El Llanto Que Nos Une

Capitulo 32 Una noche inolvidable

Por fin llegaron a casa. El largo viaje y las emociones del día habían agotado a Mireya, quien dormía profundamente en los brazos de su madre. La pequeña ni siquiera se inmutó cuando Quetzalli y Antoine la llevaron a su habitación. Con sumo cuidado, la recostaron en su cuna, asegurándose de que estuviera cómoda y abrigada. Antes de salir de la habitación, Quetzalli se inclinó hacia ella, depositando tiernos besos en su mejilla sonrosada. Luego, acercó sus labios a su oído y le susurró con dulzura:

—Te amo, hija.

Como si su subconsciente hubiese captado las palabras de su madre, Mireya sonrió entre sueños, haciendo que el corazón de Quetzalli se llenara de ternura. Permaneció unos segundos más contemplándola antes de salir de la habitación, sintiendo una paz indescriptible al verla dormir tan serena.

Mientras tanto, en la habitación contigua, Antoine se encontraba preparando un baño para ambos. Vertió en el agua tibia una mezcla de esencias aromáticas, cuyo perfume llenó el baño con una fragancia relajante. Sabía que era pronto, pero anhelaba con todo su ser consumar su matrimonio. Había esperado pacientemente, respetando los tiempos de Quetzalli, pero ahora la necesidad de estar con ella de la manera más íntima lo consumía. Solo esperaba que ella sintiera lo mismo y que estuviera lista. No quería presionarla, pero su deseo era tan fuerte que apenas podía contenerlo.

Quetzalli entró en la habitación donde dormía con Antoine y, al no verlo, supo que estaba en el baño. Suspiró aliviada. Necesitaba con urgencia un baño después de haber permanecido en aquella celda. Su cuerpo se sentía pesado, pero la expectativa de lo que podría ocurrir esa noche le aceleró el corazón. Estaba nerviosa, sí, pero también ilusionada. Su amor por Antoine había crecido con cada prueba que enfrentaron juntos, y ahora que eran marido y mujer, nada podía interponerse entre ellos.

La puerta del baño se abrió, y Antoine apareció con el torso desnudo, cubierto solo con una toalla atada a la cintura. Su mirada se posó en Quetzalli con intensidad, reflejando el deseo que lo embargaba. Extendiendo la mano hacia ella, le ofreció una sonrisa que mezclaba pasión y ternura. Sin dudarlo, ella tomó su mano, y él la atrajo hacia su cuerpo con un gesto posesivo, rodeándola con sus brazos fuertes. Sin pronunciar palabra, inclinó el rostro y la besó con ansia contenida. Sus labios se fundieron en un beso ardiente, profundo, lleno de amor y deseo. Sus manos recorrieron la espalda de Quetzalli, atrayéndola aún más hacia él.

Ella se dejó llevar por aquellas caricias que tanto había anhelado. Sintiendo el calor de su piel y el roce de su cuerpo contra el de Antoine, su corazón latió desbocado. La pasión se encendió entre ellos como una llama imparable. Sin separarse del todo, Antoine susurró contra sus labios:

—Está listo el baño.

Quetzalli sintió un escalofrío recorrer su espalda, no por frío, sino por la expectativa de lo que estaba a punto de suceder. Antoine la miraba con adoración, sus dedos jugueteaban con un mechón de su cabello oscuro, y su voz temblaba ligeramente por la emoción contenida.

—No puedo esperar más, mi amor. Sé que no es la boda que esperabas y qué decir de la noche de bodas, pero de verdad me urge hacerte el amor. Te amo y desde hace tiempo lo deseo, pero te he respetado y hasta que tú me des luz verde, yo avanzaré.

Quetzalli rio con nerviosismo, bajando la mirada por un instante. Sabía que sus palabras eran sinceras. Antoine siempre había sido respetuoso, había esperado pacientemente sin presionarla. Pero ella también lo deseaba desde hace mucho tiempo. Había evitado expresar sus deseos por respeto a Elise, pero ahora, siendo la esposa de Antoine, no dudaría en entregarse completamente a él. Quetzalli alzó la vista y sus ojos reflejaron la misma pasión que ardía en los de su esposo.

—Yo también te amo, Antoine, y deseo que me hagas el amor —susurró con voz temblorosa pero decidida—. Vamos a disfrutar de este momento juntos.

Las palabras de Quetzalli fueron la confirmación que Antoine necesitaba. Sin esperar más, la levantó en brazos y la llevó al baño, donde el agua tibia y las fragancias envolvieron su primer encuentro como marido y mujer en una noche que quedaría grabada en sus memorias para siempre.

Antoine había preparado el baño con agua caliente y delicadas burbujas perfumadas con un toque de lavanda. Se desnudó lentamente ante los ojos de Quetzalli, comenzando por desabrochar los botones de su camisa, dejando al descubierto su torso bien definido. Sus manos descendieron hasta su cinturón, que desabrochó con calma, permitiendo que sus pantalones se deslizaran hasta el suelo. Solo quedaba su bóxer, que retiró lentamente con sus pulgares, deslizándolo por sus muslos hasta dejar su pene expuesto, aun en reposo.

Quetzalli lo observaba con fascinación, sintiendo su propia piel arder de deseo. Siguiendo su ejemplo, comenzó a desnudarse con la misma lentitud. Soltó los ganchos de su brassier, dejando que sus senos grandes quedaran libres, sus pezones endureciéndose ante la expectativa y el cambio de temperatura. Luego, bajó su ropa interior lentamente, permitiendo que su feminidad, cubierta de un vello fino y oscuro, quedara a la vista, incitándolo sin palabras a reclamarla por completo.

Antoine, relajado, se sentó en la tina mientras Quetzalli se acomodó detrás de él. Ella tomó una esponja suave y, con movimientos lentos y cuidadosos, comenzó a lavar su cuerpo, empezando por sus hombros fuertes, descendiendo por sus brazos y luego su pecho. Sus manos bajaban con precisión, recorriendo su abdomen firme hasta llegar a su pelvis.




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