El Llanto Que Nos Une

Capitulo 25. Preocupaciones y planes

Paul llegó al despacho de su hermano Etienne unos minutos antes de la hora acordada. La oficina, ubicada en un elegante edificio del centro, reflejaba el éxito y la meticulosidad de su dueño. Etienne ya lo esperaba en la entrada, sonriendo con la confianza de un hermano mayor.

—Vaya, vaya, si no es el famoso Paul —dijo Etienne, extendiendo la mano—. ¿Cómo va el segundo mejor abogado de la familia?

Paul soltó una carcajada, aceptando el apretón de manos.

—Segundo mejor, dices. No sabía que habías decidido cambiarte de carrera —respondió Paul con una sonrisa burlona.

Etienne sacudió la cabeza, divertido.

—Siempre con las respuestas rápidas, ¿eh? Vamos, entremos. Tengo un buen vino esperándonos en el despacho.

Caminaron por el pasillo hasta llegar a la espaciosa oficina de Etienne. Una vez dentro, Etienne sirvió dos copas de vino y se acomodaron en los sillones de cuero.

—Aprovechemos estos momentos de calma antes de que las cosas se pongan serias —dijo Etienne, levantando su copa.

Paul asintió y chocaron las copas en un brindis silencioso. Después de un sorbo, ambos dejaron sus copas y adoptaron una postura más profesional.

—Bueno, ya basta de bromas —dijo Paul, inclinándose hacia adelante—. Tenemos que hablar de los términos del caso Antoine y Quetzalli vs. Harry y Margot.

Etienne asintió, su expresión se volvió más seria.

—Entiendo que ambos tenemos un interés en que este caso no se convierta en una guerra sin cuartel —dijo Etienne—. Mis clientes, al igual que los tuyos, prefieren llegar a un acuerdo si es posible.

—Exactamente —respondió Paul—. La prioridad es el bienestar de Mireya, no prolongar un juicio que puede ser perjudicial para todos los involucrados.

Los dos abogados discutieron posibles términos de acuerdo, buscando un equilibrio que pudiera satisfacer a ambas partes sin necesidad de llegar a una batalla legal prolongada.

—Quizás podamos empezar con un régimen de visitas supervisadas —sugirió Etienne—. De esa manera, Harry y Margot podrían pasar tiempo con Mireya, mientras se asegura que su bienestar esté protegido.

Paul asintió, considerando la propuesta.

—Eso podría funcionar. Pero quiero asegurarme de que cualquier supervisión esté claramente definida y que no haya interferencias externas.

Etienne estuvo de acuerdo y anotó algunos puntos clave. Después de afinar los detalles, se miraron mutuamente, sabiendo que tendrían que llevar estas ideas a sus respectivos clientes.

—Hablaremos con ellos y veremos qué piensan —dijo Etienne, guardando sus notas.

Paul se levantó, preparándose para irse. Justo cuando estaba por abrir la puerta, se detuvo y se volvió hacia su hermano.

—Por cierto, Etienne, una última cosa. ¿Todas esas pruebas que presentaron, las consiguió Simone o fueron Harry y Margot?

Etienne levantó una ceja, pero respondió con franqueza.

—La señora Simone ayudó a conseguir las pruebas.

Paul suspiró y se acercó a su hermano, mirándolo a los ojos con seriedad.

—Hermano, no debería decirte esto, pero sabes que te amo —dijo Paul—. Es mejor que saques a esa señora de la ecuación. Si sigues así, perderás el caso.

Etienne frunció el ceño, sorprendido por la advertencia de su hermano. Pero asintió, reconociendo el consejo.

—Lo tendré en cuenta, Paul. Gracias por la advertencia.

Se dieron un abrazo rápido y salieron del despacho. Ambos sabían que el camino por delante sería complicado, pero la fraternidad y el respeto mutuo les daba una ventaja en esta batalla legal.

Antoine y Quetzalli llegaron a casa sintiendo el peso de la situación, pero decididos a seguir adelante con su rutina familiar. Tras una cena tranquila, se dedicaron a su ritual nocturno con Mireya. Quetzalli la bañó, y ambos la acompañaron en sus juegos antes de acostarla. Después de darle el pecho, Mireya se quedó dormida, su pequeño rostro reflejando una paz que sus padres anhelaban.

Mireya aún tenía algunos meses para cumplir tres años, pero Quetzalli no se apresuraba en destetarla. Sabía que esos momentos de cercanía eran importantes para ambas. Después de que la niña se durmiera, se sentaron en el sofá, planeando su próximo día.

—Amor, estaba pensando —dijo Antoine—, ¿qué te parece si yo voy a buscar al pediatra mañana y tú visitas a los señores Dupont? Están aquí cerca, y no tendrías que trasladarte lejos con Mireya. Cuanto más cerca estés de casa ahora, mejor.

Quetzalli asintió, agradecida por la sugerencia.

—Tienes razón, amor. Entonces yo iré a ver a los señores Dupont. Pero ahora solo quiero descansar. Tenemos que planear lo otro, y siento que mi cabeza va a estallar. Tengo miedo, Antoine.

Antoine la abrazó, sintiendo el temblor en su voz. Sabía que el peso de la situación estaba afectando profundamente a Quetzalli.

—Lo sé, mi vida. Yo también tengo miedo. Pero no estamos solos en esto. Estamos juntos, y tenemos a Paul de nuestro lado. No nos van a quitar a Mireya.




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