El mundo no es para los niños

Capítulo 1 Collage

Nota: encontré una novela semicompleta y la verdad me gustó mucho. Recuerdo haberla escrito en mi ultimo año de preparatoria, y tal vez por eso suena más coherente que otros textos que he encontrado. Aún asi necesita mucho pulido, eliminar frases cursis y claro, buscarle un final.

Hay un hombre recostado en el suelo, mirando con desesperación a su alrededor. El interior de su casa está tapizado de frases que él mismo recortó de viejos libros y pegó con engrudo en todos lados. No las está leyendo, solo las observa y pierde el tiempo. Originalmente las había puesto en esos lugares como un intento de mantenerse ocupado, sano, entero, de mantenerse cuerdo. Ahora, no sabe en qué momento estas dejaron de cumplir esa función, y para ser sinceros, nunca sirvieron para algo. Pues él llevaba roto desde hacía muchos años. Antes de que llegara a esta casa. Antes de que tuviera un hijo. Antes de que se casara. Incluso antes de que fuera un hombre. Amaro tirado en el piso, perdiendo el tiempo, es el resultado de un síntoma que había arrastrado casi toda su vida.

Un resultado que comenzó a manifestarse con Amaro pegando fragmentos de la Biblia en la cabecera de su cama. Versículos, frases y palabras que en su momento tenían un significado profundo para él, pero de los cuales ya no recuerda nada. Tras eso, colocó por la pared de su cuarto frases y párrafos de novelas literarias, a veces incluso ponía capítulos completos con palabras resaltadas o subrayadas en rojo. Después, cuando se le terminó el espacio en su cuarto, avanzó por los pasillos de su casa. Luego, cuando terminó con los pasillos y los demás cuartos, se siguió al techo, detrás de los muebles, sobre el espejo y las ventanas. Cuando se acabó el lugar, comenzó a encimar textos sobre más textos. Finalmente, se detuvo cuando una esquina del monstruoso collage que había creado se vino abajo arrastrando consigo un muro completo y descubriendo una ventana que Amaro había olvidado que estaba ahí.

En ese momento Amaro reaccionó como si la casa se estuviera quemando con la luz del sol que entraba por la ventana y se apresuró a pegar de vuelta el papel. Fue en ese instante que Amaro se dio cuenta de que tenía que parar. A partir de ahí comenzó a buscar mejores formas de mantener pegados los textos que ya tenía cubriendo la pared, los techos, pisos, ventanas, etc. Desde entonces, solo se sienta, camina, se para y recuesta delante de alguna pared al azar, esperando que algo se caiga para volver a colocarlo en su lugar de inmediato con ayuda de más engrudo o cinta.

Amaro está encerrado en una casa a las orillas de un pueblo del que ya no recuerda el nombre. Antes de todo esto, utilizaba esta casa de campo con el propósito de escapar de las fechas que le dolían. Se iba ahí unos días a que avanzara el calendario y luego regresaba a la casa de la ciudad como si nada hubiera pasado y continuaba con su trabajo. Si por casualidad alguien le preguntaba acerca de las fechas dolorosas, simplemente daba las respuestas más genéricas que le llegaban a la cabeza: “Muy bien, lo de siempre” o “Espectacular, gracias por preguntar” y el “Bien, bien, ¿qué tal te fue a ti?”. Y si llegaba a suceder que le preguntaban acerca de las fechas que le dolían aún más o por personas cuyo recuerdo le quemaba, solo respondía: Vamos mejorando.

Vivía fingiendo que no pasaban fechas importantes. Fingía que en otras casas no se estaba festejando Navidad o Año Nuevo. Fingía que no era el cumpleaños de su madre, que no era su aniversario, que había olvidado el cumpleaños de su esposa o el de su hijo. Fingía olvidar el día de la muerte de su madre y muy frecuentemente fingía olvidar el día que enviudó. Usaba la casa para escapar o esconderse del tiempo. Se ocultaba por un rato de su realidad, de sus problemas, responsabilidades, miedos e inseguridades. Justo ahora, Amaro parece haber conseguido escapar, ya no tiene que fingir, pues no sabe que día es y no recuerda ninguna de esas fechas tampoco, apenas y recuerda porque le dolían en primer lugar.

Era un actor de sus propias mentiras, pues mientras estaba ahí, imaginaba escenarios donde se resolvía su vida, donde el dinero no le faltaba y el trabajo lo hacía en minutos. Inventaba cuentos donde realmente era feliz. Imaginaba que él era interesante y culto, se imaginaba más valeroso, decidido y asertivo. Y se creía todos esos escenarios, porque sonreía como tonto cuando imaginaba una historia graciosa o contaba chistes a admiradores que solo estaban en su cabeza. Se pasaba los días inventándose historias y las noches deseando con todas sus fuerzas poder vivir lo que imaginaba.

Ahora, se había encerrado en la casa y sin darse cuenta se había perdido en el tiempo que tanto evitaba. Ni transición del día a la noche, ni los cambios de clima eran suficientes para que lograra ubicarse en un año o mes en específico. Sus recuerdos estaban confusos y revueltos. A veces incluso imaginaba a su hijo ya como un hombre adulto y otras como el niño que una vez dejó al cuidado de un internado. Para él, bien podrían haber pasado años, meses o semanas, y aunque sí le importaba y aún le importa, ya no sabe ni tiene el valor para actuar al respecto. Tiene miedo de que sea demasiado tarde.

Este hombre apenas come y bebe todavía menos. Es atormentado las veinticuatro horas del día por los crujidos del collage que tal vez protege tanto porque le da la sensación de que terminó algo en su vida. Cargaba el peor sentimiento del mundo; sentía que todas las personas del mundo lo pasaban de largo y que el mundo, al igual que él lo hizo tantas veces antes, trataba de olvidarlo. Pues en todo el tiempo que llevaba encerrado, nadie, ni siquiera las personas del pueblo lo habían buscado jamás. A veces incluso creía que cuando abriera la puerta el mundo ya no estaría ahí. Tenía miedo de abrir, pero sabía que tenía que hacerlo porque ya casi no le queda comida.




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