El niño perdido del millonario

Capítulo 2: No es un bandido

ELIZABETH

—¡¿Acaso te volviste loco?!

Las palabras salieron de mi boca sin que pudiera evitarlo, y miré a aquel sujeto con los ojos abiertos como platos.

¿Cómo es que…?

—Para nada —comentó con suficiencia, como si tuviera conocimiento de todo, encendió su cigarrillo y le dio una calada antes de continuar—: Soy un empresario serio, ¿sabes?, así que puedo asegurarte esa inversión si haces unos cuantos trabajitos para mí.

Arrugué la cara, me abracé y me eché hacia atrás por reflejo.

—¡No! ¡No le venderé mi cuerpo a nadie!

Aquello me salió desde el fondo de mi pecho y quién sabe por qué, pero aquel tipo de cabellera oscura me quedó viendo curioso por unos segundos y luego soltó la carcajada, negando con la cabeza.

—Tranquila, tranquila. —Movió la mano con el cigarro en señal de negativa—. ¿Quién habló de vender cuerpos? —Se echó hacia adelante y, tras un suspiro, continuó—: Eres hermosa, debo destacarlo, pero no es a eso a lo que me refiero.

»Dijiste que trabajabas en un orfanato, y da la casualidad de que yo estoy buscando a un niño, así que necesito que me ayudes con eso; además, soy nuevo por aquí, y agradecería si pudieras ayudarme a conocer los alrededores. ¿Qué te parece? —Hizo una pausa ante mi silencio, y una tenue sonrisa pintó sus labios—. ¿Cuánto ganas? Puedo triplicar tu sueldo también si tienes dudas. Trabajar en un orfanato no te debe dejar demasiado.

Respiré hondo un par de veces mientras intentaba asimilar bien sus palabras, y le di un mirar de soslayo en el camino. Él pareció entender que necesitaba unos segundos para eso, porque se quedó tranquilo, y fue entonces que fruncí el ceño y relajé mis brazos a los lados.

—¿De verdad piensas que me creeré que quieres triplicarme el sueldo y la posible inversión para buscar a un niño? No soy estúpida. —Lo miré con firmeza. No me gustaba cuando intentaban jugar conmigo.

—Considero que el tiempo vale oro.

—Pues, estando en un lugar como este, perdóname si decido no creerte.

Él resopló y volvió a darle una calada a su cigarrillo, dejando caer la ceniza en un pequeño cenicero en la mesita.

—Vine aquí a reunirme con un cliente que ya se fue, nada más. Pero me resultaste conveniente con esa noticia de que trabajas en un orfanato. Es como si el destino nos uniera esta noche.

Solté una carcajada sarcástica sin poder evitarlo, y por alguna razón eso le sacó una sonrisa.

—Si quieres adoptar lo mejor es hacerlo de forma convencional —comenté.

—No es exacto eso lo que busco, sino a un niño perdido.

Arrugué el ceño. Esto se ponía cada vez más raro.

—Pues ve a la policía.

Lo oí suspirar, como si esto no tuviera remedio, y se movió en su asiento, lo que me puso alerta.

—No puedo hacer eso, no es tan sencillo. —La sospecha se agudizó en mí, lo que lo hizo resoplar de nuevo—. Mira, no es nada ilegal, sí, pero entenderás que ciertas personas no pueden ir pavoneándose por ahí proclamando que buscan a un niño, ¿entiendes? Hay muchas implicaciones.

Mantuve mi ceño fruncido, todavía reacia a creerle, y entonces él se levantó. Buscó algo en su cartera y me lo tendió. Era una tarjeta de presentación.

—Vaya… esto aún se usa.

—Siempre llevo una o dos encima por si acaso, porque nunca se sabe —apuntó, en tanto yo la tomaba—. Puedes pensar en lo que te dije y llamarme o ir a esa dirección, ¿de acuerdo?

Miré la tarjeta, que marcaba «Élel Minerals, Luka Herzog, CEO», además de su número telefónico.

Sentí que el nombre me sonaba de alguna parte, así que saqué el celular y puse su nombre en el buscador, y los resultados me hicieron abrir los ojos de par en par.

Luka Herzog no solo era el CEO de Élel Minerals, una empresa que se dedicaba al ramo de los minerales y piedras preciosas, expandiendo su negocios tanto al ámbito del hogar como a la joyería y otros, sino que era el Presidente de Herzog Industries, una empresa dedicada a la fabricación de maquinaria y materiales para otras empresas, y que en Estados Unidos tenía como principal cliente a la Corporación Yuanfen.

¡Claro! De ahí me sonaba, porque fue la empresa que se hizo cargo de los requerimientos del gigante Yuanfen cuando ocurrieron los disturbios con los Belev años atrás.

Alcé la cara y miré al hombre con los ojos bien abiertos. Él me dio una sonrisa y se encogió de hombros.

—Entonces… ¿ya quieres trabajar conmigo?

Sus palabras rebotaron en mi cabeza junto a una muy válida pregunta: ¿qué demonios hacía un tipo como Luka Herzog queriendo emplearme para buscar a un niño perdido?




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