Por otro lado, en la cárcel, donde Quetzalli estaba detenida mientras seguía el proceso de deportación, la situación era desesperante. La cárcel era un lugar frío y desolado, con paredes grises y luces fluorescentes que nunca se apagaban. Los guardias patrullaban constantemente, y los gritos y murmullos de las otras detenidas creaban un ambiente de tensión continua.
Estando en la cárcel, Quetzalli comenzó a tiritar y su cuerpo temblaba de manera alarmante. Una mujer en la celda de enfrente, notando la gravedad de la situación, gritó al guardia cuando Quetzalli cayó desmayada.
—¡Guardia! ¡Ayuda, alguien se ha desmayado! —gritó con desesperación.
Rápidamente, los guardias llegaron y al ver el estado de Quetzalli, decidieron llevarla al hospital. Fue trasladada en ambulancia, con un oficial vigilándola de cerca. Al llegar, la bajaron rápidamente, y el médico residente de urgencias la revisó, ordenando análisis inmediatos. Quetzalli tenía una fiebre de 40 grados y deliraba el nombre de Mireya.
Harry, que había ido a comprar un café, vio todo a la distancia. Una voz en su interior le hablando el corazón, instándole a actuar. Con un sentimiento de remordimiento y pena, decidió hablar con Margot sobre lo que había presenciado.
—Margot, tenemos que hablar —dijo Harry, con voz seria pero calmada.
Margot lo miró con preocupación, viendo la gravedad en su expresión.
—¿Qué pasa, Harry?
—Acabo de ver a la señorita Quetzalli. La han traído al hospital. Está muy mal… —explicó Harry, sus palabras cargadas de culpabilidad.
Margot lo miró con los ojos muy abiertos, una mezcla de sorpresa y preocupación en su rostro.
—¿Qué vamos a hacer, Harry? —preguntó, su voz temblando.
—Tenemos que hablar con Antoine. No podemos seguir así. Esto está destruyendo a todos, especialmente a Mireya —respondió Harry, decidido.
Ambos, con el corazón pesado, se acercaron a donde estaba Antoine, quien estaba sentado en la sala de espera, su rostro lleno de angustia.
—Antoine… —comenzó Harry, con voz suave.
Antoine levantó la mirada, sorprendido al ver a los abuelos de Mireya acercarse cuando les dijo que no quería saber nada de ellos.
—¿Qué quieren ahora? —preguntó, su tono lleno de desconfianza, enojo y cansancio.
—Queremos hablar contigo, Antoine —dijo Margot, su voz llena de sinceridad—. Lo que estamos haciendo no está bien. La señorita Quetzalli está en el hospital, por lo que acabo de ver y está muy enferma. Mireya también. Esto tiene que parar.
Antoine los miró, sus ojos llenos de lágrimas contenidas y frustración, se levantó rápido de la silla y salió caminando deprisa pero Harry lo detuvo, calmándolo, pero Antoine hablo primero.
—¿Ahora se dan cuenta? Mireya y Quetzalli se necesitan. Todo esto está lastimando a todos nosotros, pero especialmente a mi hija, su nieta —dijo con voz quebrada.
Harry asintió, sintiendo el peso de sus acciones.
—Lo sabemos, y queremos arreglar esto. No queremos que Mireya sufra más. Hagamos lo correcto, por Elise, por Mireya… —dijo Harry, su voz cargada de remordimiento.
Antoine respiró hondo, tratando de calmarse.
—Está bien, hablemos. Pero si alguna vez les importó Mireya, deben demostrarlo ahora. Ella necesita estabilidad y amor, no más conflictos, pero por el momento es juntar a Mireya y Quetzalli —concluyó Antoine, su voz firme pero llena de esperanza. Mientras tomaba rápidamente una decisión.
Antoine dejó sola a Mireya por un momento ya que sus abuelos se ofrecieron a cuidarla. Con el corazón acelerado, preguntó por Quetzalli y descubrió que la tenían en una habitación, conectada a un suero y vigilada por un oficial que no lo dejaba pasar.
—Lo siento, señor, pero no puede entrar —dijo el oficial con firmeza.
Antoine, desesperado, intentó argumentar, pero fue el médico quien, al ver la angustia en su rostro, intervino.
—Oficial, este hombre es el prometido de la paciente. Permítale pasar unos minutos, por favor —dijo el médico con voz autoritaria pero comprensiva.
El oficial, dudando por un momento, finalmente asintió y se hizo a un lado. Antoine entró rápidamente en la habitación y se acercó a Quetzalli, quien yacía pálida y debilitada en la cama.
—Quetzalli… —murmuró Antoine, tomando su mano con suavidad.
El médico se acercó a Antoine y le explicó la situación.
—No hay signos de infección en Quetzalli. Todo parece estar bien, pero no entendemos por qué no le baja la fiebre —dijo el médico, frunciendo el ceño preocupado.
Antoine asintió, tomando aire profundamente antes de explicar.
—Doctor, la pequeña que tienen en observación en el área de pediatría, Mireya, está en la misma situación. Ella también tiene fiebre alta y no se calma. Creo que esto tiene que ver con la separación de ambas. Quetzalli es como una madre para Mireya —explicó Antoine con urgencia.
El médico, un joven de aspecto amable y dedicado a su vocación, consideró la situación por un momento.
Editado: 16.02.2025