo haría.

Diego lo miró con preocupación, pero también con comprensión.

—No sé por lo que pasaste, pero me lo imagino. Solo ten cuidado. Sabes que te aprecio y lamento no haber estado aquí para ti.

Antoine asintió, agradecido por la sinceridad de su amigo.

—Lo sé, era tu oportunidad y debías ir por ella. Pero te invito a cenar en casa. Incluso puedes quedarte a dormir, no hay problema. Además, así conoces a Quetzalli y a Mireya.

Diego sonrió, aceptando la invitación.

—Me encantaría, Antoine. Será un placer conocerlas.

Los dos amigos se levantaron de la mesa. Antoine dio indicaciones en el restaurante y salieron rumbo a su casa. El camino estuvo lleno de recuerdos y risas, con Diego haciendo bromas sobre los viejos tiempos y Antoine compartiendo historias recientes.

—Es increíble cómo todo ha cambiado —dijo Antoine mientras conducían—. Pero algunas cosas siempre permanecen iguales, como nuestra amistad.

Diego sonrió.

—Siempre, hermano. Siempre.

Al llegar a la casa de Antoine, el ambiente era tranquilo y acogedor. Antoine abrió la puerta y le indicó a Diego que lo siguiera en silencio. Subieron las escaleras, y Antoine abrió la puerta de su habitación suavemente.




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