Devin mantuvo a Carnon encima de sus muslos, observándolo a él, solo a él. No quería pensar demasiado, tenía hambre y su cabeza le palpitaba, entre más complicado fuese el pensamiento, entre más racional lo encontrase, más presión experimentaba en ambos lados de su cerebro.
Las alucinaciones que creyó haber tenido, no lo eran en absoluto. En otro momento de su vida, cuando era un niño, por ejemplo, le hubiese encantado hablar con seres míticos que ni en los libros de historia de la humanidad databan; no obstante, en ese momento y a su edad, le sofocaba los pensamientos de una manera que no podía ni entender.
—Oye, come algo —dijo la voz ronca. Devin alzó la vista, encontrándose con Lucien.
Lo odió un poco por verse tan guapo, incluso cuando se notaba que estaba cansado. Del trío, siempre fue su favorito, aunque había sido imposible sacarle una o más palabras, se veía distante y enfocado, como si tuviese una gran meta por delante.
Esa parte de Lucien y de algunas personas, Devin la envidiaba.
Él tenía una meta, pero no estaba cerca de ser elogiada por alguien.
—Gracias —dijo, mirando los panecillos y el café que puso delante de él.
—El derrindio se fue, no volverá a molestar —le expresó Lucien, porque Devin se había quedado muy callado desde entonces.
—Sí, lo vi irse —musitó.
El ave había sido impactada por dos rayos de bajo voltaje que salieron del pararrayos del edificio. Un chillido endeble quedó en el aire cuando aleteó, subiendo tan alto que se perdió entre las nubes como si nunca hubiese existido.
—No volverá, y si vuelve, la barrera lo detendrá.
Él apretó los labios, pero estiró un brazo para tomar un panecillo. Carnon se bajó de sus piernas y lo dejó alimentarse.
—Mi nombre es Lucien —le dijo cuando estaba mascando el primer bocado—. Lucien Green.
Devin alzó la mirada y se limitó a asentirle. Le agradecería si se quedaba callado y no le decía una sola palabra mientras comía e intentaba hacerse a la idea de que se había metido en una película de terror.
Lucien lo observó comer con una lentitud exasperante. Mascaba cada bocado muchas veces y daba pequeños sorbitos de la taza. Los ojos verdosos del muchacho no enfocaban nada en específico, se alimentaba tal vez porque sus tripas lo exigían y su inconsciente sabía que estaba muy débil.
Lucien esperó una presentación formal, pero el muchacho no pronunció ni una sílaba. Él no necesitaba que lo hiciera, sabía todo lo básico desde la noche anterior.
Devin Rossi Vernamilion, veintitrés años, signo libra. Hijo de un matrimonio internacional; su madre de origen inglés y su padre de nacionalidad italiana. Tenía cuatro hermanos, dos mayores y una menor. Sus padres regresaron a Italia hacía dos años y una semana; sus hijos se mudaron con ellos, menos Devin, quien se quedó por razones que el informe policial no detallaba.
Lucien y Marcel estuvieron buscando algún nexo mágico entre los padres, pero sus partidas de nacimiento eran originales; hijos de padres humanos, con trabajos humanos, sin nexos con el mundo sobrenatural. Apenas se registró un accidente hacía unos años en el coche que viajaban, pero fue solo una falla mecánica.
—¿Por qué estás siendo amable? —Devin lo observó cuando tragó el quinto bocado.
—¿Disculpa?
—Me llamaste criminal —dijo, haciendo un puchero antes de dar otro sorbo al café—. No soy un criminal.
Lucien se congeló un segundo. Aclaró su garganta y la nuca sufrió una ligera picazón que hizo lo posible por ignorar.
—Lo siento —dijo, con la lengua pesada—. Creí que lo eras.
—Pero no lo soy —dijo en un hilo de voz, bajando la mirada a un panecillo. Sus dedos jugaron con el bordo del vaso, inquieto—. Nunca me he robado ni una golosina.
Lucien lo observó en silencio por un segundo, igual que un ciervo atontado por el faro de un auto. En el puchero del rubio una sinceridad que no pudo pasar por alto. Las comisuras de Lucien subieron, torpes y tensas; se halló levantando las manos despacio, como si temiese romper un frágil vidrio.
—Está bien —pronunció más fuerte de lo que quiso—. Lo entiendo, lo entiendo… fue mi error.
Si alguien oyese a Lucien Green admitiendo que se equivocó, de seguro le daría un infarto por el asombro. Sin embargo, quien lo conocía, sabía que él odiaba dañar a quienes eran inocentes.
Devin estaba tan confundido como ellos por lo que había ocurrido.
Pequeñas arruguitas aparecieron en los labios de Devin; acabó asintiendo y regresando a comer. El aire entre ambos se tornó suave y Lucien no quiso romper el ambiente; optó por rascarse la nuca, experimentó una mezcla anodina de culpa con calidez. Cuando Devin levantó la mirada, Lucien la apartó.
No era la primera vez que se encontraba con esos ojos brillantes. Era lindo, lo pensó desde la primera vez que pisó la cafetería donde trabajaba.
—Gracias por la comida —dijo Devin una vez acabó.
—Nuestra investigadora dice que tienes principios de anemia, ¿no comes bien?
—¿En serio? —Devin se miró las manos, sí estaba un poco pálidas, pero no esperó que hubiese una razón médica—. Como, pero hace mucho no visito el médico. El seguro de papá dejó de funcionar y es costoso ir particular.