Mientras todavía seguían festejando, exactamente a las siete de la noche, tocaron a la puerta. Antoine se dirigió a abrir, encontrándose con un hombre uniformado, encargado de entregar documentos legales.
—Buenas noches, ¿Antoine Blanchard? —preguntó el hombre, sosteniendo un sobre.
—Sí, soy yo —respondió Antoine, tomando el sobre con una sensación de inquietud.
El hombre asintió y se retiró. Antoine cerró la puerta y regresó al jardín donde todos estaban disfrutando de la celebración. El ambiente alegre se tornó tenso cuando todos notaron la seriedad en el rostro de Antoine.
Antoine abrió el sobre lentamente y comenzó a leer el contenido. El silencio se hizo palpable mientras todos observaban, esperando conocer el contenido del misterioso sobre. La expresión de Antoine se endureció y, sin poder evitarlo, se dejó caer en el sillón cercano.
Quetzalli, al ver la preocupación en los ojos de Antoine, se acercó rápidamente, su corazón latiendo con fuerza.
—¿Qué pasó, mi amor? —preguntó con voz temblorosa.
Antoine no respondió de inmediato, aún procesando la información. Finalmente, levantó la mirada y, con una voz quebrada, dijo:
—Mis suegros… bueno, mis ex suegros, han demandado la custodia de Mireya.
El silencio se hizo aún más profundo. Quetzalli se arrodilló frente a Antoine, tomando sus manos.
—Por favor, no me espantes. ¿Qué dice exactamente la carta? —insistió Quetzalli.
Antoine respiró hondo y comenzó a leer el contenido de la carta en voz alta:
—“De acuerdo con las leyes de custodia en Francia, los abuelos pueden solicitar la custodia de un nieto si pueden demostrar que el entorno en el que se encuentra el niño es perjudicial para su bienestar. En este caso, los abuelos maternos de Mireya alegan que la niña ha sido sometida a negligencia y maltrato. Solicitan una audiencia en el tribunal familiar para determinar la custodia adecuada de la menor. Las pruebas presentadas incluyen testimonios y evidencias fotográficas.”
Las palabras pesaban en el aire. Antoine apretó los puños, su mirada fija en el suelo.
—Dicen que tienen pruebas de que Mireya no está bien cuidada aquí, que ha sido maltratada… —continuó Antoine con amargura.
Quetzalli sintió un nudo en la garganta y las lágrimas comenzaron a formarse en sus ojos.
—Esto es… esto es una locura. Nosotros cuidamos de Mireya con todo nuestro amor. ¿Cómo pueden decir algo así? —dijo Quetzalli, su voz quebrándose.
Antoine la abrazó con fuerza, tratando de consolarla aunque él mismo sentía una mezcla de rabia e impotencia.
—Vamos a luchar contra esto, Quetzalli. No permitiremos que nos separen de nuestra hija —declaró Antoine con determinación.
Los invitados, que habían estado escuchando en silencio, se acercaron para ofrecer su apoyo. Jan Luca, Camille, Diego y Amélie formaron un círculo de consuelo alrededor de Antoine y Quetzalli, mientras los niños, ajenos a la gravedad de la situación, seguían jugando inocentemente.
—Estamos con ustedes —dijo Jan Luca con firmeza—. No están solos en esto.
Quetzalli, aún abrazada a Antoine, asintió. Sabía que esta sería una dura batalla, pero también sabía que, con el amor y apoyo de su familia y amigos, podrían enfrentar cualquier desafío.
Cuando todos dejaron de sonreír y celebrar, Quetzalli, demostrando una tranquilidad que no sentía del todo, se llevó a Mireya a dormir. Le dio pecho, cantándole suavemente una nana, y después la acomodó con cuidado en la cuna, besando su frente.
Mientras ella hacía eso, Antoine no perdió el tiempo y marcó a Paul, su abogado. Media hora más tarde, Paul llegaba a la casa de Antoine.
En la sala, el ambiente era tenso. Jan Luca y Camille, sentados juntos en el sofá, tenían expresiones de preocupación. Diego y Amélie, cerca de la ventana, hablaban en voz baja. Antoine, con el rostro serio, esperaba impaciente la llegada de Paul. Quetzalli, tratando de mantener la calma, se unió a ellos y tomó un café, aunque apenas podía beberlo.
Cuando Paul llegó, saludó rápidamente a todos y se sentó junto a Antoine, tomando la carta que le entregaron.
—Bueno, veamos qué tenemos aquí —dijo Paul, leyendo el contenido con atención.
Después de unos minutos, Paul levantó la mirada y suspiró.
—El bufete que lleva el caso es el mismo donde trabaja mi hermano, Étienne. Esto podría complicar las cosas, pero también podría jugar a nuestro favor. Conozco su estilo y puedo anticipar algunos de sus movimientos.
Todos esperaban en silencio mientras Paul organizaba sus pensamientos.
—Lo primero que necesitamos hacer es preparar una defensa sólida. Estas son las acciones que debemos tomar de inmediato:
Recopilar Evidencias Positivas: Necesitamos reunir todas las pruebas posibles que demuestren que Mireya está bien cuidada y feliz aquí. Esto incluye fotografías, vídeos de actividades diarias, y testimonios de vecinos, amigos y cualquier profesional que haya interactuado con ella.
Testimonios de Carácter: Debemos obtener declaraciones de personas que puedan hablar sobre el buen carácter y la idoneidad de Quetzalli y Antoine como cuidadores. Esto podría incluir maestros, pediatras, amigos cercanos y cualquier otra persona relevante.
Editado: 16.02.2025