Vanessa se planta frente a él, esperando—exigiendo—una explicación, pero él guarda silencio. Su mente vuelve a las burlas de las mujeres en el ascensor y a la mirada fría y juzgadora de Josephine. Para ellas, no es más que una rompehogares, una mujer que se acuesta con su jefe para escalar posiciones, destruyendo relaciones ajenas, mientras él se queda ahí, como si nada importara.
—¿Cuál es el sentido de todo esto? —pregunta, con la voz temblorosa de rabia—. ¿Hice algo mal?
Él da un paso vacilante hacia ella, la culpa brillando en sus ojos, pero mantiene las manos en alto, en señal defensiva, aún temiendo otra bofetada.
—Tú —escupe ella, buscando las palabras—. ¡Tú!
—¿Qué hay de mí? —responde él, bajando lentamente las manos. Entonces se le ocurre algo—. ¿Es... por eso? —pregunta, refiriéndose a su compromiso con Jennie.
Los ojos de Vanessa se abren de par en par. Cree que él está hablando de los rumores.
—¿“Eso”? ¿A todo lo que he pasado lo llamas “eso”? —suelta, elevando la voz.
—No lo quise decir así —se apresura a explicar—. Solo son noticias falsas. Voy a frenarlo. Te lo prometo.
—¿Cuándo? —replica ella, con un tono agudo e incrédulo—. ¿Después de que ya lo haya oído toda la empresa? ¿Después de que ya me hayan etiquetado como la villana?
—¿Por qué estás tan molesta? —responde él, ahora con frustración—. ¡Has actuado como si no te importara nada desde que volví!
—¿Y cómo se supone que no me va a importar si soy yo a quien están despedazando? ¡Soy yo la que está siendo humillada! —grita ella, la voz quebrada—. ¿Y todavía tienes el descaro de preguntarme por qué estoy enojada?
—¿Qué? ¡Ni siquiera sé de qué estás hablando! —exclama él, desconcertado.
—Oh, sí que lo sabes —le lanza ella—. Te conseguiste una prometida rica y ahora quieres deshacerte de mí. ¿Y qué mejor manera que dejar que el mundo crea que soy una empleada desesperada que acosa a su jefe?
—¿Deshacerme de ti? —repite él, confundido—. ¿De qué estás hablando?
—Si crees que voy a renunciar y desaparecer en silencio, estás delirando. El único lugar donde voy a dejar esta empresa es en tus sueños —escupe, y luego abre la puerta de golpe y la cierra de un portazo.
Nisan se queda inmóvil, impactado, con las palabras de Vanessa resonando en su cabeza. Aún desconcertado, llama a Josephine a su oficina.
—¿Pasó algo mientras estuve fuera? —pregunta, escrutando su rostro en busca de respuestas.
Josephine sacude la cabeza.
—No, nada en absoluto.
Él asiente despacio y la despide con un gesto, aunque la sospecha se le clava en los ojos.
Ya solo, Nisan vuelve a su escritorio, intranquilo.
¿Qué demonios me perdí? se pregunta. Entonces lo recuerda: Vanessa tiene una amiga en la empresa. Sin dudar, levanta el teléfono y pide que manden llamar a Carolina.
Mientras tanto, Carolina se cruza con Josephine justo cuando va camino a la oficina. Se saludan con cortesía, pero Josephine está visiblemente tensa. En su rostro aparece un destello de pánico al ver a Carolina desaparecer dentro del despacho de Nisan. Sus dedos se mueven rápido, escribiendo un mensaje urgente para Jennie.
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En otro lugar…
Vienna insiste en ver a Sam en persona, después de todo lo que Alan le ha revelado. Las fotos. Los mensajes. Al principio, no podía creerlo. ¿Sam? ¿Su amigo de toda la vida? Pero las pruebas de Alan son contundentes, sin margen para dudar.
Lo más inquietante es cuánto sabe Sam—detalles que ningún extraño debería conocer. Alguien le está filtrando información sobre ella y Alan, y necesita saber quién.
Karen está muerta. Eso es un hecho. Lo que significa que alguien más está detrás de todo esto. Alguien que tiene algo que ganar destruyendo su relación con Alan.
A Alan no le gusta la idea de que se reúna con Sam a solas. Le advierte, le ruega, incluso le exige que corte todo contacto con él. Pero Vienna está decidida. Le promete que será cuidadosa. Alan, a regañadientes, acepta—y le asigna a dos guardaespaldas discretos que la seguirán a distancia.
Frente a la casa de Sam, Vienna toca el timbre. Los guardaespaldas se ocultan. Un momento después, la puerta se abre.
Sam parpadea, sorprendido. No esperaba que realmente apareciera.
Después de que ella se marchara furiosa el otro día, imaginó que regresaría llorando, rota tras una pelea con Alan. Pero no lo hizo. Desapareció. Y ahora, está aquí.
—¿No vas a invitarme a pasar? —pregunta ella, con frialdad, mientras él sigue bloqueando la entrada.
—Perdón. Pasa —dice él, apartándose.
Le señala el sofá y desaparece en la cocina para traerle una bebida. Ella la acepta con cortesía, pero la deja intacta sobre la mesa.
Sam sonríe y se sienta a su lado.
—No pensé verte tan pronto. Creí que me estarías evitando después de… todo.
—¿Todo? —repite ella, alzando una ceja—. No pasó nada, ¿verdad? —su voz es cortante, intencionada.
Él se ríe con nerviosismo, evitando mirarla.
—Entonces… ¿cómo estás? ¿Alan no se enojó demasiado, verdad? Me preocupé. A veces los tipos como él… bueno, golpean cuando están molestos.
—Eso jamás pasaría —responde Vienna con firmeza, observando con atención su rostro.
Una chispa de decepción cruza la expresión de Sam. Ella la ve con claridad. Alan tenía razón.
—Somos más fuertes que eso —añade, con una leve sonrisa—. Incluso salimos en una cita al día siguiente.
La mandíbula de Sam se tensa. La rabia le asoma en los ojos antes de que logre ocultarla.
—Qué bien —dice con voz forzada—. Deberías beber.
—No vine por un trago —responde ella con calma.
—¿Ah, no? ¿Entonces a qué viniste? —pregunta él, inclinándose hacia ella.
—Quiero contarte una historia —dice, con un tono sereno pero cargado de significado—. Una historia sobre mí, Alan y dos personas que no conoces.
—¿De repente? —pregunta él, confundido.
—Sí. Pensé que debía compartirla. Como amiga —pausa—. Quizá no conozcas sus nombres, pero son Benita… y Karen.