Ya se había dado la vuelta para salir cuando la puerta se abrió y apareció una chica delante de él. Era de estatura ligeramente superior a la media, delgada, con el pelo oscuro recogido en un moño y unos ojos marrones que parecían enormes en su cara de pómulos salientes. En sus manos tenía un sobre voluminoso.
— Oh, disculpe, — se calló y dio un paso atrás, dejando pasar a Yampolsky, que se detuvo sin comprender por qué, — vengo a ver a Boris Albertovich.
— ¿Eva? ¿Trajiste las fotos? — preguntó Navrosky y se volvió hacia Yampolsky. — ¿Quieres verlas? Hubo un tiempo cuando te interesaba la fotografía, y Eva es un fotógrafo por la gracia de Dios.
— ¿Eva? — Arsen frunció las cejas sorprendido.
— Evangelina, — Arsen continuó observándola.
Tiene unos rasgos faciales muy correctos, como moldeados, y el propio óvalo parece cincelado. A lo mejor, sí, se puede llamar hermoso. Si Arsen fuera pintor, pintaría caras así, pero afortunadamente él no es pintor, es un hombre de negocios. Muy exitoso. Tiene tanto dinero que pudiera comprar a todos los pintores del mundo, y como suplemento, todas sus obras.
— ¿No Yevangelina?
— No, — unas cuantas aletadas de sus pestañas largas y curvas, y una mirada ligeramente apagada, — así lo quizo mi madre…
— Eva, este es Arsen Pavlovich, nuestro cliente, él elige personalmente la modelo que se convertirá en la cara publicitaria de su Imperio empresarial. ¿Hay opciones adecuadas?, — preguntó Boris, y Yampolsky se preguntó si él dormía con esta maravilla de fotógrafo o no.
Continuó mirando a la chica a quemarropa, en cierta medida experimentando una ira inexplicable por el solo pensamiento de que la respuesta podría ser "sí".
"¿Duerme con ella o no?"
Las pestañas revolotearon de nuevo, se sacudieron, volaron. E incluso por un momento, por una pequeña fracción de segundo, pero Arsen logró captar un destello de desdén en sus ojos, mezclado con repugnancia.
"¡No!" ¡Por supuesto que no, ella no se acuesta con Navrotsky!
Y siente repugnancia por Yampolsky, porque no duda de que está aquí en busca de compañía para la tarde o la noche. De repente Yampolsky sintió que no podía respirar, por la fuerza con que la corbata le apretaba la garganta. Rápidamente aflojó el nudo.
— Bueno, con mucho gusto. De hecho, hubo un tiempo en que me interesaba seriamente la fotografía. Muéstrame lo que sabes hacer, Evangelina.
Ella se veía desconcertada y Arsen se quedó asombrado por ese espectáculo tan inusual. Ya había olvidado que hay gente capaz de tales reacciones. La chica se acercó a la mesa y, con un gesto familiar, extendió sobre el escritorio de Navrotsky las fotografías brillantes y satinadas de las modelos. De nuevo, las mismas caras, labios, ojos, cabello... Yampolsky sintió que se le nublaba la vista. Y luego miró el paquete de fotos en sus manos y se quedó pasmado.
— Enséñamelas, — se sorprendió de lo ahogado que sonó, — no, no estas fotos, enséñame aquellas.
Eva le echó una mirada llena de incomprensión, pero aun así extendió obedientemente el paquete.
— Salí de la ciudad el fin de semana y tomé algunas fotos allí...
— Esto... ¿Esto tú? ¿Las hiciste tú misma?, — Arsen hojeó las fotografías con asombro, observando con admiración la precisión con que se había elegido el ángulo de visión, lo bien que se había transmitido la gama de colores, la delicadeza con que se había elegido el ángulo de la luz. — ¿Dónde estudiaste? ¡Tienes una escuela excelente!
— En ninguna parte, — se encogió de hombros Evangelina, — asistí a un círculo de interés en la escuela y luego miré videos en Youtube. Tengo una hija pequeña, — agregó con un poco de desafío, — no tengo tiempo para estudiar.
— ¿Una hija?, — frunció el ceño Yampolski — ¿Cuántos años tienes?
— Veintiuno, pronto cumpliré veintidós.
— ¿Y tu hija?
— Casi tres.
— Arsen Pavlovich, mira a las nov... a las candidatas, si alguna te conviene, señala con el dedo, y empezarán a trabajar con las chicas, —lo interrumpió Navrotsky, insinuando claramente que era hora de que Yampolsky se fuera a la mierda.
— Nadie me sirve, — negó con la cabeza Arsen, sin quitar los ojos de las fotos y de su autora, sin entender por qué no podía irse.