El monstruo en su cabeza

Capítulo 7.

Los días simplemente transcurrieron, desde aquella vez que hablé con Chloe como si fuera lo más normal posible no he vuelto a cruzar palabra con ella, si la he encontrado algunas veces viéndome, sobre todo en la cafetería, pero siempre que le sonrió baja su mirada.

He intentado en las clases de biología tener un poco más de contacto con ella, al final de cuenta era la única clase en la que era mi pareja por voluntad de otra persona, pero bueno, ella aún seguía pensando que hablarnos era algo prohibido y simplemente me iba a morir si seguía intentándolo.

La verdad era que no sabía cómo parar, la mayor parte de mi tiempo en la escuela estaba más pendiente de cómo sus manos dibujaban un ojo en la esquina de su hoja que de lo que decían mis profesores, y la otra parte donde no podía verla, intentaba mandarle algún correo para intentar conversar con ella, pero siempre me arrepentía.

Eso era lo que me frustraba, no tener la suficiente determinación para ir donde ella y decirle que fuéramos amigos, que yo quiero intentarlo y sé que ella también, o al menos eso sentía.

No solo quiero comunicarme con ella por correo, y mucho menos que esos correos sean solo sobre temas de clases, quiero escucharla hablar como lo hizo aquella vez de ese libro que estaba leyendo, que ya sé que terminó porque ahora carga otro con una portada distinta.

Quiero saber en qué terminó el libro, que pasó con la chica secuestrada, quien los estaba secuestrando y más que todo quiero que sea Chloe Berness quien me cuente de eso.

Cada nuevo día lo intentaba, claro que lo hacía. Llegaba un poco antes para incluso conversar con ella siquiera dos minutos pero generalmente ya estaban ahí los profesores, y se robaban toda la atención.

No quería perder mi reputación, he construido un concepto a mi nombre tal como ella dijo, y no quería perder eso, pero vaya que quería conocerla.

Me había decidido por usar el correo para al menos iniciar, quizás algún par de preguntas sobre su vida mientras hablábamos sobre las lámparas de cloro. Quizás una visita a la biblioteca donde sé jamás miraré a alguno de mis amigos, quizás ir a cenar a otra ciudad, si, lo sé, eso era estúpido.

Quizás podía iniciar al suave, sin duda me parecía la mejor técnica, algunas preguntas en los correos, conocer un poco de ella, preguntarle por su libro, eso le podría gustar.

Estaba llegando a la escuela, llevaba como diez minutos de retraso y es porque la maldita alarma no sonó, y después de pasar viendo películas hasta las dos de la mañana, bueno no había dormido ni mierda.

Me estacione de mala gana en mí mismo lugar, cuando miré el espacio vacío, entendí que esas eran las ventajas de ser quien era. Si fuera un chico cualquiera, probablemente no tendría mi propio espacio, pero, yo soy Harry Marquet, desde que tengo vehículo tengo una plaza de estacionamiento que nadie más usa porque le pertenece a Harry Marquet.

Eso es parte de mi concepto ¿no? Ser una de las personas más populares de una escuela. Poder tomar de la mano a la chica más sexy y si se me antoja estrellarla contra los casilleros para darle el beso mas encendido y salivoso que quiera, podía hacerlo porque era Harry Marquet.

Nadie, absolutamente, nadie se mete conmigo, ni mis cosas, tengo chicos que me admiran y se visten como yo, tengo otros que me darían su dinero si se los pidiera, y tengo muchos más que cuidan mis espaldas, mi récord escolar es perfecto porque siempre alguien está cuidando de mí.

El entrenador de fútbol está orgulloso de mí y estoy más que seguro que tengo una beca asegurada por ese deporte en cualquier universidad, y todo porque eso soy yo, Harry Marquet, yo lo tengo todo.

Cuando entré al salón de francés volteé a ver a la única persona que no tenía y aparentemente realmente empezaba a necesitarla, sus ojos azules se posaron en mí, tenía esa expresión, esa lucha aparentemente en sus pensamientos que la hacían fruncir el ceño.

El señor Jones me miraba con reproche, me señaló el enorme reloj en la pared detrás de él.

—Lo siento—dije con voz plana, tratando de buscar mi asiento.

Si el asiento que era mío, estaba vacío, obviamente nadie lo tomará porque sabe que es mío.

—Al menos dígalo en francés—me dijo el profesor, en su voz sabía que no bromeaba.

No tengo ni la más mínima idea de cómo diablos se dice un lo siento en francés, ni siquiera se decir hola, y eso que llevó casi dos meses en esta mierda de clases.

—No sé cómo se dice—le respondí, sentándome por fin en mi lugar.

El maestro suspiró con frustración, era más que obvio que él esperaba que al menos supiera eso tan sencillo.

—¿Alguien lo sabe?—preguntó a todos, nos volteamos a ver entre sí, podía ver la cara de frustración del señor Jones—vamos chicos, eso se los enseñé al inicio, por lo que veo no han prestado atención—suspiró y regresó a su escritorio, volteó a ver fijamente a Chloe, al parecer quería que ella respondiera pero cuando no lo obtuvo al final suspiró. Tomó unos plumones y llenó el pizarrón de garabatos.

El celular en mi bolsillo vibró, al sacarlo miré que era un mensaje de Roberto preguntándome que me pasaba, simplemente respondí que dormí una mierda y lo que menos quería era jugar con la flema en mi garganta, volteé a verlo y ya se estaba riendo.




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