Devin despertó con algo de frío. Estiró la mano para tomar su manta, sin embargo, el frío alrededor le hizo encoger los hombros y volverse un ovillo. Sin embargo, en el momento en que su palma tanteó el suelo helado sin encontrar la sábana, comprendió que no se encontraba en su cama.
Separó los párpados con el entrecejo muy junto. La luz del pasillo lo desorientó. Rebuscó alrededor, pero estaba solo en una habitación hecha de baldosas blancas, sin cama, mesa o una puerta para el baño. Se sentó cruzando las piernas, mientras miraba el entorno.
Gateó antes de ponerse de pie. Fue hasta el cristal que servía de ventana o de puerta, no podía distinguirlo, iba desde el techo hasta el piso. Lo tocó, pero no hubo consecuencia, tampoco pudo apartarlo, mucho menos romperlo.
—¡Oigan! —Su voz rebotó en la habitación—. ¡Oigan!
Empezó a golpear el vidrio con la palma abierta.
Carnon no estaba, tampoco alguno de los hombres de antes. Hombres… ese hombre fortachón le había echado un polvo en la cara.
¡Sería malvado el muy cretino!
—¡Oigan!
Las pisadas por el pasillo se escucharon. Esperó encontrar a Lucien, pero fue el pelirrojo quien apareció con una bandeja llena de comida. Silbaba y aceleró el paso cuando escuchó los golpes en el vidrio.
—Eh, tranquilo.
—¿Tranquilo? ¡Me han secuestrado, ustedes locos sobrenaturales! —escupió, más asustado que enojado.
—En teoría, sí, es un secuestro —dijo—. Porque al principio creíamos que habías infringido las normas, pero ahora sabemos que no, lo que nos ha metido en un lío colosal con los de arriba.
—¡No balbucees! —jadeó, erizado.
—No lo hago, pero divago cuando tengo problemas.
—¿Dónde está Lucien? Él dijo que me ayudaría.
Marcel silbó.
—Creo que está teniendo problemas más graves, mejor dicho, ahora mismo debe de estar pidiendo él por ayuda.
—¿Qué quieres decir?
—Te lo digo, nos metimos en problemas y, como la idea fue suya, debe estar recibiendo unos chancletazos ahora mismo.
Devin no entendía nada de lo que Marcel decía, si era honesto, su personalidad juguetona lo hacía no parecer estar muy bien de la cabeza.
—¿Qué idea?
—Atraparte —dijo Marcel con un fruncir de hombros—. Juramos que eras un brujo errante que se negó a registrarse para vivir como humano, pero nos salió el disparo por el lado equivocado. Lo bueno, es que no eres un brujo y no te podemos acusar de crimen alguno, lo malo, es que no tenemos ni idea de qué eres y por eso no puedes ir.
—¿Qué? —Devin abrió su boca, ofuscado—. Tienen que dejarme ir, no pueden retenerme, es ilegal. ¡También tengo que trabajar!
—Como chillas —dijo Marcel, encogiendo la cabeza hacia un lado—. No te preocupes, no te haremos daño, en realidad, solo debemos categorizarte, luego te daremos tu identificación y podrás volver a casa.
—¿Qué? ¿Categorizarme?
—Para monitorearte los primeros meses, no queremos que dañes a nadie.
—¡Nunca he dañado a nadie! —Las ondas verdes, ligeras y tenues, emergieron de su cuerpo.
—Sí, puede que sea cierto, pero no controlas tus poderes ahora mismo, así que tenemos ciertas dudas —dijo Marcel—. Tienes que aprender un poco, pero tranquilo, vendrá una bruja y te ayudará, es confiable, un poco gruñona, pero confiable.
—Por el amor de Dios, para ya de divagar y abre esta… ventana o lo que sea —dijo, jadeando.
—No puedo —dijo—. Aunque quisiera, solo el capi tiene la llave, yo solo puedo darte comida.
Marcel se acercó al vidrio y le contó en tono secreto:
—Lucien me pidió que te trajera comida, dijo que la necesitarías.
—¡Todos ustedes están locos! —rezongó—. Y, ¿dónde está mi perro?
Devin estrelló las palmas contra el vidrio, ceñudo, acalorado y descontento.
—Qué genio —susurró Marcel, haciendo una mueca mínima—. Y no te preocupes, tu perro está durmiendo conmigo. Come bastante, pero le gustan las croquetas. Le compré de las mismas que tenías en tu casa.
—Oh, por Dios. —Devin se pasó las manos por el pelo, respirando pesado—. Va a darme un ataque de asma.
—¿Tienes asma?
—No, pero siento que me va a dar. —Le faltaba el aire en los pulmones, y su corazón saltaba muy rápido—. ¿Qué van a hacer conmigo? ¿Abrirme como una rana de laboratorio?
—¿Qué? No, no somos los malos aquí, en realidad, podemos haberte dado esa impresión, pero te juro que queríamos hacer lo correcto y echarle una mano a Lucien, pero se nos salió un poquito de las manos.
Cucu cucu, así sonaba cada cosa que Marcel decía para Devin. Hubiese preferido que Lucien estuviese allí para que se lo explicara, era más serio, pero al menos se podían comunicar correctamente.
—Están locos.
—No, no lo estamos —dijo Marcel, sonriéndose y agitando las cejas—. Solo nos equivocamos.