El Llanto Que Nos Une

Capitulo 35 Herencias de amor

Habían pasado ya dos años. Mireya contaba con diez años y Amara con dos años. Las dos hermanas se llevaban de maravilla; Mireya siempre tenía tiempo para jugar con su hermanita, y Amara siempre le demostraba su amor con abrazos y besos. Ahora la casa tenía más personal de limpieza, mayordomo y chófer, ya que la familia estaba creciendo. Quetzalli estaba embarazada de su tercer hijo, un bebé planeado, pues, según las pláticas previas, Antoine y Quetzalli tendrían solo tres hijos. Así que este sería su último bebé, o eso pensaban.

Mireya cuidaba mucho a su mamá y a Amara, sin dejar de ser una niña, también seguía el ejemplo de su hermana mayor. Por otro lado, Quetzalli siempre tenía tiempo para sus hijas y su esposo, nunca los descuidaba. Aunque también tenían problemas como todo matrimonio, siempre hablaban lejos de las niñas para que no escucharan cuando se enojaban. Siempre terminaban solucionando sus diferencias en la cama, fortaleciendo su relación.

Jean Luca y Camille siguieron viviendo en Italia y de vez en cuando se iban de vacaciones. Amaban a sus nietas y pronto tendrían otro nieto. Cuando se enteraron, realizaron una video llamada felicitándolos efusivamente. Diego y su esposa se fueron a vivir a México. Aunque no iban tan seguido, seguían teniendo contacto, pero era muy esporádico.

Simone, año con año, no soportaba que su hijo la ignorara. En algún momento de su desesperación, al no lograr separar a su hijo de Quetzalli y sus hijas, lo atrajo a su casa con mentiras. En ese entonces, Mireya tenía nueve años y Amara tenía un año. Antoine, creyendo en lo que decía su madre, fue a su casa. En algún momento, Antoine sospechaba que su mamá tenía algo cuando ella lo amenazó con quitarse la vida si él no dejaba a su esposa e hijas. Así que discretamente marcó a emergencias mientras distraía a su madre.

El caso fue que Simone fue internada en una clínica mental. El psiquiatra le indicó a Antoine que su madre sufría de un trastorno obsesivo con él, una forma extrema de TID (Trastorno de Identidad Disociativo) combinada con una obsesión desmedida. El médico descubrió un cuarto lleno de fotos de Antoine en situaciones inapropiadas y ropa de él. Después de un tiempo encerrada en la clínica mental, una noche, Simone logró robar un cuchillo, matando a varios pacientes y causándose a sí misma una muerte lenta y agonizante. Nadie pudo hacer nada, pues las puertas estaban sincronizadas para abrirse solo con personal autorizado.

Cuando Antoine se enteró, sintió una mezcla de dolor y alivio. Aunque ya había perdonado a su madre, no podía evitar un sentimiento de remordimiento, pues sabía que aquella mujer le había dado la vida y, de alguna manera, lo había educado bien.

Después de esa desagradable noticia, Antoine se dirigió a su casa, listo para estar con su familia que amaba tanto, con su esposa que tenía ya siete meses de embarazo y que le encantaba hablarle a su bebé y ver cómo se movía en su vientre. Sus dos pequeñas eran su adoración, las amaba demasiado y ellas por igual, su padre era su héroe.

Antoine llegó a su casa y sus pequeñas lo recibieron entre gritos y abrazos.

—¡Papá, papá! —gritó Mireya emocionada, corriendo hacia él.

Amara, que aún no dominaba bien las palabras, balbuceó con entusiasmo mientras levantaba sus bracitos—. ¡Pa, pa!

Antoine se agachó y abrazó a ambas niñas, levantando a Amara y dándole un beso en la mejilla. Mireya se colgó de su cuello y lo apretó con fuerza.

—¡Te extrañamos mucho, papá! —dijo Mireya con una sonrisa radiante.

—Yo también las extrañé, mis princesas. —respondió Antoine, acariciando el cabello de Mireya y sonriendo a Amara.

Amara le dio un beso baboso en la mejilla y Antoine no pudo evitar reír—. ¡Pa, ma! —dijo, tratando de comunicarse lo mejor que podía a su corta edad.

Después, Antoine se dirigió a su esposa, Quetzalli, que tenía ya siete meses de embarazo. La besó tiernamente, sus labios, encontrándose en un gesto de amor y apoyo mutuo. Fue un beso lleno de suavidad y cariño, que transmitía todo lo que sentían el uno por el otro.

Luego, Antoine se inclinó hacia el vientre de Quetzalli, colocando suavemente su mano sobre él. Besó su barriga y susurró—. Hola, pequeño. Aquí está papá. No sabemos si eres un niño o una niña, pero ya te amamos con todo nuestro corazón. Estamos ansiosos por conocerte, así que sigue creciendo fuerte y saludable.

Quetzalli sonrió y acarició el cabello de Antoine—. Estás tan emocionado, mi amor. —dijo suavemente.

Antoine levantó la mirada hacia ella—. Claro que sí, Quetzalli. Cada vez que pienso en nuestra familia creciendo, me siento bendecido. No puedo esperar a ver a este pequeño ser parte de nuestras vidas.

—Yo también, Antoine. —respondió Quetzalli con ternura—. Este bebé va a ser tan amado como lo son Mireya y Amara. Y me siento tan agradecida de tenerte a mi lado en este viaje.

Antoine se levantó y la abrazó, sosteniéndola contra su pecho—. Siempre estaré aquí para ti, Quetzalli. Para ti y para nuestros hijos.

Y así, rodeados de amor y esperanza, se preparaban para el siguiente capítulo de sus vidas, agradecidos por los pequeños milagros que habían transformado sus vidas y por las nuevas alegrías que estaban por venir.

[…]

Era una tarde de domingo, y la familia disfrutaba de una comida juntos. Antoine se movía con destreza en la cocina, preparando una comida mexicana que había aprendido a hacer desde que Quetzalli estaba embarazada. Este último embarazo había despertado en su esposa un antojo insaciable por la comida mexicana, especialmente las carnitas estilo Michoacán.




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