El Llanto Que Nos Une

Capitulo 27 El desconsuelo de Mireya

Después de la audiencia, el caos se trasladó a la casa de los abuelos maternos de Mireya. La pequeña no dejaba de gritar y llorar, su corazón roto por la separación de su madre.

—¡Mamá! ¡Mami! ¡Te amo, mami! —sollozaba Mireya, con la carita llena de lágrimas, su voz quebrada resonando en toda la casa.

Harry y Margot intentaban calmarla con palabras dulces y abrazos tiernos, pero nada parecía consolar a la niña. La desesperación se apoderaba de ellos.

—Por favor, Mireya, come algo, cielo —le decía Margot, acercándole una cucharada de puré.

Pero Mireya apartaba la cabeza, sus ojos buscando desesperadamente a Quetzalli.

—¡No! ¡Quielo mi mami! —gritaba la pequeña, empujando la cuchara lejos.

Harry trataba de distraerla con sus juguetes favoritos, colocándolos alrededor de ella y tratando de jugar con entusiasmo.

—Mira, Mireya, tu muñeca favorita. Vamos a jugar con ella —dijo Harry, mostrando una sonrisa forzada.

Pero Mireya no estaba interesada. Sus sollozos solo se intensificaban, su pequeño cuerpo temblando de angustia.

—¡No, abuello! ¡Quero mi mamá! —lloraba Mireya, sus manitas aferrándose al aire como si intentara alcanzar a Quetzalli.

Los abuelos se miraban con desesperación, sin saber qué hacer para calmarla. La casa, que normalmente era un refugio de amor y risas, se había convertido en un lugar de dolor y tristeza.

—Margot, esto no está funcionando. No sé cuánto más podemos soportar esto —dijo Harry con un suspiro, pasando una mano por su cabello canoso.

—Lo sé, Harry, lo sé. Pero tenemos que intentarlo. Es nuestra nieta, y la amamos. Tenemos que ser fuertes por ella —respondió Margot, con los ojos llenos de lágrimas.

—Quero mi mami —susurraba Mireya, agotada, pero sin dejar de llorar.

Los abuelos la abrazaban con fuerza, intentando transmitirle todo el amor que sentían, pero sus esfuerzos eran en vano, por que ella los alejaba. El desconsuelo de Mireya no tenía fin, y cada sollozo de la niña era un recordatorio doloroso de la fractura que la separación había causado en su pequeño corazón.

Pero eso no se quedó ahí. Mireya seguía llorando, y lo que aconteció fue peor. Su cuerpecito empezó a temblar de manera horrible, y sus sollozos se tornaron en jadeos entrecortados. Los abuelos, aterrorizados, le tomaron la temperatura y vieron con horror que había alcanzado los 40 grados.

—¡Harry, rápido! Tenemos que llevarla al hospital ahora mismo —dijo Margot, su voz temblando mientras envolvía a Mireya en una manta.

—Vamos, pequeña, aguanta un poco más —susurró Harry, su propia desesperación evidente mientras cargaba a Mireya en brazos y se dirigía al auto.

Condujeron rápidamente al hospital, cada minuto que pasaba parecía una eternidad. Al llegar, los médicos los atendieron de inmediato. Mireya fue llevada a la sala de emergencias, donde el pediatra comenzó a examinarla bajo la atenta mirada de los preocupados abuelos.

—Tiene una fiebre muy alta. Necesitamos bajarla de inmediato —dijo el pediatra, mientras administraba medicamentos para bajar la fiebre y colocaba a Mireya bajo observación.

Harry y Margot esperaban en la sala de espera, sus corazones en la garganta. Después de un tiempo que pareció interminable, el pediatra salió para hablar con ellos.

—La fiebre ha comenzado a bajar, pero queremos mantenerla en observación por precaución. La causa de la fiebre parece ser emocional. ¿Ha pasado algo recientemente que la haya perturbado mucho? —preguntó el médico, su tono profesional pero preocupado.

Margot se volvió hacia Harry con ojos llenos de lágrimas.

—La audiencia… La separaron de su madre hace unas horas —dijo Margot, su voz quebrada.

El pediatra asintió con comprensión y preocupación.

—Entiendo. Necesitamos contactar a su padre. Él debería estar aquí —dijo el médico.

Acto seguido, el pediatra tomó el teléfono y marcó el número de Antoine. Después de unos segundos, Antoine respondió, su voz tensa y preocupada al recibir la llamada.

—¿Sí? ¿Qué sucede? —preguntó Antoine, temiendo lo peor.

—Señor Blanchard, soy el Dr. Dupuis del Hospital Infantil de París. Su hija Mireya ha sido ingresada con una fiebre alta. Está bajo observación ahora, pero creo que es importante que venga lo antes posible —dijo el pediatra, con tono grave.

—¿Fiebre alta? ¿Qué le ha pasado? —preguntó Antoine, su voz llena de angustia.

—Parece ser una reacción emocional severa a la situación reciente. Está muy perturbada por la separación de su madre. Necesitamos que esté aquí para tranquilizarla —explicó el Dr. Dupuis.

—Estoy en camino —respondió Antoine, colgando rápidamente y dirigiéndose hacia el hospital con el corazón en la garganta.

Mientras tanto, en el hospital, Mireya seguía bajo observación. Los abuelos, agotados y preocupados, se aferraban a la esperanza de que la llegada de Antoine pudiera calmar a la pequeña y ayudar a mejorar su estado.

Antoine salió de su casa como alma que lleva el diablo. Conducía rápido, con las manos firmemente en el volante, los nudillos blancos por la tensión. Desde su casa hasta el hospital eran unos 20 minutos, pero con el tráfico y su desesperación, el tiempo parecía estirarse infinitamente.




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