En nuestro primer viaje fuimos a Moscú, discutimos tres horas para ver si viajábamos en primera clase o en turista, ella no era muy fanática de los lujos, pero obviamente decidió hospedarse en él hotel de su familia, seguía diciendo que no era de ella, después de muchos besos y abrazos accedió a viajar en primera clase
No lo pedí porque viajar en turista sea malo, solo que no sé cómo se podría poner en un ambiente tan pequeño y con mucha gente, últimamente me había vuelto sobre protector y el síndrome de su madre se me había transferido, todo lo buscaba en Google, todo.
Había pasado un año exactamente desde la última vez que visité el hotel, no había cambiado mucho, la primavera iniciaba en Rusia, aún estaba frio, cuando abordamos el vehículo que nos esperó en el aeropuerto la cubrí con bufandas y pesados abrigos.
—No te preocupes, ya conozco este clima—intentaba evitar que enrollará una segunda bufanda en su cuello, tan solo le di un pico suave y asentí.
El viaje del aeropuerto al hotel se sintió mucho más cerca esta vez, claro no había una ola de chicas que cubría toda la calle, el tramo de carretera que estaba en reparación ya había sido arreglado.
—Deténgase por favor—pedí cuando llegué a ese punto.
El chofer siguió mis órdenes, se detuvo contiguo al boulevard, saqué mi billetera y de él la primera foto de Lilly, ella luciendo saludable, con su cabello rojo, su cámara en el cuello, su abrigo negro.
—¿Qué sucede Alejandro? —preguntó confundida.
La miré a los ojos, sentí como los míos se llenaron de lágrimas.
—Aquí te vi por primera vez—ella sonrió—si quieres puedes bajarte, voy a hacer algo—salí del vehículo.
Las personas pasaban, pero no estaban pendiente de mí, busqué la navaja que Samuel me había obsequiado hace mucho tiempo, tallé una A y L, intenté encerrarlos en un corazón, pero salió algo como un círculo tirando a triángulo.
Su mano se unió a la mía, mientras los dos miramos la pequeña pieza de vandalismo inmortalizada en el tronco de un árbol en la avenida, cuando su piel rozo la mia comprendí que nada de ella había cambiado, sentía la electricidad correr dentro de mi como si fuera la primera.
—Gracias—susurré—gracias por llegar a mi vida, mi dulce chica del cabello de fuego.
Le tomé el rostro y la besé, tal como debí haber hecho el primer día que la miré. Regresamos al vehículo, su mano seguía unida a la mía, así seguimos hasta que llegamos al hotel, sonrió instantáneamente cuando nos estacionamos frente al edificio, salí del vehículo y la ayudé a ella, sentí como su cuerpo se tambaleó.
—¿Estás bien? —sus ojos estaban cerrados, su mano se presionaba con fuerza en mi brazo, estaba mareada y trataba de recomponerse, esto sucedía muy seguido.
—Si—susurró asintiendo también, abrió los ojos y sonrió, se separó de mí ingresando al hotel sola.
Como la primera vez todos nos esperaban en una perfecta línea, ¿sonriendo? no, esta vez no sonreían, esa mueca mecánica que ellos llamaban sonrisa no ocultaba la profunda tristeza que se albergaba en los ojos de cada uno.
Ella los miró a todos de igual manera, esta sería la despedida para esos empleados que por mucho tiempo la vieron crecer, trabajar, recorrer los pasillos de aquel lugar, sin saberlo ante ellos estaba la inminente realidad de que quizás no exista otro encuentro, de inmediato sentí un golpe en el pecho, y un nudo que impedía respirar bien, no podía terminar de cruzar el umbral de la puerta principal.
Maurice se acercó a Lilly, no pudo evitar que las lágrimas corrieran por sus mejillas, los demás lo siguieron, envolviéndola en un abrazo masivo, su pequeño y delgado cuerpo desapareció entre todos ellos.
—Tengo que respirar—su voz salía un poco ahogada.
Se separaron de ella y sonrieron, de forma real, no la sonrisa obligada por su tipo de trabajo, podía ver como todos ellos transmitían su dolor, parecían despedirse de ella con la mirada o quizás estaban grabando su imagen para tener un recuerdo de ella, al menos luciendo bien, muchos de ellos solo la volverán a ver hasta que ella, bueno hasta que todo terminará.
Esa simple sensación de saber que pronto la perdería me lanzó hacia ella, la tomé por los hombros, pero resistí la tentación de abrazarla, seria demasiada emoción para ella, no necesitamos decir nada, subimos el ascensor y llegamos a la habitación, en el segundo piso, donde me había enseñado a apreciar una pintura y ver la belleza del techo.
Lo primero que hizo fue despojarse de los abrigos, quedó en una blusa azul marino, manga larga, usaba jeans también oscuros y unos botines rojos, a pesar de todo ella no dejaba de ser diferente y muy original.
Los mechones purpura que se había hecho en otra salida solo de chicas con Coralia, ahora bailaban cuando su cabello rojo, bueno ya quizás más cobrizo, se movía.
—Nos podemos quedar un rato aquí—le dije, estaba acostada y lucía cómoda, no quería molestarla.
—Ven—pidió, me acosté a su lado, la besé y tan solo tomé su mano— ¿Tienes miedo? —esta vez ella preguntaba y la primera pregunta me dejó paralizado, me tomó unos segundos responder.
—Muchísimo ¿y tú?