El Mundo En Tus Besos

6

Iris esperaba en una sala del departamento de comunicaciones de Walton & Cía. Se había cansado de su asiento y ahora deambulaba por ahí. Los empleados, como era de esperarse, la miraban, la reconocían, y luego se espantaban. Sabía que esto pasaría si volvía a Nueva York, y estaba empezando a ponerse nerviosa.

No importaba, hoy estaba llena de esperanza… Si la habían llamado era por una buena razón, tenía una oportunidad y pensaba aferrarse a ella.

Entraría a trabajar tal vez como una asistente en esta área. Tal vez sus tareas consistieran en enviar correos y corregir notas de prensa. No le importaría la paga, trabajaría duro, muy duro, se ganaría la confianza de todos aquí… Y al fin podría decirle a su padre, sin mentir, que estaba bien. Tal vez, en un futuro, incluso podría ayudarles a restablecer la granja a su antiguo esplendor.

Se rascó el cuello sonriendo por sus propias fantasías. Tal vez eran demasiadas, se reprendió, y entonces escuchó el ruido de personas que caminaban por el pasillo, levantó la mirada y lo vio… al guapísimo hombre que tuvo una noche de sexo salvaje con ella.

William Walton.

El nombre vino a ella como el sabor de un buen vino, como una memoria de la infancia llena de aromas. Y también sensaciones, que de inmediato le alteraron el ritmo cardíaco.

Era él, sin duda alguna. Era su sonrisa, era su cabello, su rostro… ahora que lo veía a plena luz del día, notaba que era aún más guapo de lo que recordaba, y al pensar eso un quejido muy leve salió del fondo de su alma, como si ella estuviese hambrienta, famélica, y él de repente se hubiese convertido en un apetitoso plato de comida.

Se giró dándole la espalda cuando se dio cuenta de que en cualquier momento él se giraría y la vería. No quería que la viera, aunque no podía explicar el porqué.

Pero ¿por qué estaba aquí? ¿Qué hacía en este lugar? ¿Qué tipo de coincidencia ultra cósmica era esta, acaso?

Casi se da un bofetón a sí misma cuando hizo las conexiones. William Walton, en Walton & Cía. La respuesta a por qué estaba aquí era más que obvia.

Palideció, sus manos sudaron, todo su cuerpo se puso frío, y antes de que él pudiera verla, se escondió tras una puerta. Eran unos baños, afortunadamente, y ahí se quedó largo rato, hasta que su respiración logró controlarse un poco.

William Walton, pero ¿cómo iba a imaginar que era de esos Walton? ¡Él estaba aquí, estaba aquí y seguramente la reconocería! ¡No podía ser! 

Se lavó las manos con agua fría y se las pasó por el cuello y el pecho intentando no salpicar su blusa. Estaba intentando reiniciar su vida, obtener un empleo, y se encontraba al hombre que una vez creyó que era una prostituta y al que no podía juzgar por eso, pues durante toda una noche se comportaron como animales salvajes, el uno más hambriento que el otro. 

Cerró sus ojos sintiendo un poco de angustia, pues era más que probable que quien llevaba el apellido de la empresa tendría un alto cargo en ella, y con seguridad influiría en su contratación. Y si acaso no tenía qué ver con ella, luego durante su estancia aquí, su vida podía convertirse en un infierno y ella tendría que aguantar, porque, no podía mentirse a sí misma, no tenía otras ofertas esperando.

Si la reconocía, este efímero sueño de libertad y realización se esfumaría tan dolorosamente como feliz se había formado.

Hizo una mueca con sus labios sintiéndose molesta y frustrada, y soltando un gesto de resignación, se encaminó a la salida con mucho cuidado de no ser vista por ese hombre. Ya no estaba en el pasillo, y la gente alrededor ya no le prestaba tanta atención.

 

Si acaso la llamaban preguntándole qué había ocurrido y por qué se había ido, tendría que mentir diciendo que algo urgente se había presentado.

Llegó hasta los ascensores y pulsó el botón de bajar, y en ese instante, la cara de desilusión de sus padres se dibujó en su mente tan claro como si los tuviera delante. Ellos serían los principales afectados si acaso fracasaba aquí, y tendría que cargar con el conocimiento de que ni siquiera lo intentó, ni siquiera fue capaz de exponerse un poco, arriesgarse.

Dio un paso atrás y miró hacia las oficinas. Ellos le habían dado el dinero del tiquete para que asistiera a esta entrevista con mucha ilusión, llenándola con sus bendiciones y buenos deseos. No podía simplemente dar la vuelta y huir… Además… No tenía nada más en el mundo, sino esta pequeñísima posibilidad de ser contratada. Ni siquiera una esperanza, ni una promesa, ni un amigo, nada. 

Empuñó sus manos, apretó sus dientes y llenó su pecho de aire.  Volvió a su lugar de antes con determinación. Si acaso la reconocía y no la contrataban por eso, bueno, era algo que se escapaba de su control. Si luego de contratarla su vida laboral era un infierno, pues tendría que soportarlo como fuera.

Pero, tal vez se estaba dando demasiada importancia. Tampoco era muy probable que él la reconociera, se tranquilizó, no había manera. Esa noche en Italia, ella llevaba un antifaz y no se lo quitó en ningún momento, a pesar de lo mucho que él se lo pidió para poder verle el rostro. Nunca se lo vio, y tal vez estaba lo suficientemente drogado y ebrio como para no recordar otros detalles como su voz, perfume, etc.

Respiró hondo tranquilizándose. Tal vez estaba preocupándose por nada, tal vez esa noche se borró para siempre de su memoria. Siendo un hombre guapo, y, descubría ahora, rico, seguro que a lo largo de su vida había tenido muchas noches salvajes con muchas mujeres más que ansiosas por complacerlo. Irían en manada encargándose cada una de una extremidad, seguramente.




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