I
Φως στο σκοτάδι
(Luz en la oscuridad)
Nunca se está listo para enfrentar las adversidades que la vida pone en tu camino. Los cambios que ocurren en un abrir y cerrar de ojos, las decisiones…
Un día estás corriendo tras criminales, y al otro cayendo desde lo alto de un edificio seguida de una criatura con cuernos.
— ¡Mi mano, ahora! —se escucha a mi lado la voz gruesa de un hombre rubio, también en caída libre—.
Al tomar su mano desaparecemos del aire y reaparecemos en tierra. Ambos caemos al suelo. Miro hacia arriba y la criatura desciende a una gran velocidad.
Mi acompañante se pone de pie, extiende ambas manos al aire, ahora con cierta luminancia, y las mueve hasta crear un aro de energía sobre nuestras cabezas. La criatura cae dentro de él, desapareciendo al instante.
El aro luminoso se cierra. Sus manos dejan de irradiar luz. Voltea hacia mí, con la respiración acelerada.
— ¿En qué demonios estabas pensando? —expresa molesto, y se aleja—.
Me pongo de pie, entre asustada y adolorida. Subo la mirada por un segundo para ver algunos papeles caer suavemente.
El sonido de una ambulancia llama mi atención en dirección a aquel hombre. Le sigo.
Ahora te estarás preguntando, ¿qué está pasando?
Esta historia se remonta tiempo atrás, a cuando tenía 11 años de edad, antes de convertirme en oficial de policía y definitivamente antes de ser esta especie de protectora mística.
Tuve una infancia meramente tranquila y sobre todo muy feliz con mi familia.
Vivíamos en una casa construida en ladrillo. Por dentro, estaba recubierta con madera de diferentes tonalidades. Lo que más resaltaba eran las antiguas lámparas y los cuadros de paisajes nevados.
Mi padre, George Fort, de 43 años, alto, de pelo corto color negro, barba y de anteojos, usualmente vestido de pantalones claros con camisa. Trabajaba como instructor de natación en el centro Swimming Family.
Mi madrastra, Ava Langstrong, de 37 años, pelo largo color castaño claro, alta, de cuerpo voluptuoso, usualmente vestida de pantalones con blusas combinadas, aunque también le apasionaba modelar encantadores vestidos. Era mesera en el bar restaurante Maddy’s.
Aquí no había cabida al típico cliché en donde la madrastra es la arpía que te hace pasar los peores momentos de tu infancia, en cambio, hizo de mi niñez la mejor que pude tener. Incluso la quería más que a mi propia madre.
No me malinterpreten, pero mi madre nos abandonó cuando apenas estaba en la cuna, según se cuenta por problemas financieros.
Nunca tuve esa curiosidad por saber quién fue ella. Tampoco le tengo rencor, ya que al final del día seguirá siendo mi madre.
Ava puede que no sea la mujer perfecta pero su amor la vuelve lo mejor que tengo en la vida, además de mi padre que está a la cabeza de mi lista.
Para mi cumpleaños número 11, mi padre me regaló un hermoso vestido color lila, y mi madrasta una muñeca, nombrada Eva por ella. Pelirroja con un enterizo azul, y una nota que decía: “Una amiga para toda la vida”.
Estaba tan encantada con mi muñeca que la llevaba conmigo a todas partes, e incluso a la escuela.
Mi padre y yo celebrábamos nuestros cumpleaños en el mismo mes, 4 y 20 de abril respectivamente, y ahora era su turno.
Ava me llevó a comprarle su regalo, más los decorados para la fiesta.
Ella se decidió por unas camisas de cuadros. Yo quería algo más personal, algo que solo él usara, y que le recordara a mí. Entonces fue cuando vi en una estantería una cadena plateada. Al comprarla le añadieron un dije con la inicial de mi nombre en color azul larimar.
Era perfecto.
Terminadas las compras, regresamos a casa, preparamos todo, y celebramos los 44 años de mi padre.
Sus amigos y conocidos asistieron. Les trajeron presentes. Todos bien recibidos.
En medio de la fiesta, luego de haber comido y bailado, había llegado la sección más importante, la hora de abrir los regalos.
El mío lo había dejado para el final. Cuando abrió la pequeña cajita quedó encantado. Inmediatamente se colgó la cadena seguido de un fuerte abrazo que me levantó en el aire.
—Eres lo mejor que llegó a mi vida. Te amo, Alice —susurró en mi oreja—.
La fiesta había sido un gran éxito. Sin embargo, la felicidad no duraría para siempre.
En la semana siguiente mi padre enfermó de repente. Su piel se tornó pálida, perdía el sentido cognitivo y le costaba moverse.
Con el pasar de los días su actitud empeoró. Se le veía agresivo, ansioso e impaciente, y otras veces muy quieto sin decir una sola palabra.
Debido a esto, Garfield, de aspecto delgado, alto y de pelo rubio, nos visitaba diariamente ya que le preocupaba la situación de su mejor amigo de la infancia.
Lo manteníamos encerrado en su habitación. Muchas veces atado a su propia cama, decisión en la cual no estuve de acuerdo.
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Editado: 21.04.2022