Habían pasado tres meses más, y la pequeña Mireya ya tenía un año y tres meses. Aunque había crecido y desarrollado nuevas habilidades, su apego desmedido hacia Quetzalli seguía siendo evidente. Los cambios en los bebés de esta edad son significativos: empiezan a caminar con mayor confianza, desarrollan habilidades lingüísticas, y muestran un fuerte deseo de independencia mientras aún buscan la seguridad de sus cuidadores principales. Sin embargo, también pueden experimentar ansiedad, especialmente en situaciones nuevas o estresantes, eso se decía internamente Quetzalli cuando veía cambios en Mireya.
Mireya había mostrado signos de ansiedad. Quetzalli y Antoine la llevaron al médico, pero tras una revisión exhaustiva, el pediatra no encontró nada malo. Los dientes de Mireya estaban saliendo bien, y no había señales de enfermedad. El pediatra, un reemplazo temporal ya que su médico de cabecera estaba de vacaciones, sugirió que el comportamiento de Mireya podría ser solo capricho.
Quetzalli estaba preocupada, pero nunca dejó de mostrarle amor y paciencia a la pequeña. Sin embargo, la situación se complicó aún más con la llegada inesperada de la madre de Antoine. Desde el momento en que la abuela entró en la casa, Mireya comenzó a llorar incontrolablemente y a aventar cosas molesta.
—¿Qué pasa, Mireya? Tranquila, mi amor—dijo Quetzalli, tratando de calmar a la niña mientras la abuela observaba con una expresión calculadora.
La abuela astuta aprovechó el caos para grabar todo sin que Quetzalli se diera cuenta, usando una cámara escondida en su bolso. Quetzalli, ocupada tratando de consolar a Mireya, no se percató de lo que sucedía a su alrededor. Mireya, en su angustia, llegó a aventarle la comida a Quetzalli desde su plato, manchando su ropa y el suelo.
—Ya, mi amor, está bien—dijo Quetzalli, limpiando la comida y tratando de calmar a Mireya. —Todo está bien.
La abuela, con una sonrisa oculta, capturó cada momento. Mireya seguía llorando, su rostro rojo de frustración y sus pequeños puños apretados.
—¿Ves cómo se comporta? Esta mujer no sabe manejar a mi nieta—murmuró la madre de Antoine para sí misma, asegurándose de que su cámara captara la escena.
Quetzalli, ajena a las maquinaciones de la abuela, seguía enfocada en calmar a Mireya. La niña, en su agitación, tiró más cosas al suelo, incluida su taza de leche.
—Ya, mi amor, ya pasó—dijo Quetzalli, recogiendo la taza y limpiando el desastre.
Finalmente, después de mucho esfuerzo, Mireya comenzó a calmarse en los brazos de Quetzalli, aunque seguía sollozando y aferrándose a su madre adoptiva. Antoine, que había salido a hacer unas compras, llegó justo en ese momento y encontró a su madre observando la escena con una sonrisa maliciosa.
—¿Qué está pasando aquí?—preguntó Antoine, notando la tensión en el aire.
—Nada, solo viendo cómo mi nieta no puede soportar estar con esta mujer—respondió la madre de Antoine, condescendiente.
Antoine sintió la rabia subir por su cuerpo, pero se contuvo.
—Madre, creo que es mejor que te vayas. No quiero más problemas en nuestra casa—dijo con firmeza.
La madre de Antoine levantó las manos en señal de rendición.
—Como quieras, hijo. Pero esto no ha terminado—dijo, saliendo de la casa.
Antoine se acercó a Quetzalli y a Mireya, abrazándolas.
—Todo está bien ahora. No dejaré que nadie las lastime—dijo, besando la frente de ambas.
Mientras tanto, la madre de Antoine se marchó, segura de que su grabación sería útil para futuros planes de intriga contra Quetzalli.
Antoine ayudó a Quetzalli a recoger el desastre que Mireya había causado mientras la pequeña sollozaba en su sillita. Después de limpiar, subió a la habitación y llenó el jacuzzi con agua caliente, añadiendo sales de baño y aceites esenciales de lavanda para relajar el ambiente. Luego, bajó por sus dos amores y les dijo que se unieran a él en un baño relajante.
Quetzalli, Antoine, y Mireya se metieron al jacuzzi. La pequeña seguía sollozando, pero la espuma del agua la entretenía lo suficiente para calmarse un poco. Quetzalli, con su rostro cansado, se recargó en el hombro de Antoine, buscando consuelo.
—Tranquila, amor—dijo Antoine, acariciando suavemente su brazo.
—Ya no me quiere—decía Quetzalli, con lágrimas en los ojos.
—No digas eso ahora. Deja que Mireya se duerma y hablamos, mi amor.
Después de un rato en el jacuzzi, Mireya se quedó dormida en los brazos de Quetzalli. Antoine la tomó con cuidado y la llevó a su cuna, asegurándose de que estuviera cómoda. Luego, volvió al lado de Quetzalli, quien aún tenía lágrimas en los ojos.
—Ella ya no me quiere, Antoine. Cada día es más difícil—dijo Quetzalli, desahogándose.
Antoine la abrazó con ternura, besando su frente.
—No, Quetzalli, no pienses eso. Mireya, te ama, solo está pasando por una etapa difícil. Tú eres su mundo—dijo con firmeza.
—Pero cada vez que tu madre está cerca, Mireya se pone peor. Siento que no puedo hacer nada bien—dijo Quetzalli, sollozando.
Antoine suspiró, su propia frustración evidente.