El sol calentaba en todo su esplendor y Andrea despertó somnolienta y con un fuerte dolor de cabeza.
—¡Oh, que dolor!— murmuró al agarrarse la cabeza, sus ojos azules recorrieron toda la estancia, no recordaba cómo había llegado a ese lugar —¡Agg, como duele!
Se percató que estaba desnuda y trató de buscar una sábana con qué cubrirse, estaba acostada en el suelo y observó que toda su ropa estaba tirada por todos lados, encontró una sábana y al jalar pudo ver la espalda desnuda de Steven.
Sus ojos se abrieron como plato y contuvo la respiración de la misma impresión.
— No, no, no, — se llevó la mano a la boca y suprimió sus propios quejidos.
Sus ojos se fijaron en la espalda grande, morena y fornida del hombre que yacía dormido a su lado. Y al comprender la magnitud del lio en el que estaba abrió aún más los ojos de par en par.
Se levantó con cuidado de no despertarlo. Trataba de recordar como ellos habían llegado a esas circunstancias.
—¡Dios mío qué hice!— se levantó rápido y acomodó su ropa lo mejor que pudo y aterrada salió de la habitación con el corazón palpitando a mil por hora, era tanto la fuerza de su corazón que ella podía sentirlo en la boca, buscando la forma de salir de su pecho.
—¡Oh, Dios! ¿Qué hice? — bajo rápidamente a recepción con la intensión de escapar de lo que había hecho, aunque no recordaba nada. Todo era borroso en esos momentos, así que pidió una habitación porque no podía dejar de nadie la viera, con esa facha que tenía. El maquillaje todo corrido, el pelo desmarañado y el tufo de alcohol la denunciaban, no podía darse ese lujo, sería la comidilla del pueblo. Pensó horrorizada.
— Buenos días — saludo la joven que atendía y esta escuchó la solicitud y dio solución enseguida.
—Gracias_ le dijo a la recepcionista nerviosa — ¡Por favor, discreción!
Después llegó a la nueva habitación, cerró la puerta y se descargó tratando de relajarse para enfocar su mente y recordar todo lo que pasó en la fiesta. Cuando no consiguió nada fue a darse un baño relajante, luego marcó los números del teléfono de Betty.
—Betty, soy yo Andrea — decía rápido — tengo serios problemas — hablaba entrecortado, el baño no la había calmado, sus manos temblaban y cierto malestar en su cuerpo la mantenía intranquila.
—¿Qué, ya mataste a tu maridito? — se carcajeó al recordarlos en la madrugada — yo no voy a esconder ningún cadáver.
Fanfarroneo la amiga adormilada.
—¡Qué marido, ni que ocho cuartos! — respondió nerviosa. Una lluvia de imágenes la bombardeaban por momentos — necesito que me prestes ropa, para poder acercarme al Manantial, Miguel debe estar buscando me.
—Él — hizo cierto sonido con la boca — está echando fuego por todas partes — exhaló exageradamente
—Mira cariño, la noticia de tu boda, se propagó como incendio en matorral seco. Y cuando ese hombre llegó a mi casa para saber de ti — reía — bueno, casi le da un infarto.
—¡Qué! — Andrea no comprendía lo que le decía su amiga. Su cabeza era una confusión total.
—¡Qué boda!— se levantó de donde estaba sentada y comenzó a caminar nerviosa, entre las imágenes se veía desnuda y con Steven — Betty, por favor tráeme ropa, y sobre esa tal boda debe ser un mal entendido —le refutó enfada, tenía que ser un mal entendido, trataba de convencerse a sí misma.
El profundo suspiro que escuchó Andrea por la línea le indicó que había cierta gravedad en lo que se decía.
—Cómo tú digas— Betty blanqueó los ojos y meneó la cabeza en resignación — ¿Dónde te llevo la ropa?¿ A la habitación de tu marido? Donde se quedaron anoche.
—¡No! — ella grita desesperada — estoy en la habitación doscientos quince y por favor no te demores.
Betty al llegar a la habitación la vio y se sorprendió. Tenía grandes ojeras, su larga cabellera toda desmarañada, tenía un moretón en el brazo.
—¡Ese hombre sí que es un salvaje! — se burló de ella. —¿Cuántas veces lo hicieron?
Las mejillas de Andrea enrojecieron y la fulminó con la irada. Contuvo el aliento para no discutir.
—¡Déjate de estupidez! — se miró el brazo y recordó que al momento de quitarse la falda perdió el equilibrio y cayó aparatosamente contra la baranda de la cama y Steven reía a carcajadas, esto la molestó tanto que le arrojó, un pequeño cenicero — esto me lo hice con la cama — le aclaro.
No entendía para que ella perdía el tiempo explicándole a su amiga, si ya todos habían sacado sus propias conclusiones de su noche pasional.
Betty apretó la mandíbula para contener su comentario burlón al verla roja por la rabia y además se veía nerviosa.
—Bueno, como tú digas — No la quiso atormentar más.
Andreas se vistió rápidamente en silencio y luego se marchó para el Manantial.
Cuando Betty llegó al hotel se encontró con Martín que subía en ese momento a la habitación de Steven.
Él la saludo con cierta burla.
—¿Cómo amaneciste?— se burló Betty — yo no pegue el ojo en toda la noche y cuando ella me llamó — reía a carcajada — pensé que era para esconder el cadáver del esposo.
Martín reía de las ocurrencias de Betty.
—¡Estoy cansado! Voy a ver si aún está vivo mi amigo — se burló también.
Martín llegó a la habitación donde lo había alojado a Steven el día anterior y en dónde lo dejo con la esposa y llamó a la puerta.
Steven estaba sentado en la cama, con la cabeza que le giraba, cuando escuchó el timbre y con una toalla en las caderas fue y abrió la puerta.
—¿Qué te pasó?— Martín miraba los arañazo que su amigo tenía en la espalda — ¡Vaya! Tu mujer es una fiera.
—¡Cállate!— deambulaba por la habitación — tengo dolor de cabeza y mucha sed — encontró una jarra con agua y enseguida se pegó a ella — ¿Qué mujer? —volvió a beber — no recuerdo mucho que digamos, es borroso.
Martín que se había quitado el sombrero y lo giraba en las manos, pensaba lo divertido de la situación. Esto va estar de bomba. Pensaba el vaquero. Él conocía a su amigo y sabía que él estaría molesto por aquella loca decisión, tomada bajo los efectos del alcohol.