El Llanto Que Nos Une

Capitulo 13 un respiro en la tormenta

Después de la visita estresante de la madre de Antoine, quien había causado tensión y lágrimas en la casa, Jean-Luc y Camille decidieron que era momento de llevar a la familia a una actividad relajante para despejarse. Propusieron una visita a un viñedo cercano que ofrecía degustaciones de vino, un pequeño tour y un hermoso parque donde podrían hacer un picnic. Antoine y Quetzalli aceptaron con entusiasmo, viendo esto como una oportunidad para pasar un buen rato juntos y ayudar a Mireya a calmarse.

Llegaron al viñedo en una mañana soleada, el aire fresco y el paisaje verde brindaban un alivio instantáneo. Jean-Luc, con su conocimiento de vinos, guiaba al grupo a través de la degustación, explicando los diferentes tipos de uvas y el proceso de elaboración del vino.

—Este viñedo es famoso por su Merlot —explicaba Jean-Luc, mientras Quetzalli escuchaban atentamente, ya que Antoine sabía bien de vinos así que con Mireya en los brazos de Quetzalli, observaba todo con curiosidad.

Camille, siempre atenta a los detalles, había preparado una cesta de picnic con frutas frescas, queso, pan y otros deliciosos bocadillos. Después de la degustación, encontraron un lugar bajo un gran árbol, extendieron una manta y se sentaron a disfrutar de la comida.

—Esto es justo lo que necesitábamos —dijo Antoine, relajándose y tomando un sorbo de vino—. Gracias, papá, Camille.

—Estamos aquí para apoyarlos —respondió Jean-Luc con una sonrisa—. Y, Quetzalli, esperamos que también te sientas parte de la familia.

—Me siento muy agradecida —dijo Quetzalli, mirando a Jean-Luc y Camille—. Este lugar es hermoso y la compañía aún mejor.

Mientras comían, Mireya jugaba con una pelota interactiva que Camille había traído. Sus risas llenaban el aire, un sonido que había estado ausente durante las tensas visitas de la madre de Antoine.

—Mira cómo se divierte —dijo Antoine, señalando a Mireya—. Está mucho más tranquila ahora.

Quetzalli asintió, sintiendo una gran paz al ver a Mireya tan feliz. Después del picnic, Jean-Luc sugirió una caminata por los senderos del viñedo. Antoine y Quetzalli cargaron a Mireya en su carrito, y los cinco pasearon entre las vides, disfrutando de la vista y del tiempo juntos.

—Este lugar es mágico —dijo Quetzalli, mirando alrededor—. Es como si el estrés se desvaneciera con cada paso.

—Ese es el objetivo —dijo Camille, sonriendo—. A veces, un cambio de escenario puede hacer maravillas.

Jean-Luc, siempre con historias interesantes, comenzó a contar anécdotas de su juventud y de sus primeras experiencias con la vinicultura, lo que hizo reír a todos y trajo una sensación de unión aún más fuerte.

Mientras caminaban, Camille le susurró algo al oído a Jean-Luc. Ambos intercambiaron una sonrisa y se acercaron a Antoine y Quetzalli.

—¿Qué les parece si llevamos a Mireya a dar un paseo? —sugirió Camille—. Así ustedes dos pueden disfrutar de un momento a solas.

Quetzalli iba a protestar, pero Antoine tomó su mano con amor y, con una mirada que le pedía que aceptara, le transmitió tranquilidad. Quetzalli, a pesar de sus nervios, asintió.

—Está bien —dijo Quetzalli, sonriendo tímidamente—. Gracias.

Jean-Luc y Camille se llevaron a Mireya, dejándolos solos en medio de los viñedos. Antoine y Quetzalli comenzaron a caminar lentamente entre las hileras de vides, el sol de la tarde bañándolos con una luz dorada.

Quetzalli se sentía nerviosa. Siempre estaban los tres juntos, y ahora, sin Mireya, se sentía un poco perdida. Antoine, notando su inquietud, apretó suavemente su mano.

—Este lugar es hermoso, ¿verdad? —dijo Antoine, rompiendo el silencio.

—Sí, lo es —respondió Quetzalli, mirando a su alrededor—. No había tenido la oportunidad de disfrutar de un paisaje así en mucho tiempo.

—Me alegra que estemos aquí juntos —dijo Antoine—. Quiero que sepas cuánto significas para mí, Quetzalli. Has cambiado nuestras vidas de una manera que no puedo describir.

Quetzalli se detuvo y miró a Antoine a los ojos. Podía sentir la sinceridad en sus palabras, pero también el peso de sus propios miedos y dudas.

—Antoine, yo… tengo miedo —admitió Quetzalli, bajando la mirada—. Miedo de encariñarme demasiado, de que algo salga mal.

Antoine levantó su mano y la acarició suavemente.

—Entiendo tus miedos, Quetzalli. Yo también los tengo y tu sabes Porque. Pero quiero enfrentar esos miedos contigo, porque te amo. Quiero estar contigo, no solo con Mireya, sino como tu pareja, tu apoyo.

Quetzalli sintió una oleada de emociones. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero eran lágrimas de alivio y esperanza. Levantó la mirada y vio en los ojos de Antoine la misma vulnerabilidad y amor que sentía ella.

—Yo también te amo, Antoine —dijo con voz temblorosa—. Y quiero estar contigo, a pesar de mis miedos.

Antoine se inclinó lentamente, sus ojos fijos en los de ella, buscando cualquier señal de duda. Quetzalli cerró los ojos y, con un suspiro, dejó que sus labios se encontraran. Fue un beso suave y tierno, lleno de promesas y emociones compartidas. Sus labios se movieron juntos, despacio, explorándose con delicadeza, como si cada segundo del beso fuera un tesoro.




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