El Llanto Que Nos Une

Capitulo 26 La batalla de Mireya

Capitulo 26 La batalla de Mireya

Por fin, la audiencia había llegado y todos se encontraban esperando a la jueza. La sala del tribunal estaba impregnada de una tensión casi palpable. Cada murmullo se desvanecía entre los muros de madera oscura, y el leve crujido de las sillas al moverse era el único sonido que rompía el denso silencio. Antoine Blanchard, con el rostro serio y el ceño ligeramente fruncido, sostenía la mano de Quetzalli, buscando en ella un ancla en medio de la tempestad que estaban a punto de enfrentar. Ella, por su parte, le devolvía la presión con un gesto firme, asegurándole sin palabras que no estaba solo en aquella batalla.

A un lado, Harry y Margot mantenían la compostura propia de su linaje, aunque en sus ojos se reflejaba una mezcla de determinación y juicio severo. Sus abogados, vestidos impecablemente, hojeaban documentos con la precisión de quienes ya han calculado cada movimiento con anticipación.

Las luces del tribunal brillaban con frialdad, iluminando los semblantes tensos de los presentes. El reloj en la pared marcaba cada segundo con un eco metálico que hacía que la espera se sintiera aún más larga.

Finalmente, la puerta lateral se abrió, y una oficial de la corte anunció con voz firme:

—Todos en pie. La honorable jueza Madeleine Fournier presidirá esta audiencia.

Todos los presentes se pusieron de pie en un acto de respeto. La jueza, una mujer de rostro severo y mirada inquisitiva, avanzó hasta su estrado con una postura imponente. Su toga negra se movía con cada paso, y cuando tomó asiento, su expresión se mantuvo estoica, como si ya supiera que aquel juicio no sería sencillo.

Tras un breve repaso a los documentos frente a ella, levantó la mirada y señaló a Entienne Rousseau, el abogado de Harry y Margot, para que comenzara su argumentación.

El abogado, un hombre de mediana edad con el cabello entrecano y una actitud pulcra, se levantó con una seguridad ensayada. Sus ojos recorrieron la sala con una expresión de calculada preocupación antes de fijarse en la jueza.

—Señora Jueza, mi nombre es Entienne Rousseau, y represento a los señores Harry y Margot Dubois —inició con voz clara y firme, proyectándola con la facilidad de quien ha pasado años en los tribunales—. Mis clientes están aquí porque creen que la tutela de su nieta, Mireya Blanchard Dubois, debe ser reevaluada.

Hizo una breve pausa, permitiendo que sus palabras calaran en la sala antes de continuar:

—El señor Antoine Blanchard no ha mostrado el comportamiento responsable que se esperaría de un padre en duelo. En lugar de permitir un período de luto adecuado, comenzó una relación con la señorita Quetzalli apenas unos meses después de la trágica muerte de su esposa.

Las palabras resonaron con un peso que parecía hacer que la atmósfera del tribunal se tornara aún más densa. Antoine sintió la dureza de la acusación, pero no apartó la vista del abogado, resistiendo el deseo de apretar los puños. Quetzalli, a su lado, mantuvo la cabeza en alto, aunque su mirada se oscureció por la insinuación.

Entienne continuó con tono pausado, midiendo cada palabra para que tuviera el impacto deseado:

—Esta relación ha sido perjudicial para Mireya, quien ha sido testigo de múltiples altercados y conductas inapropiadas.

Hubo un murmullo en la sala, pero la jueza levantó una mano para restaurar el orden. Entienne, sin inmutarse, tomó un folder de cuero negro de su portafolio y se acercó a la jueza con pasos firmes. Con una leve inclinación de cabeza, colocó la carpeta en el estrado frente a ella.

—Dentro de esta carpeta, señora jueza, encontrará pruebas documentales y testimoniales que demuestran el impacto negativo que la conducta del señor Blanchard ha tenido en el bienestar emocional y psicológico de la menor. Estoy seguro de que, tras revisarlas, verá que mis clientes solo buscan lo mejor para su nieta.

La jueza tomó la carpeta sin prisa y la abrió, hojeando rápidamente el contenido sin dejar entrever ninguna emoción en su semblante. El silencio en la sala se volvió aún más pesado mientras todos contenían la respiración, esperando su reacción. Tras unos segundos que parecieron eternos, la jueza cerró la carpeta y levantó la mirada.

—Se tomarán en cuenta estas pruebas —dijo con voz firme.

Antoine sintió cómo su mandíbula se tensaba. Sabía que su amor por Quetzalli no era un error, que ella había sido un pilar para él en los momentos más oscuros. Sin embargo, ver su relación retratada como un acto de irresponsabilidad le causaba una punzada de rabia contenida.

Quetzalli, sintiendo su tensión, le acarició el dorso de la mano con el pulgar, un recordatorio sutil de que no debía dejarse llevar por la emoción en ese instante.

La jueza inclinó levemente la cabeza y, con un gesto medido, indicó que la defensa tenía la palabra.

Paul Rousseau, el abogado de Antoine y Quetzalli, se levantó para responder.

—Señora Jueza, las pruebas presentadas por el señor Rousseau han sido obtenidas de manera cuestionable y no representan la realidad de la situación —afirmó con firmeza, antes de dar un paso adelante—. Además, tenemos testimonios de vecinos, amigos y el pediatra de Mireya que atestiguan el cuidado y amor que recibe la niña en su hogar actual.




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