El Llanto Que Nos Une

Capitulo 29 La promesa de estar juntas

A la mañana siguiente, Mireya se despertó en los brazos de Quetzalli, que seguía dormida. Con sus manitas pequeñas, acarició la cara de su madre con tanto amor que aquellas caricias lograron despertar a Quetzalli.

—Buenos días, mi amor, mi pequeña. Te he extrañado tanto —dijo Quetzalli con una voz suave y amorosa mientras abrazaba a Mireya.

—Mami, te amo —respondió Mireya con su vocecita y una sonrisa hermosa, brillando con inocencia y ternura.

—Debemos separarnos otra vez, mi pequeña. Por cometer un error, estoy haciéndote daño. Perdóname, ¿sí? —dijo Quetzalli, con tristeza en su voz, sus ojos llenos de lágrimas.

—Ti —respondió Mireya, sin comprender realmente lo que decía su mamá, pero sintiendo la angustia en su tono.

—Separal no, Quero —dijo Mireya, haciendo un pequeño puchero, su carita arrugada de confusión y tristeza.

—No llores, mi pequeña y amada Miri. Es necesario, pero pronto estaremos juntas —dijo Quetzalli, sacando su seno y comenzando a darle pecho. Mientras lo hacía, le hablaba con ternura—: Eres mi vida, mi luz. Te amo tanto, mi amor. Pronto estaremos juntas otra vez, te lo prometo.

El momento era íntimo y lleno de amor, una conexión profunda entre madre e hija. Mireya se aferraba a su madre, encontrando consuelo en su cercanía. Quetzalli acariciaba suavemente el cabello de Mireya, besando su cabecita mientras amamantaba.

En ese momento, Harry y Margot entraron a la habitación. Al verlos, Quetzalli se cubrió rápidamente, protegiendo la intimidad del momento con su hija. Los abuelos observaron la escena con amor y vergüenza por todo lo que habían causado.

Cuando Mireya los vio, dejó de tomar pecho para decir:

—Malos, malos ellos —alejándose de los abuelos, su vocecita cargada de indignación.

—No, mi amor, ellos no son malos y quiero que los respetes, ¿sí? —dijo Quetzalli, tocando suavemente la carita de Mireya, tratando de calmarla.

Luego, tomando la carita de Mireya con sus dos manos, Quetzalli continuó:

—Quiero que me escuches, mi vida. Quiero que te portes bien, mi niña. Pronto arreglaremos esto y podremos estar juntas otra vez, pero no podemos enfermarnos otra vez, ¿me lo prometes?

—Ti —respondió Mireya, abrazando a su madre con fuerza, sus lágrimas mezclándose con las de Quetzalli.

—Ahora ve con tus abuelitos, que te aman mucho, y nos vemos pronto, ¿sí? —dijo Quetzalli, con el corazón roto.

Mireya se le llenaron de lágrimas sus ojitos mientras abrazaba a su mamá una vez más, aferrándose a ella con todas sus fuerzas.

—Te amo, mami —dijo Mireya con un susurro.

—Y yo a ti, mi pequeña. Siempre —respondió Quetzalli, apretándola contra su pecho antes de dejarla ir.

Con el corazón apesadumbrado, Quetzalli observó cómo Mireya se alejaba con sus abuelos. Harry y Margot miraban la escena con una mezcla de amor y arrepentimiento, comprendiendo que habían sido engañados y que estaban a punto de separar a una familia unida, lo bueno es que irían a arreglar el asunto con Entienne.

Antoine miraba todo desde la puerta cuando Harry y Margot salieron de la habitación con Mireya. Él se despidió de su hija con una caricia y una promesa de que todo estaría bien. Luego, entró en la habitación.

Al ver a Quetzalli, Antoine la abrazó apasionadamente, llenando su rostro de besos.

—Perdóname, Quetzalli —dijo, con lágrimas en los ojos—. Perdóname por no haber podido defender a nuestra familia.

Quetzalli, con amor y comprensión, lo miró a los ojos y le respondió:

—No tienes que pedir perdón, Antoine. Jamás nos imaginamos que esto pasaría. Todo tiene un porqué, y yo debí haber arreglado el asunto de la visa. Ahora tengo que hacerme cargo de las consecuencias. Lo que más lamento es no poder abrazar a Miri.

—No te preocupes más, mi amor —dijo Antoine, acariciando su rostro—. Paul me dijo que fuera a su despacho. Harry y Margot han decidido retirar todos los cargos contra mí y, por lo tanto, contra ti. Espero que todo salga bien. Además, Paul me dirá si te deportarán o no y moveremos cielo y tierra para evitarlo.

Mientras hablaban, un oficial entró en la habitación.

—Tenemos que llevarla ahora —dijo el oficial con firmeza.

—Por favor, espere un momento más —pidió Antoine, mirando al oficial con súplica.

Volvió su atención a Quetzalli, sosteniéndola con fuerza.

—Te amo, mi amor. En cuanto tengamos todo resuelto, aguanta, por favor. No estés triste ya.

—Yo también te amo, Antoine —dijo Quetzalli, con lágrimas en los ojos—. Tú y Miri me han dado fuerzas. Los amo a ambos con todo mi corazón.

El oficial esperó pacientemente, permitiendo que Antoine y Quetzalli compartieran un último abrazo lleno de amor y esperanza antes de llevarla de regreso a la detención.

Antoine se acercó a Quetzalli con pasos lentos, casi temeroso como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera romper el hechizo del momento. Extrañaba a Quetzalli en apenas un día de estar separados. Sus ojos se encontraron y, por un instante, el tiempo pareció detenerse. Las emociones contenidas en tan poco tiempo se reflejaban en sus miradas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.