El Llanto Que Nos Une

Capitulo 21 Un día de aprendizajes

A la mañana siguiente, el sol se filtraba suavemente por las cortinas, iluminando la habitación de Antoine y Quetzalli. Antoine fue el primero en despertar, seguido de cerca por Quetzalli. Se quedaron unos minutos en silencio, disfrutando de la tranquilidad antes de que comenzara el día. Finalmente, se levantaron con cuidado para no despertar a Mireya, que dormía plácidamente en su cuna.

—Buenos días, mi amor —susurró Antoine, dándole un suave beso a Quetzalli.

—Buenos días, cariño —respondió ella, sonriendo.

Se dirigieron a la habitación de Mireya, donde la pequeña empezaba a moverse, señal de que estaba despertando. Con una sonrisa traviesa, Antoine se acercó y comenzó a hacerle cosquillas suavemente en la barriga.

—¡Buenos días, princesa! —dijo Antoine con entusiasmo.

Mireya soltó una risita y abrió los ojos, viendo a sus padres junto a su cuna. Quetzalli también se unió a las cosquillas, provocando que Mireya riera aún más. Después de unos momentos de juego, la levantaron de la cuna y la llevaron al cambiador para vestirla.

—Hoy tenemos un día lleno de diversión, mi amor —le dijo Quetzalli mientras le ponía un lindo vestido color pastel.

—Sí, muchas actividades nuevas para ti —añadió Antoine, abrochando los zapatos de Mireya.

Una vez que estuvieron listos, bajaron juntos a la cocina para preparar el desayuno. Entre risas y juegos, se organizaron para cocinar una comida saludable y deliciosa. Antoine preparó huevos revueltos con espinacas, mientras Quetzalli cortaba frutas frescas. Mireya, desde su silla alta, observaba con curiosidad.

—Vamos a hacer una torrecita de frutas, Mireya —dijo Quetzalli, colocando pequeños trozos de fruta en un plato.

—¡Fru…fruas! —balbuceó Mireya, emocionada.

Después de disfrutar del desayuno, limpiaron la mesa y se dirigieron a la sala de juegos, donde tenían preparadas varias actividades nuevas para Mireya. Quetzalli había investigado y seleccionado juegos que estimularan la mente y la creatividad de su hija.

—Hoy vamos a jugar con bloques de construcción —anunció Quetzalli, sacando un colorido set de bloques.

—Vamos a construir una casa, ¿te parece? —preguntó Antoine, mostrando los bloques a Mireya.

Mireya asintió con entusiasmo y se puso a trabajar con sus padres. Con paciencia y guía, Antoine y Quetzalli le enseñaron a apilar los bloques, fomentando su habilidad para resolver problemas y su coordinación motriz. También jugaron con un juego de memoria, mostrando a Mireya diferentes tarjetas con imágenes y pidiéndole que encontrara las parejas.

—¿Dónde está la otra mariposa, Mireya? —preguntó Quetzalli, sosteniendo una tarjeta con una mariposa.

Mireya miró las tarjetas dispersas y, tras unos segundos de concentración, señaló con su dedito la tarjeta correcta.

—¡Quí! —dijo con su vocecita, llena de orgullo.

—¡Muy bien! —exclamaron Antoine y Quetzalli al unísono, aplaudiendo.

También incluyeron una actividad de arte, donde le dieron a Mireya crayones y papel para que dibujara libremente. La pequeña se concentró en sus garabatos, desarrollando su creatividad y su habilidad para expresar ideas.

—Mia, mamá, papá —dijo Mireya, mostrando un dibujo lleno de colores y formas.

—¡Es precioso, amor! —respondió Quetzalli, besando la frente de Mireya.

—Eres toda una artista —añadió Antoine, sonriendo.

El día pasó rápido entre juegos, risas y aprendizaje. Antoine y Quetzalli se sentían agradecidos por poder compartir estos momentos tan valiosos con su hija, viendo cómo crecía y se desarrollaba cada día más.

Al caer la tarde, Quetzalli llevó a Mireya a la cocina para preparar juntas un postre mexicano sencillo: flan de coco. Le dio a Mireya pequeñas tareas, como mezclar ingredientes y decorar el flan con coco rallado.

—¡Muy bien, Mireya! —dijo Quetzalli, ayudando a la pequeña a verter la mezcla en los moldes.

—¡Flan! —exclamó Mireya, feliz de participar.

Después de un día lleno de actividades y amor, bañaron a Mireya y la llevaron a la cama, donde se quedó dormida rápidamente, agotada pero contenta. Antoine y Quetzalli se quedaron un rato más, observando a su hija dormir y sintiendo una profunda conexión y gratitud por la familia que habían formado.

—Te amo, Quetzalli —dijo Antoine, abrazándola con ternura.

—Y yo a ti, Antoine —respondió Quetzalli, apoyando su cabeza en su hombro.

Así terminó otro día lleno de amor y aprendizaje, mientras esperaban con ilusión lo que el futuro les traería.

Al día siguiente, Antoine despertó temprano para prepararse para el trabajo. Quetzalli se levantó junto a él y, juntos, despertaron a Mireya con suaves cosquillas y besos.

—Buenos días, princesa —dijo Antoine, acariciando la mejilla de Mireya.

—Benos días, papá —respondió Mireya, todavía adormilada pero sonriendo.

Antoine besó a Quetzalli antes de salir, susurrándole al oído: —Cuídense, mis amores. Las veré al rato.




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