El mundo de Lilly

22. Tres extraños.

Por alguna razón parecía que el tiempo jugaba con nosotros, algunos días transcurrían tan lentos que parecía que no tendrían fin, que el sol siempre estaría en lo más alto del cielo y otros apenas parpadeamos y ya había llegado la noche.

Pasaba casi todo el día caminando con ella en el prado, le gustaba quedarse quieta acostada sobre el pasto jugando con los dientes de león, algunos pétalos caprichosos no volaban y se quedaban enredados en su ahora corto cabello.

Al día siguiente de ese incidente mamá, Miriam y ella fueron a un salón de belleza donde arreglaron mejor lo que se había hecho, esa tarde Miriam lloró encerrada en su habitación por mucho tiempo a su regreso, conservando algunos mechones rojos de su hija.

No podía dejar de observarla, a veces se molestaba por mis miradas profundas, pero sentía que si no la miraba podría desaparecer. Su cuerpo empezó a perder un poco más de peso, siempre tenía frio, sin importar el clima siempre estaba cubierta por muchas piezas de ropa, algunas veces la temperatura en su piel era muy fría y otras ardía, por la noche se quejaba de algunos dolores en su hombro o incluso de cabeza, no podíamos hacer nadas más que esperar que la medicina hiciera efecto y pudiera dormir.

Pronto las clavículas sobresalían, su piel se tornó un poco más traslucida, parecía que desde adentro se consumía lentamente. La madre de Lilly, observaba a su hija con profunda tristeza, pero siempre se le dibujaba una sonrisa cuando Lilly hablaba o le contaba de su día, quizás el dolor que ella sentía era un poco más fuerte que el mío, admiraba su tenacidad y fuerza para siempre apoyar a su hija.

Era un día viernes de mayo, cuando salí de la ducha ella aún estaba dormida, su respiración era suave, una enorme manta de esas afelpadas cubría su cuerpo, paso casi toda la noche temblando.

Salí de la habitación dejándola descansar, la sala olía a frescura, los lirios en los floreros habían sido reemplazados por unos frescos, en la sala había muchos ramos de flores, Samuel le enviaba uno diferente cada semana y algunos de los miembros de la banda o incluso del staff tomaron su idea.

La casa era perfumada por las rosas y jazmines, algunos tenían claveles u otras flores que no conocía su nombre, Lilly guardaba cada pequeña tarjeta como un tesoro valioso en una caja de madera, estaba llena de todo aquello que según ella la ayudaban a mantenerla viva, jamás me había atrevido a ver su contenido.

Bajé hasta la sala, encontrando a las dos mujeres viendo lo que parecían muy viejos álbumes de fotografías, tenían la tristeza y nostalgia haciendo casa en sus ojos, pero parecían disfrutar de los recuerdos que estas fotografías les daban.

Cuando me notaron bajar ambas me miraron, cada una hermosa a su manera, la madre de Lilly había transmitido sus mejores genes a su hija, las pecas, incluso su cabello era rojizo natural, supongo que los ojos los había adquirido de su padre, que solo había visto en numerosas fotografías.

—Buenos días hijo, ¿cómo te sientes? ¿Tienes hambre? —mi madre intentaba regalarme ciertos momentos de normalidad, que al final también ayudaban a Lilly y Miriam.

—Buenos días, no te preocupes mamá, no ando mucha hambre— ambas me miraron con cierta duda, mi apetito era tan cambiante como el tiempo.

—Tonterías, hicimos una docena de waffles para que coman, vamos

Miriam me regalo una sonrisa y se puso de pie seguida de mi madre, sé que ambas hacían un gran esfuerzo para continuar los días con normalidad. Las seguí con cierta pereza, el celular vibró en la bolsa de mi pantalón, Samuel mandaba un mensaje diferente todas las mañanas, estaban dirigidos a Lilly, quien solo sonreía cuando se los leía, entre ellos se había creado una especie de conexión, casi de hermanos.

Samuel había perdido a su madre por cáncer de seno y a su padre por la tristeza que esa pérdida le había causado, era hijo único, gracias a la herencia que recibió logró vivir solo por un buen tiempo, sabía que tenía una tía, pero no se miraban mucho.

Me senté en el pequeño comedor redondo, mi madre puso un plato frente a mí con tres waffles en él, Miriam puso una taza de frutas y un vaso de jugo de naranja y otra taza con café con leche, parecía que su plan era rellenarme de comida, pero era lo único que las entretenía, la cocina, la costura y leer viejos libros.

Volqué la fruta sobre el plato, el jugo de fresa y kiwi humedecía el esponjoso waffles, cuando lo probé el sabor dulce mezclado con la mantequilla invadió mi paladar, estaba realmente delicioso, mi madre y Miriam ocuparon un lugar en el comedor, mamá sostenía una taza de té y Miriam una enorme taza de café negro, no conversaban solo jugaban con sus pensamientos y memorias.

— ¡Alejandro! —el gritó vino desde arriba.

Me levanté inmediatamente de la mesa dejando caer la silla sobre él piso, subí los escalones de dos en dos y abrí la puerta de una patada, la encontré de pie junto a la cama. La sangre brotaba por su nariz, el suéter púrpura de su pijama estaba cubierto del pegajoso líquido, pareció que me miraba, pero sus ojos estaban pegados sobre su madre quien la observaba atemorizada, avancé hacia ella y entonces se desplomó sobre mis brazos.

— ¡Llamen a una ambulancia! —pedí con urgencia, mamá desapareció de inmediato, Miriam seguía petrificada en el marco de la puerta.




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