El Misterio del Templo

REVELACIONES

       Antes que su cabello se volviera gris y de gris se transformara en blanco, el viejo Cipriano esperaba escuchar estas palabras; claro no era el mejor momento, madre había muerto y ahora sin su apoyo lo que se venía sería mucho más complicado. Aunque era su responsabilidad solucionar esta eventualidad el viejo empezaba a sentir algo que llevaba décadas sin experimentar: temor; no sería nada fácil explicar a la niña todo lo que tenía por delante. Solo tenía 13 años y su mundo iba a cambiar radicalmente, todo esto tras la muerte de madre.

       No supo cuanto tiempo había pasado desde que la niña hizo la declaración, se había quedado tieso, sumergido en sus pensamientos. Fue Addaj quien lo saco de su ensoñación agitando las manos frente a sus ojos con una expresión preocupada.

–Cipriano –susurró– viejo Cipriano ¿está usted bien? Parece que le han robado el color de la cara-.

–No, no niña Addy yo estoy bien –contestó él sujetando el pequeño rostro de la niña– es que me he quedado pensando niña, no entiendo lo que tratas de decirme –se sintió culpable por mentirle pero debía tener más detalles del suceso-.

– ¿Cómo que no entiende viejo? No me diga eso –comenzó a sollozar la niña– Madre dijo que solo usted me podría ayudar, no sé qué hacer, no sé qué me pasa viejo –gritó la niña desesperada-.

       El viejo se arrepintió de inmediato, necesitaba que Addaj estuviera lo más calmada posible o no podría confesarle toda la verdad. La sujeto por los brazos tratando de calmarla, “Todo va a estar bien niña Addy, resolveremos lo que sea” le empezaba a decir cuando alzo su mirada para encontrarse con dos remolinos atormentados, los colores se perseguían uno a otro, naranja y gris dando vueltas bajo sus pestañas, mezclados con lagrimas que pronto amenazaban a recorrer sus mejillas.

–Pero usted dice que no entiende, ¿y si usted no entiende yo que voy a hacer con esto? –dijo ella tocándose los ojos coloreados-.

–Tranquila –contestó para controlarse más a él que a la niña­– ven, vamos a sentarnos nuevamente –la llevo hasta los cojines del suelo– lo que debes hacer Addaj es contarme con mucho detalle que fue lo que ocurrió –la instó él.-

 

      Addaj comenzó su historia con madre llevándola a los templos abandonadas junto a sus hermanas, “estos templos les pertenecen, son parte de ustedes mismas y por ellos descubrirán muchos misterios”, eso había dicho madre con unos ojos aguarapados que Addaj suponía era por el sol; ahora ya no estaba tan segura.

       La niña también contó lo que había sentido cuando se acercó al Haddaj, le daba vergüenza sin embargo la mirada del viejo, cálida y expectante le producía confianza para continuar.

– ¿Pero escuchaste una voz? –la instó él-.

–No, fue como si me halaran con una cuerda invisible –dijo ella– como, como si el templo tuviera vida y pudiera entrar en mi mente –ahora tartamudeaba– no lo sé viejo, fue todo muy extraño y tal vez todo fueran ideas mías. El calor del sol me puso mal la cabeza –concluyó-.

–No niña Addy, no debes tratar de convencerte de nada, tú sabes exactamente qué fue lo que ocurrió –dijo él con voz firme– ahora cuéntame lo de los ojos-.

–Yo estaba tan atontada que ni siquiera me había dado cuenta, así que no sé en qué momento me empezaron a arder los ojos –dijo ella ansiosa– pero lo verdaderamente extraño fue que cuando mi mano estaba a punto de tocar la entrada al templo…

– ¿Lo tocaste? –Interrumpió él, mientras se alzaba de su asiento con unos ojos como platos-.

–No, no alcancé a hacerlo –respondió extrañada por la actitud del viejo– pero, ¿Qué es lo que le pasa viejo? Desde que le conté lo del cambio de mis ojos, está muy extraño. Ya no es el viejo sabio y atento de buenos consejos.

       El viejo se alivió y volvió a posicionarse en uno de los cojines. “No es nada niña Addy, solo estoy angustiado desde la muerte de madre” le había dicho tratando de convencerla.

–Pues para concluir madre me logro agarrar antes de que tocara al Haddaj y luego ocurrió. Nunca olvidare sus rostro, sus ojos asustados, sus labios entreabiertos temblando, e inmediatamente me soltó como si mi piel quemara sus manos –dijo ella desviando la mirada a una esquina.




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