— Ojalá que para ti todos los burdeles del mundo se encuentren en inventario perpetuo, —dijo Navrotsky en voz baja y apenas se contuvo, para no escupir, — ¡ya me tienes harto, Arsen!
Yampolsky miró a Boris con una expresión impasible.
— Solo explícame para qué es necesario el micrófono. ¿Estamos seleccionando camareras para un bar de karaoke?
— ¡Tú mismo me torturaste el cerebro haciendo hincapié en que te interesan las preferencias de las candidatas, incluidas las musicales! ¿O entendí algo mal?
— Boris, me interesan sus preferencias con un objetivo informativo, escuchar los balidos de sus portadoras no es necesario.
— Las chicas probaron, se prepararon, no le prestes atención a eso, ¿bien?
Arsen no respondió, porque la próxima... ¿novia? ya estaba en el estudio? Estuvo a punto de reirse, eso sonó muy salvaje, muy en el espíritu de Navrotsky. De acuerdo, que se llamen candidatas. Arsen se concentró y mentalmente se ordenó a sí mismo no prestar atención a los pequeños detalles, al final, si aparece una materia prima adecuada, siempre puede intentar modelar algo con sus propias manos.
El casting de las aspirantes al papel de esposa de Yampolsky tenía lugar en uno de los estudios fotográficos de la agencia; el comité de selección, representado por Arsen y Boris, estaba sentado (léase: desplomado) en cómodas butacas frente al estrado que hacía el papel de escenario.
La chica era hermosa. Encantadora como un ángel, diría un poeta o un escritor, era bueno que Yampolsky nunca había sido ni poeta ni escritor. Por lo tanto, simplemente puso una señal de verificación junto al nombre de la chica.
La cara redonda y las mejillas con hoyuelos incorporaban cierta diversidad agradable en el contexto de los productos en serie de la fábrica de muñecas de vinilo. Arsen incluso esbozó un atisbo de sonrisa mientras Navrotsky le hacía a la chica preguntas generales, previstas para el concurso que se avecinaba.
La chica contestaba, nada excepcional, pero Yampolsky no esperaba que las aspirantes brillaran en el campo de, digamos, la pintura. Si su esposa ficticia fuera incapaz de distinguir a Monet de Manet, Arsen sería capaz de soportarlo de alguna manera. Será suficiente si al menos sospecha de su existencia, y Arsen siempre estará en condiciones de explicarle a su futura esposa el principio de "Manet — persona, Monet — mancha".
Cristina tenía una idea muy vaga de todo lo que no estuviera relacionado directa o indirectamente a la creación y el diseño de stories para Ticktock e Instagram. Yampolsky se aburrió al principio, pero luego pensó que quizá a la chica le interesara la música, aunque fuera moderna, era muy joven, de unos diecinueve años, quizá...
— ¿Qué vas a cantar, Cristina?, — preguntó Navrotsky con una voz melosa.
— Mi canción favorita, la chica agitó su cuidado cerquillo, y Boris le hizo un gesto para que empezara.
Durante los primeros acordes, Yampolsky estuvo a punto de ahogarse, en los siguientes se quedó tieso como una estatua.
Si supieras cuanto lo siento.
Si supieras cómo duele…*
Cristina cantaba, adelantando un pie y mirando a Arsen a quemarropa.
Yampolsky calculó en su mente. Cuando esta canción alcanzó el pico de su popularidad, Cristina estaba terminando el jardín de infantes. No es que Arsen conociera muy bien el programa musical de los jardines de infancia, pero no sin razón supuso que no incluían tales canciones.
Yampolsky se volvió hacia Boris, quien marcaba el ritmo con el zapato y a quién lo único que le faltaba era hacerle el coro.
— ¿Qué?, —dijo este sin comprender la razón de su mirada adversa. — Es una buena canción.
Otra vez estoy sola, otra vez fumo, mamá, de nuevo…
Cristina lloriqueaba, ponía los ojos en blanco como si realmente se hubiera fumado un paquete antes de la audición, o tal vez más de uno.
Arsen se cubrió los ojos con la mano. Navrotsky se inclinó ante el jefe, luego se sentó derecho y agitó la mano, deteniendo el espectáculo. La música se apagó, la chica, parpadeó ofendida.
—¿Es esa tu canción favorita?, —aclaró Arsen, —¿o la de tu madre?
Cristina hizo un puchero y no dijo nada.
— ¿Tú, cabrón, les dijiste que desenterraran algunas canciones antiguas para mí? — Se volvió hacia Navrotsky cuando la chica salió del estudio. — ¿O quieres convencerme de que a ellas también les gustan?
— ¿Por qué siempre me haces culpable de todo? — dijo Boris, indignado, y se alejó sigilosamente. — Ellas mismas son chicas muy listas; saben cómo abatirte.